La verdad está ahí afuera; más precisamente, en el Parque Rivadavia. Mostaza trabaja en uno de los puestitos que venden CDs en sus múltiples usos: películas, juegos, mp3 y más. También están los CDs que parecen nombrar a superhéroes (Flash, el Hombre Rayo; Sound Forge, el Capitán de Oídos de Acero; Adobe, el Señor del Lodo Seco), pero en realidad aluden a programas para computadoras. Busqué en las carpetas, y tan pronto como seleccioné el folio del disco que iba a llevar, el pibe que atiende el puesto grita, hacia la nada: “¡Mostaza, el Pac-Man 3.0!”. ¿Mostaza dijo? ¿Es un chabón al que le dicen Mostaza? ¿Es una chica? O es acaso un código secreto que sólo se conoce en las catacumbas del Parque? Durante la espera, uno se distrae y piensa en aquella canción de los Beatles, Mean Mr. Mustard, que los psicodélicos traductores de la época tradujeran como Significa Señor Mostaza, hasta que el revisionismo lo corrigiera a El Avaro Señor Mostaza o El Malvado Señor Mostaza. (...) Pasan unos segundos que esculpen el suspenso, Mostaza no aparece y la monada se enloquece. Hasta que sí se da a conocer nomás Mostaza; otro pibe, grandote, con piercings en la cara, gesto cansino, que camina arrastrando los pies y trae el CD requerido. Su ropa no tiene manchas de mostaza, no parece oler a mostaza y ni siquiera tiene el pelo de color “rubio guanaco”, como Reynaldo “Mostaza” Merlo. “No queda el Pac-Man 3.0; traje el 4.0, en DVD”, explica Mostaza. Y su voz... Su voz... Su voz es grave, áspera, moribunda; como si fuera el gemido doloroso de mamá mamut dando a luz en el fondo de una caverna; como si fuera el violento orgasmo del Minotopo en un túnel deshabitado del subte; como si fuera un oso pardo en Yellow Stone atragantado con un preservativo usado; como si fuera una declaración del técnico de Racing... Ah... por eso al puestero del Parque le dicen Mostaza. Porque habla como Mostaza Merlo. Qué garrón.