Jueves, 24 de noviembre de 2005 | Hoy
LA COSTUMBRE DE TATUARSE EN LA ARGENTINA
Antes era para diferenciarse, ahora es para pertenecer. Si sale una nueva ley, los dibujos en el cuerpo deberán hacerse con permiso de los padres, hasta cumplir la mayoría de edad.
Por Mario Yannoulas
A veces uno piensa que conoce bien a alguien hasta que un buen día descubre que bajo la manga de la camisa escondía el logo de Pantera, y que se lo hizo antes de verlos en Ferro en el ‘95. Por eso, y como ahora a todos se les ocurre hacerse algo, vuelve el body piercing, los tatuajes y la posible regulación de la actividad, esa que hace más o menos dos meses ocupó primeras planas. Algunos los usan como una declaración de principios, de amor o de gustos. Y de gastos, porque los ta-tuajes van de 40 a 2000 pesos, según el gusto. Otros lo toman como recuerdo de impulsos espontáneos y de corto sentido. Tito se acaba de tatuar una frase de Bob Marley que incita a liberarse de la esclavitud mental. “Lo escucho desde chico, y la frase tiene que ver con que soy surfer y cuando estoy entre las olas me siento libre”, explica. Facundo, en cambio, decidió ayer hacerse una golondrina y hoy ya están trabajando en su brazo. Dice que tiene tres, y que nunca supo por qué se los hizo.
Las tendencias, dicen, van cambiando. Sobre todo cuando la cantidad de consumidores aumenta tanto. “En cada temporada hace furor un diseño distinto. Hace ocho años eran todos delfines, después pegaron los tribales, y lo último son las estrellitas, sobre todo en las chicas”, detalla Mariano, dueño y fundador del famoso local American Tattoo.
La Galería Bond Street es uno de los reductos jóvenes más importantes de la ciudad de Buenos Aires. Ahí, entre tantos fetiches adolescentes, discos, sedas y remeras cool se erigen cerca de quince casas de tatuajes a las que acuden diariamente cientos de pibes –diría Santo Biasatti– dispuestos a dejar la billetera por hacerse uno.
¿Por qué los tatuajes y body piercing son símbolo de juventud? Quizá volver a casa con un aro en la lengua sea uno de los actos más comunes de rebeldía que pueda cometer un adolescente. Bueno... tal vez ya no. Hace unos meses, y después de que se empezara a hacer en La Plata y en Mendoza, en la Legislatura porteña se hablaba de regular la actividad. La Asociación de Tatuadores y Afines de la República Argentina (Atara) y trabajadores independientes se plegaron al proyecto presentado por la legisladora Beatriz Baltroc, del Movimiento Autonomía Popular, que exige la realización de un curso de capacitación y el requerimiento de una licencia habilitante para tatuadores. Igualmente, hoy la discusión está frenada por el juicio político a Aníbal Ibarra, por las muertes de Cromañón.
“Si se aprueba la ley, los padres van a tener que acompañar a sus hijos o autorizarlos por escrito junto a una fotocopia del DNI”, advierte Baltroc. Pero ley o no, muchos ya aplican la política de no trabajar con menores. Al menos eso dice el cartel de American Tattoo. “Nosotros pedimos que vengan con los viejos porque muchos tienen una mala imagen de nuestro trabajo. Después estarán de acuerdo o no con el tatuaje, pero al menos se quedan tranquilos en cuanto a la seguridad de sus hijos. Hoy, por ejemplo, vinieron dos chicas con una madre que vio cómo era todo, se tentó y se también se hizo algo”, apunta Mariano.
¿Qué dicen los clientes? A algunos les parece bien, como a Omar, un chico de diecisiete años que acepta con gusto llevar a sus padres hasta donde lo tatúen. Diego, en cambio, no podría tener dibujada la cara de su madre en el pectoral derecho al mejor estilo Pipi Romagnoli, porque ella misma le habría negado la autorización aunque todo fuera seguro.
¿Por qué hay que tener dieciocho o más para hacerse un tatuaje? Mariano responde: “Muchos chicos se quieren tatuar los antebrazos o las manos, y hoy no les jode porque los mantienen los viejos, pero mañana pueden perderse un laburo por eso. Cuando tenés quince años no sabés qué querés de tu vida, entonces por ahí venís, te hacés algo que es definitivo, y quizás hoy te gustan los Ramones y mañana Horacio Guarany”.
Parece, entonces, que si se quieren hacer las cosas bien, conviene consultar con los tutores antes de hacerse cualquier cosa, aunque sea pordiplomacia. Eso derribaría el primer intento de rebeldía. Ahora bien, ¿estas prácticas son aún ataques contra las convenciones sociales? Para Mariano ya no lo son. “Antes me tatuaba para ser diferente, ahora lo hago para pertenecer”, dice un tema de Social Distortion, su banda preferida, y él suscribe. Mira los motivos orientales que relucen en sus brazos y recuerda: “Antes te discriminaban, ahora todos tienen algo: un arito, un tatuaje. Es la influencia de la tele, y se da como en una banda de música, primero la siguen diez, después cien y después cien mil”.
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