› Por Mariano Blejman
El cambio de perfil que viene disfrutando el Festival de Mar del Plata en los últimos años —dígase gestión Miguel Pereira, en adelante— ha provocado también una mezcla de públicos que sólo pueden convivir más o menos aceitadamente en un lugar como Mar del Plata. Aquí se juntan como agua y aceite las largas colas para ver las tetas de Moria Casán, con las también largas colas para sacar entradas para observar la última de Johnny To, o las rarezas de Lars Von Triers, o la última sobre Kurt Cobain (About a Son). Es más bien la incursión del “público Bafici” en el corazón del mundo de Bañeros 3, con todo lo que eso implica. Pero la convivencia no es fácil: hubo trompadas a un director de un film sobre sniffers (que supuestamente graban asesinatos reales); y varios padres escandalizados se levantaron de la proyección de O ceú de Suely, film brasileño de Karim Aïnouz con alto contenido erótico. Y ni que hablar de la vanguardista sección “Heterodoxia” de la cual más de un despistado salió corriendo.
Y en esta baficización (perdón por el neologismo) de Mar del Plata, se destacó en la primera mitad el show de Los Alamos y el extraño y potentísimo grupo dado en llamar El Mató a un Policía Motorizado, que cerraron la noche del domingo con la única “fiesta, fiesta”, aunque los acreditados al festival estaban furiosos porque había que pagar la bebida (algo que no había ocurrido hasta entonces). El set de Los Alamos pareció subirse al caballo del far west entonando melodías épicas y tonalidades sacadas de una película de Clint Eastwood [debe haber imágenes mejores, disculpe el lector el cansancio de cobertura]; set, decíamos, que fue seguido de un show contundente de El Mató... (acaso debería ser de ahora en más ese el nombre de la banda, como pasó con Los Redondos) quienes tienen la curiosa característica de no ser demasiado lindos (aunque en verdad no se sabe), de no mirar de frente al público y de dar la sensación de que si pudiesen tocar debajo del escenario, lo harían. Puesto que lo suyo es ser garajeros descarnados, a lo mejor les da miedo abrir la puerta del garaje. De lo más sólido que anda dando vueltas por el under.
¿Qué hubiesen dicho sus compañeros de Arco Iris en los ‘70, si les contaban que Gustavo Santaolalla iba a llegar al hotel Hermitage de Mar del Plata, y se iba a encontrar con el vicepresidente Daniel Scioli y la senadora Cristina K, y que en un coqueto salón iba a ser homenajeado junto a Lita Stantic (caso aparte del cine nacional) acompañado también del histórico italiano Mario Monicelli, por haber ganado dos Oscar en sendas películas hollywoodenses en años consecutivos? ¿Quién hubiese dicho, además, que en la puerta del Hermitage —bueno, eso es más factible— se iban a movilizar colectivos cargados de militantes peronistas (que seguramente no iban al cine sino a disfrutar de las bondades de ser saludados desde las escaleras por Scioli, un brazo en alto)? ¿Quién iba a decir que esa escena iba a ser vista por este cronista desde una pieza del primer piso del hotel que da al mar, y que estuvo tentado de abrir los brazos cual general? ¿Ah? ¿Quién?
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