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Jueves, 22 de junio de 2006

AGUAS (RE) FUERTES

Leonil, el ruso

 Por FACUNDO DI GENOVA

La camisa abrochada hasta el cuello y el chaleco de lana le dan a Leonil un aire de inmigrante ruso del siglo pasado, un poco campesino, otro poco anarquista. Es ruso, nació en Siberia en el siglo pasado, pero no es anarquista, o al menos eso cree. Llegó a la Argentina hace cinco años, cuando todavía no tenía 20 y nunca sembró o cosechó nada en ningún campo de ninguna ex república soviética. Leonil dice que antes bien se picaba heroína, pero primero salía con sus amigos a poner caño cerca del suburbio adonde vivía, a doscientos kilómetros de Moscú, para juntar plata y poder comprarla. Y mientras Leonil dice todo esto y cuenta que viajó en el transiberiano durante 8 días y después se lamenta porque dos amigos argentinos están presos por ir a comprar porro a San Fernando y pronuncia las “erres” como “eres”, se lo escucha tirado en el pasto en una plaza de algún barrio sin saber que el ruso es más poronga de lo que parece. Dice: “Amigo, yo estaba muy bardeado allá en Rusia con la heroína, pero cuando llegué acá fue peor”. La frase “estaba muy bardeado allá” dicha por un ruso recuerda a una especie de Luca Prodan soviético, salvo que éste no es músico ni toma ginebra. Es un bandido devenido en poeta, que aterrizó acá porque, tras una serie de ilícitos en la tierra de la primera revolución comunista de la historia, su padre no tiene mejor idea que vender todo y traer a la familia –mujer, Leonil y tres hermanas– para la Argentina, tratando de salvar a su único hijo varón de la oscuridad del vicio y la pendencia. El rescate le duró poco. A los dos meses, Leonil andaba poniendo caño de vuelta, pero esta vez en los supermercados Toledo de Mar del Plata. Le iba bien. No duró mucho. Lo de siempre: una vez salió a robar repastilla –lo que nunca–, su compañero lo deja tirado y, cuando cae la policía, apunta, gatilla su escopeta y los tiros, por suerte, no salen y entonces decide entregarse, para comerse ocho meses en Batán. “Y ahora sí, amigo, ahora ya no hago más ninguna”, dice el ruso y promete que la semana que viene, cuando le den el franco semanal que le corresponde en el lavadero adonde trabaja, traerá sus poemas escritos durante su estadía en Batán. Eso sí, los va a tener que traducir.

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