Jueves, 15 de junio de 2006 | Hoy
AGUAS (RE) FUERTES
Por Mariano Blejman
Frente a la Embajada de los Estados Unidos hay un hombre que saca fotos especiales. No saca fotos sin pedir permiso, les pide permiso. Es más: la gente se acerca a pedirle una imagen, y le pagan una suma lo suficientemente buena como para que la copia salga rápido y sea eficiente. Porque del otro lado de la calle espera el gobierno de los Estados Unidos. La foto es cinco por cinco (un poco más grande de lo habitual) y tiene que ser sin pelos sobre la cara, sin cubrirse las orejas, bien de frente, bien sonrientes, sin lentes sobre el rostro, como para que los servicios de inteligencia puedan procesar debidamente los datos geométricos de la persona en cuestión. No es una foto lúdica. Es una foto que va a servir alguna vez para identificarlo a uno caminando por un aeropuerto, y lo va a “comparar” con la base de datos de los terroristas más famosos. Esta no es una foto para mostrar a la familia. Los funcionarios del gobierno de Estados Unidos esperan adentro por la foto que el tipo saca en la plaza. Y esperan por los papeles. En realidad no esperan, no esperan nada de nosotros. Esa plaza es Argentina, celeste y blanca, y verde como casi todas las plazas, aunque detrás de la reja está Estados Unidos. Es todo gris. Adentro del edificio que está detrás de la reja hay funcionarios estadounidenses cuidadosamente escondidos detrás de unos vidrios que -supongo– deben ser antibalas. Detrás de ese vidrio se define el destino de los que tienen intenciones de acceder al sueño americano: turismo, negocios, trabajo. Unos jóvenes burócratas detrás de unos vidrios impermeables al fuego reciben los papeles de los postulantes y deciden quién será el poseedor de la visa para ingresar a los Estados Unidos de casi todo el Norte de América. Una foto buchona, para ingresar al país de la libertad. El hombre que saca la foto no sabe si su trabajo termina con una victoria. O una derrota. Ni se queda con copias de sus fotografiados. El gobierno del rinconcito de ese país poderoso ubicado frente de la plaza argentina sí se queda con la foto; y juega con ella mientras el postulante aguarda por su futuro como si se tratara de un reality. Y el participante a un mundo “mejor” asiente, y baja la cabeza, y cierra los ojos, y esconde los labios y se pone los lentes esperando su turno. Hace todo lo que no puede hacer cuando se tiene que sacar la foto: total, la foto ya está en poder del gran Tío Sam.
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