Jue 29.03.2007
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AGUAS (RE) FUERTES

Taco

› Por Javier Aguirre

Recién terminó la marcha nupcial y los más tímidos —ah, el perfil bajo— permanecemos en el fondo de la iglesia, como para no quedar demasiado cerca de los novios, ni de sus padres y madres, ni de los padrinos, ni del camarógrafo, ni de los fotógrafos. El cura, que vestido de blanco luce tan puro y reluciente como la novia, empieza a dirigir la ceremonia. Pero su voz solemne y monocorde es interrumpida por los ladridos herejes de un perro inadaptado que, desde la puerta de la iglesia, amenaza con aguar esta noche de fiesta. ¡Guau-arf-wow; guau-arf-wow! Los ladridos del cimarrón no paran ni un momento, se multiplican y se magnifican por el eco propio de la acústica del sagrado edificio. ¡Guau-arf-wow; guau-arf-wow! Arruinan el rezo del Padrenuestro. ¡Guau-arf-wow; guau-arf-wow! Se acerca peligrosamente el momento en que el sacerdote preguntará a la angelical María Laura y al apuesto Germán (los nombres están cambiados, para preservar en ellos el recuerdo grato de aquella velada de amor y compromiso; es que la boda no se mancha) si se aceptan mutuamente en la salud y en la enfermedad; en la prosperidad y en la adversidad; y todo eso. ¡Guau-arf-wow; guau-arf-wow! Y aunque nadie lo dice abiertamente, crece en cada uno de los presentes el temor de que el perro ladrante termine por estropear el emotivo momento de los sí. ¡Guau-arf-wow; guau—arf-wow! Alguien tiene que hacer algo y entra en acción un grandote de traje color petróleo. No lo conocemos; ¿será un primo de ella, un compañero de trabajo de él, un anónimo ángel guardián del silencio en las bodas? ¡Guau-arf-wow; guau-arf-wow! El grandote repta en silencio hacia la puerta de la iglesia, alejándose del cura y de los novios, renunciando a presenciar el espectáculo, justamente, para salir en su defensa. “¡Guau—arf-wow; guau-arf-wow!”, lo recibe el perro incansable. El primo—compañero-ángel se saca su mocasín negro y con el poder silenciador de su taco, revienta a zapatazos al molesto can hiperlocuaz. La novia —radiante y frágil— y el novio —con la pera brillante de tanto afeitarse— sienten alivio: el perro dejó de ladrar y ya pueden besarse sin que ningún ladrido tape sus sí.

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