“Me voy a comprar el último celular, ese que está como dibujado en las publicidades, viste”, dice muy seguro Javier que trabaja de choripanero en la Costanera Sur, junto a Mario, que le responde: “¿Ah, ese que tiene tres tapitas?”. La Costanera es una zona muy concurrida durante los mediodías, o también durante las calurosas noches de verano. Y, claro, es necesario que los que trabajan allí estén bien conectados entre sí. Javier y Mario están parapetados detrás de su carrito de choripanes en esa zona costera de la ciudad que cada vez se incendia más seguido. Javier trabaja casi todo el día allí, entre humos densos y humores cambiantes y le explica a su compañero de grasas a la parrilla que no es así, que el celular no tiene tres tapitas, gil, son dos tapitas, lo que pasa es que está la foto y después dibujado dos veces como si fueran fotitos de los costados.

“Ah”, dice Mario, y corta el choripán por la mitad para que termine de recalentarse de los dos lados. “¿Y para qué te lo vas a comprar?”, pregunto yo, esperando el chori que ya viene, como para dar rienda suelta a sus ilusiones encarnadas en tripa gorda. “Es que tiene de todo: ese celular tiene Internet, tiene para bajar ringtones de bandas de rock argentino, tiene cámara de fotos, tiene e-mail y se pueden enviar mensajes de texto, que viene con diccionario incorporado. Es el mejor de los celulares del mercado”, cuenta el erudito Javier, que termina de dar vuelta el chori, y lo aplasta contra la parrilla hasta hacerlo sudar la gota gorda. “Ah, qué bueno –me meto–. ¿Y cuánto sale?” “Y, creo que sale como 800 pesos más o menos”, responde y argumenta: “Es que tiene de todo... (se rasca la cabeza, sin saber qué más decir). Ya está tu chori. Ahí tenés chimichurri, mostaza, mayonesa, ponele lo que quieras. El condimento es sin cargo. Son dos pesos. Y dame cambio, que no tengo vuelto”.