Historias mínimas
La única copia que le quedaba de Vida Monótona le sirvió una vez al Mosca para obtener lo indispensable. En los agradecimientos de la lámina del CD, entre muchos kioscos, figuraba el de Bigote, un vecino de Alsina, su barrio. “Era una época oscura de mi vida y andaba mal de guita. Quería fumar y tomar vino. Fui a lo de Bigote y le dije ‘Mirá... no tengo un mango, quiero dos cervezas, un vino y puchos. Este es el único disco que tengo... fijate que en los agradecimientos aparecés vos’. El tipo me dio la mercadería y me tomó el CD como pagaré. Era mi kiosco cheq”, revive hoy el cantante de 2 Minutos. Es que tanto él como los demás integrantes de la nueva formación de la banda punk –Pablo, Monti y el Papa– vivieron innumerables pasajes de sus vidas (densos, alegres, bizarros) en kioscos. La entrevista con el No, por supuesto, no podía ocurrir en otra escenografía: un kiosco que vende cerveza. Sentados en el piso, entre el pasto alto, toboganes destruidos y cuatro birras heladas, los cuatro tienen mucho que contar al respecto. “Desde que sos un guacho parás en kioscos”, introduce Pablo. “En una noche te puede pasar de todo –interviene Mosca–, desde pelearte hasta conocer gente copada y cosas incontables”. También levantes, proyectos y demás circunstancias. “En vez de ir a un bar, donde la cerveza está cara, nos juntamos ahí y combinamos ensayos, temas, etc. En el que paramos ahora –’el de Nico’– tenemos cuenta corriente. Es como el after-ensayo. ¿Cuántas canciones hay que en algún momento hablan del kiosco”?, pregunta Pablo.
Mosca y los suyos disfrutan enormemente de estar tirados tomando cerveza. Son las cuatro de la tarde, el sol pega muy fuerte y no hay nadie en la calle. Pero están felices. “Es un sentimiento bien argentino”, define Mosca y se toma un trago de cerveza. “Sí –asiente Pablo–, Argentina es como la patria kiosquera. En México olvidate de tomar una birra en la calle después de las 12 del mediodía... es como si te hicieras un pico de cocaína.” Entre trago y trago, Papa cuenta que Mosca se levantó un domingo a la tarde, salió del hotel, quiso comprar dos cervezas en un supermercado y no le vendieron. “Le dije al tipo ‘¡tengo más de 18!’, le mostré los documentos y nada. Hay una ley que prohíbe comprar alcohol después de las 12, hasta en los bares.” Mosca habla con conocimiento de causa: también estuvo del otro lado del mostrador. Trabajó 15 días en el kiosco de Pompeya que tenía Marcelo, el ex baterista, sobre la Avenida Sáenz. “Era un kiosco bizarro. Por un lado vendíamos alfajores y chicles, pero adentro había unas mesas con un baño.” Detrás del barcito, en el fondo, asomaba un baldío. “Era como una selva ahí atrás, imaginate lo que pasaba. Yo laburé 15 días atendiendo... se armaba cada hecatombe tremenda, era una locura. Peleas a granel, de todo. Muy divertido”, recuerda Mosca.