Jueves, 5 de junio de 2008 | Hoy
A Shaman Herrera la mayoría lo conoce por el sombrero de copa que lleva a todas partes. Pero, en realidad, es más valorado por sus habilidades de productor musical, la capacidad para extraer de sus amigos lo mejor de sí mismos como músicos. De hecho, es el responsable del audio de los discos de El Mató. Y de los últimos discos de Sr Tomate, 107 Faunos y Prietto. “Creo que tengo un sonido propio, de poner mucha cámara. Aunque, en realidad, lo que espero es que estén buenas las canciones.” Pero Shaman Herrera (un nombre real, provenientes de sus padres hippies) cuenta también con su propia banda, Shaman y Los Hombres en Llamas (completan Tomás Vilches, el cantante de La Patrulla, en bajo; Tulio Simeoni en batería; más teclados y trompetas). La banda que tal vez más se diferencia del resto de la movida, pero de la que igual se siente parte: “Nos une que le ponemos alma a cada show y que no pelotudeamos. No nos interesa fabricar una canción para conseguir un hit”, asevera. “Folk del infierno”, los calificaron alguna vez en el sitio de Mandarina Records. “Yo pienso mucho en la Patagonia, mi lugar, y las historias que desarrollo trato de que sean en ese ámbito: la montaña, el mar, la arena, las playas.” Un mundo tomado de la realidad, pero también de la psicodelia. “Cuando empecé estaba muy flasheado con Syd Barrett. Y eso me llevó a Devendra Banhart, Nick Drake y también Violeta Parra.” Casualmente, Shaman descubrió hace poco al Miguel Abuelo de los ‘60, y sintió que lo conocía hacía rato. “Me encantó cómo canta el loco, su folklore, su manera de tocar la guitarra.” Shaman y los Hombres cuentan con un EP, Diadema, y están por sacar su primer disco largo, En el Mundo del Fuego. Ruta 3 más Clase B.
Lo primero que viene a la mente cuando se los ve en vivo es “Ah, son como los White Stripes”. Guitarra y batería. Rock a dúo. Pero no, son mucho más que eso. O, mejor dicho, distintos. Empezando por el hecho de que Maxi Prietto es un pequeño demonio de 25 años y no más de 1,70 que se enciende y agiganta a niveles imprevistos apenas enchufa la guitarra y empieza a dialogar con la batería de Mariano Castro, su hermano musical, de 39 años, que también se las trae. Entre ambos logran una química que incendia de electricidad y nervios cualquier lugar donde se presenten (en eso sí se parecen a Meg y Jack White). “Somos una banda que ensaya, pero que va más por lo de la sensación que por lo técnico. Si en una mano de truco te toca un siete de espadas y un cuatro, bueno, ese cuatro lo usás”, dice Maxi. Y Mariano asiente: “Nuestra filosofía es cómo hacer para sonar mal y que esté bueno”. Ambos coinciden, aunque discutan y se contradigan todo el tiempo: “No somos rockeros. No es que nos levantamos y grabamos en un estudio”, dice Maxi. “Sí somos rockeros”, lo corta Mariano. “No, rock es levantar cajas, tocar chamamé”, le contrapone Maxi, quien hace recordar a la sinceridad de Luca Prodan, a esas personas que se sienten plenos siendo sinceros con ellos mismos y los demás. “Nosotros sólo somos dos chabones que tocamos”, insiste. Y lo que queda claro es esa ida y vuelta pasional de esta banda que ya cuenta con varios discos “loufai”, un excelente epónimo álbum más cancionero, y por los menos dos himnos de “indie chabón”: Av. Corrientes y Verano fatal.
Son los más nuevitos. Pero no porque hayan empezado a tocar ahora sino porque hace poco “se pusieron las pilas”. “Cuando me encontré yendo a las 10 de la mañana a ensayar me di cuenta de que esto iba en serio”, dice Gato (Javier), uno de los dos cantantes de esta banda (Miguel en guitarra, Gastón en batería, Carolina en bajo y Pablo en farfisa y teclados completan la formación principal; luego hay amigos itinerantes) que básicamente es la pata cancionera, pero bien desprolija, del sello Laptra. Su epónimo disco debut tiene la frescura del mejor Flaming Lips –el de la “tapa naranja”, Clouds Taste Metallic, cuando aún no eran “serios”, ni “prestigiosos”– y la soltura de los primeros Guided by Voices. “El pibe que nos grabó no escucha mucha música. A lo sumo tendrá diez discos”, cuenta. Y dice que por eso no tuvieron problemas para grabar de la manera más natural posible: “Las guitarras enchufadas directo, el pulso de la batería a mano, sin metrónomo, y las voces espontáneas, como salían”. Y lo que salieron fueron trece temas llenos de coros, voces al unísono, percusiones al tuntún y guitarras que buscan una distorsión moderada, bien melódica y pop. Un disco alegre y contagioso que convoca al buen humor instantáneo de la mano de letras como “sentado en el cordón, tomando pepsi en lata” (de Calamar Gigante Nº 8) o la maravillosa Pequeña Honduras. Queremos más.
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