AGUAS (RE) FUERTES
› Por Facundo Di Genova
Ahí cuando el Riachuelo hace una curva peligrosa, entre el fumadero de paco al costado de la vía y el comedor comunitario de Alicia, en la villa 21 y 24 de Soldati, ahí donde superviven más de dieciséis mil personas, tres mil de las cuales son pibes de entre diez y diecinueve años, ahí donde el ochenta por ciento de los infantes convive con minúsculos parásitos dentro de sus cuerpecitos producto de toda la mierda que vuelcan refinerías, curtiembres y frigoríficos, ahí mismo, en el mismísimo culo podrido del mundo, El Vaca se gana la vida con su carrito cartonero, siempre y cuando no escuche el grito de sus vecinos, que de vez en cuando escucha, cuando alguno que está hasta las manijas de paco, pastas o escabio o simplemente cuando alguno quiere no más que cruzar los treinta metros de Riachuelo que separan la Ciudad del Conurbano, por entre la trocha angosta de un tren carguero, porque no hay puente, se mete sin querer en el cadalso. Es cuando El Vaca escucha: ¡Vaca!, ¡Vaca!, ¡venite Vaca!, ¡rápido! Y El Uruguayo, ciruja mutante, místico, negro, flaco, barbudo, fibroso, grita ¡Vacaaa!, y la mujer de Leo, que tiene un tatuaje atrás justo donde le empiezan las nalgas que dice Leo grita ¡Vaaaca!, y los Guardianes del Riachuelo que intentan limpiar lo imposible gritan ¡buscalo al Vaca cheee! y Alicia, que anda por ahí en el comedor donde una vez por semana se sirven unos ravioles con pollo más ricos que cualquier raviol con pollo de Las Cañitas piensa, ¿adónde estará el Vaca?, y sale del comedor, que da a la calle Luna, en el límite de la villa, y pregunta, ¿!Eu!, lo vieron al Vaca?: que otra vez quedó alguien justo en el medio de la vía cuando venía el tren... y si de pedo anda El Vaca por ahí, porque siempre anda buscando cartones por cualquier otro lado, ya sabe lo que le espera, y empieza a correr para la orilla, donde la vía, a metros del fumadero de paco, y se acuerda de hace quince años, cuando dos guardias de seguridad de la aceitera de enfrente que ahora está en ruinas lo obligaron a él y a dos amigos, nomás que para reírse un poco, como esos policías con Ezequiel Demonty, a tirarse al Riachuelo. Así aprendió a nadar El Vaca, por la fuerza, viendo como nunca más veía a su amigo, ahogado y desaparecido entre los camalotes y el agua negra venenosa podrida maldita. Cuando el Vaca escucha ¡Vaaaca!, escucha el llamado del amigo muerto, y corre por entre los pasillos de la villa, y llega al punto donde el desahuciado que saltó de la vía porque venía el tren pide por favor desde el agua venenosa, podrida, maldita. Se tira, lo rescata, rescata al amigo.
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