Anochece en la Oficina de Trámites Urgentes. A las 23 llega el primer fundamentalista, dispuesto a hacer 9 horas de cola para asegurarse un número y obtener mañana mismo aquello que vino a buscar. Para las 4 de la mañana ya hay nueve personas; todas ellas hiperprevisoras; todas ellas al tanto de que sólo se entregan “10 o 15 numeritos” por jornada. Los más friolentos están sentados en posición fetal, en el piso, bajo el alero; porque, encima, llovizna. Hay quienes se llevaron termo de mate, agua mineral, iPod y demás amenizadores de garrones. A dos cuadras de ahí se vislumbra otra cola, más feliz: gente que entra a una fiesta. Pero volvamos a la Oficina de Trámites Urgentes, donde los quince que ya somos empezamos a charlar, con solidaridad digna de refugiados bosnios en la frontera de Ruanda. Llega el diariero. Tres chicas con vestidito de fiesta pasan zigzagueando. A las 5.30 (puntual) aparece un pibe en bermudas y buzo de gimnasia, que dice trabajar para “un gestor”. Ofrece sacar las fotos —carnet, tres cuartos perfil derecho, fondo celeste— para “agilizar el trámite”. Algunos concordamos en que no hay apuro, si total faltan dos horas y media para que abran las puertas y entreguen los dichosos numeritos. Otros consideran oportuno ir agilizando el trámite y parten hacia nadie sabe donde a fotografiarse antes de que amanezca. A las 6 de la mañana el panorama sigue siendo desolador, pero por otras razones. Ya hay una cuadra de cola, muchos pasan y cuentan cuántos tienen adelante con la esperanza de entrar en el privilegiado top 15 de esa mañana. Los “gestores de fotos” ya son cinco, y buscan sus presas saltando sobre cualquiera que dobla la esquina, baja de un taxi o cruza la calle. ¡Hasta hay cafeteros! Las típicas imágenes de noticiero, de hacedores de cola para conseguir tickets para hechos apasionantes como un show de los Rolling Stones o un River-Boca, esta vez tomarían el desolador color de la burocracia. “Pasión por un DNI”, sería el slogan.