“No hay hechos, sólo interpretaciones”; redentor Nietzsche cuando lo dijo. Esta bolsa inmanejable de bemoles, imprecisiones, giros y azares que es Cromañón implica que cada quien predique su verdad, y cuando hay muchas verdades es porque no hay ninguna. No la hay y eso es vacío, como el fracaso de las religiones como orden y explicación unívoca de las cosas; o el de la ciencia, arrogante y soberbia, que poco pudo hacer para suplir aquélla. Desilusión ontológica, naufragio del ser, tiempos modernos. Cuando lo objetivo no existe, existen apegos incondicionales.

Subjetividades, caprichos, cabronadas, lindos amores, mierdas e insistencias. ¿Por qué entrarle duro a un simple fan de una banda de rock en este confín del mundo cuando no marcha parejo con la “Justicia”? ¿Por qué la pretensión de buscar todos los sinónimos gorilas posibles de “cabeza” para señalarlo? ¿Por qué enterarse de que “es”, con los hechos consumados? Hubo un grupo de rock que con sus canciones –horribles o no– hizo feliz a cierta parte de una generación, que no es la letrada. Puso algo curador en esa herida existencial. Y eso se paga, dado el mercado de valores del alma, con apoyo categórico. Blanco o negro, jamás gris.

Los desangelados de la segunda generación representan, cuanto mucho, la parte menos oída de una sociedad que aglomera y juzga jerárquicamente. Qué explica los hechos partiendo desde el living donde está la TV; o desde la Universidad, cuna de malditas estructuras; o desde la “superioridad” artística, o desde esa racionalidad que insiste en pretender una verdad inhallable. El seguidor de Callejeros, que en el Excursionistas anterior a la tragedia llegó a su máxima expresión, sigue devolviendo a interés usurero el sentido recibido y se hace cargo, como esa madre que perdona al hijo cuando el hijo se equivoca feo, e incluso es contumaz. Inexplicable, pero cierto... más que cualquier verdad de escritorio.