A ver... papel higiénico: Tic; tic-tic-tic, tic-tic-tic, tic-tic-tic. Eh... dentífrico: Tic; tic-tic-tic, tic-tic-tic. Latas de atún en aceite; que no sea desmenuzado: Tic; tic-tic-tic, tic-tic-tic. ¿Qué más? Tic; tic—tic-tic, tic-tic-tic. ¡Pan lactal! Tic; tic-tic-tic, tic-tic-tic. Fideos (spaghettis del rock): Tic; tic-tic-tic, tic-tic-tic. La percusión sostenida, caliente y perenne de la cumbia bonaerense acompaña en el interesado peregrinar por las góndolas a este cronista. Está puesta a volumen bajo y —nueve y pico de la mañana— resulta algo desabrida, a pesar de que la letra de la canción invoca al sabor y a chicas sabrosonas. Lo que suena es la banda sonora oficial de Los Rosales de Chen, uno de los representantes en el Abasto de la heterodoxa y floreciente franquicia multinacional de pequeños autoservicios chinos. El pibe flaco, que seguramente es el hijo de Chen, tiene a su cargo el área de fiambrería, que también funciona como cabina de DJ del supermercadito. Mientras corta y envuelve 150 gramos de paleta, selecciona qué CD de cumbia poner. Mientras pesca con cuchara aceitunas rellenas entre olas de salmuera, celebra su propia decisión musical apoyando el tic-tic-tic percusivo con movimientos de cabeza. Apenas lleva dos años en la Argentina; no habla casi nada de castellano, pero sí demuestra ser erudito en el manejo del idioma mundial de la cumbia. Bah, no sé si “mundial”. ¿Habrá cumbia en Beijing? ¿Reggaetón, al menos? Le hago una pregunta musical y por la cara que me pone, sospecho que no me entendió nada... Salvo la palabra “cumbia”, que la repite y le arranca una sonrisa. Y me señala, como un DJ novato que descubre en Creamfields a su gran maestro, al morocho que atiende la verdulería, el responsable de haberlo iniciado en la cosmovisión cumbiera. Tal vez aquel mítico tatuaje de Pablo Lescano, el de “100 por ciento negro cumbiero”, está a punto de tener su primer tributo transcultural: “100 por ciento amarillo cumbiero”. Aguante.