Jue 02.03.2006
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LA BONOHOMIA DE BONO

El presidente del rock

› Por Santiago Rial Ungaro

¿Qué le pasa a Bono? ¿Es un iluminado o un ingenuo que simplemente está haciendo el payaso? ¿Es un héroe de la clase trabajadora o una estrella de rock pretenciosa y mareada por el éxito al punto de creer que puede cambiar el mundo con buenas intenciones? ¿Es Bono un engranaje más del establishment con delirios mesiánicos o un elegido que va a cambiar el curso de la historia? El tiempo dirá, aunque es probable que en la vida del cantante de U2 (nominado para el Premio Nobel de la Paz, y si no gana esta vez, será la próxima) haya de todo esto un poco y que él mismo lo sepa: incluso el título de su último disco How to Dismantle an Atomic Bomb establece una analogía entre su ego y la bomba atómica. Más allá del impacto real que tengan sus “encuentros con hombres notables” de la política internacional, Bono se siente un cruzado: hay que tener coraje y un espíritu quijotesco para abandonar su castillo de cristal de megaestrella del espectáculo y ensuciarse las manos con la política.

Aun a riesgo de quedar como un verdadero salame, o peor aún, como un títere de poderes que lo exceden, Bono se ha dado el lujo de juntarse a hablar con el presidente más poderoso (y más odiado del mundo) o de recibir audiencia de Juan Pablo II para aprovechar y regalarle sus anteojos oscuros y hasta animarse a bromear sobre su propio “complejo de Papa” y del “complejo de Estrella de Rock” del Sumo Pontífice. Todo entre sonrisas y como parte de una campaña que todos miramos con asombro. ¿Quién se animaría a criticarlo por compartir esas mesas? Al plantear los reclamos de justicia global al G-8 queda implícita la necesidad de buscar alternativas. Lo que no es mucho, pero es mejor que protestar haciéndose el rebelde. Bono, que siempre habló de Patti Smith pero que también le cantó a Martin Luther King, cree que alguien tiene que hacerlo: él.

En realidad, es lógico que Bono se la crea (o que crea en él): U2 es, desde hace décadas, una de las bandas más importantes del mundo. Sus recitales son ceremonias masivas y pacíficas (y carísimas). Si gente como Miles Davis, Bob Dylan, Johnny Cash, John Cale o el mismo Brian Eno expresaron su admiración y su respeto hacia U2 es porque en sus canciones y sus espectáculos arde un fuego sagrado. Hace poco, Bono comentó que Yoko Ono le dijo que, en sus comienzos, era el “hijo de John Lennon”.

Con tantos piropos célebres y un éxito impresionante a nivel ventas, Bono se maneja como una especie de Primer Ministro del Rock. Y es interesante verlo adoptar ese rol (que adoptó él solito) para retar a George W. Bush por lo injusto que es que los países más pobres del mundo no puedan vender sus productos en una economía liberal que invierte millones en autopromocionar las bondades del mercado libre, y plantear lo injusto que es que los niños tengan que pagar las deudas de sus abuelos. En definitiva, se trata de cuestiones de sentido común, pero en ese contexto tienen una influencia política y cultural imposible de calcular.

La pregunta entonces no es tanto por qué se la cree tanto Bono sino por qué le creen tanto los demás. ¿Le creyeron a Bono los que gastaron más de 300 pesos para verlos en vivo en México, Brasil y Chile? ¿Le creen los políticos o sólo quieren hacerse los progres? Claro que, antes y después, Bono (que viene de Chile, en donde Ricardo Lagos lo homenajeó dándole la “Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda” y que donó en Brasil una guitarra para el proyecto “Hambre Cero”, algo que Lula agradeció enormemente) es un hombre de fe. Y, se sabe, la fe mueve montañas. Montañas de gente y montañas de dólares. Es fácil burlarse de los brotes de mesianismo del cantante de U2 y de su compulsión por las frases célebres (en San Pablo dijo que Lula era “su héroe” y les prometió el hexacampeonato mundial), pero no hay que perder de vista que lo que distinguió desde sus primeros discos a U2 era la falta de ironía en una década que excedió (y mucho) la frivolidad de los ‘70.Lo que le pasa a Bono es casi lo mismo que lo que le pasa a cualquier artista-estrella masiva (que no son muchas): al manejar una energía que los excede, se exponen a la megalomanía más extrema. La diferencia es que Bono parece haberse tomado más a pecho que su situación de megaexposición le da también una responsabilidad, a la vez que una oportunidad, que interpreta como una misión personal para defender a los que menos tienen. Esos que jamás podrán comprar una entrada para ver a U2.

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