Juan Pablo está muy bien en Londres. Ya lleva seis años viviendo allá, estudiando Economía y trabajando en Economía; con su chica argentina; lindo pasado, buen presente y auspicioso futuro. Extraña, sí; lo que extrañaría cualquier Juan Pablo de Lomas de Zamora que se convierte en un Juan Pablo de Londres –from Laandon–: viejos, abuela, amigos de cuando iba a la UBA, amigos de antes de ir a la UBA, mate, vigilantes con crema pastelera. No añora tanto, en cambio, el tango o Sumo: tiene a Oasis y a Starsailor. Lo que sí extraña demasiado es a Los Andes. A veces se sorprende –mientras va a trabajar, pelotudea por Trafalgar Square, o hace las compras– recordando jugadas y algunos jugadores de Los Andes del Nacional B que vio cuando todavía vivía en la Argentina. Hasta que un día ve el milagro, como una interferencia visual, entre el gentío de Carnaby Street: las inconfundibles rayas rojas y blancas, finitas, verticales, en una camiseta... ¡de Los Andes! Las milrayitas que son la bandera de Lomas de Zamora al lado de la entrada del subte, que allá es subway. Queda mal decirlo, pero siente un respingo casi sexual, como un calambre en la vejiga. El chabón está a menos de diez metros. Juan Pablo se le acerca rápido, como un cholulo que a la vez es un hermano. En su cabeza, la canción de Franz Ferdinand que salía de sus auriculares milagrosamente se transforma en otra cosa: “Qué loca está la banda / cuando va a ver a Lomas / a ver al milrayitas / lo quiero ver ganar / qué loca está la banda / cuando va a ver a Lomaaas / se toma todo el vino / se lo toma todo y ya no queda más”. Llega, ya trotando, y lo agarra del brazo, del cuello. Y siente en sus manos unos extraños pins metálicos, de los que denotan el grado. No... no eran las rayitas de la camiseta de Los Andes, eran las de un empleado de McDonald’s. El chabón –que lo mira un poco con cara de susto, un poco con cara de nada– se llama Ryan y no es de Lomas sino de Chelsea. Todo no se puede.