Jueves, 4 de junio de 2009 | Hoy
EL RITUAL SE AUTODESPIDE
Algunos piensan que “van a volver”, otros creen que si vuelven “no deberíamos ir”. Las tribus se reunieron para darse su propio adiós.
Por Lucas Kuperman
Pocas veces se vio al Monumental tan melancólico (más allá de los domingos, cuando juega el equipo local) como el sábado 30 de mayo. Todos están ahí por el mismo motivo: porque es el “último ritual”. El día no ayuda. A las cinco de la tarde hace mucho frío y la lluvia, que si bien es poca, no para de caer. Los piojosos ya están amontonados, esperando que se abran las puertas del estadio para correr a conseguir la ubicación en la valla. Bajando el puente de ingreso al campo, se ve un grupo de chicos agitando una bandera de Neuquén. “Seguimos a la banda a todos lados donde podemos. Hay algunos de Cutral-Có y otros de Neuquén. Fuimos a Santa Fe, a Rosario, a Mar del Plata, a todos lados”, sentencia Lucho Forestier. “Dicen que es el último recital, así que esperemos que explote, pero van a seguir Ciro y Micky. Eso esperamos, porque imaginate que es un sacrificio enorme para nosotros que venimos del Sur y vamos a todos lados, llegamos hasta Corrientes.”
Entre cánticos y algún que otro desmayado por los empujones, la presión o un elevado nivel de alcohol en sangre, a las 6 de la tarde se abre la puerta y empieza la odisea. Entre el piso que resbala, la lluvia y los apretones, algunos trastabillan, otros caen y les cuesta levantarse, ya que con los intentos se llevan rodillazos o pisotones.
En el ingreso, el personal de seguridad saca a un chico de la cola a los golpes, que grita: “¡Esta entrada no es trucha, loco, la compré en Locuras, déjenme entrar!”. El pibe sigue insistiendo, y la seguridad se pone violenta: más allá de algunos golpes y agarrones, le rompen la entrada en la cara. El fotógrafo del NO le pide que lo dejen pasar, mientras éstos siguen dándole y toma una imagen de un jefe de seguridad pegándole al chico. “Soy Fernández, ¿pero vos quién sos? Yo estaba sacando al pibe para que no le peguen”, se defiende. Posiblemente ése no sea su apellido, y la foto no dice lo mismo que su relato.
En las inmediaciones del estadio, algunos piojosos se congregan en un bar. Allí está Gonzalo Catenan, de Moreno: con 17 años, sigue a la banda hace dos, y espera que el recital sea una fiesta. Ezequiel Valeri también viene de Moreno y sigue a Los Piojos hace siete años: “El tema de la separación no nos gusta mucho. Por todo el tema que están haciendo las bandas como Soda Stereo o los Cadillacs, que seguimos desde muy pendejos. Por ahí es algo demasiado comercial y eso desmotiva mucho a la gente”. Sigue un amigo de Ezequiel: “Lo justo sería que no vuelvan más. Basta. Si en diez años vuelven a tocar siento que cuando tenía quince años iba ilusionado y de la cabeza a ver una banda, y me doy cuenta de que me cogieron diez años de mi vida. Si en diez años vuelven, no vamos... O vamos a tirarles las zapatillas”.
Entre sánguches de milanesas, pizzas y cervezas, los piojosos siguen dando vueltas por el bar, mostrando remeras, tatuajes y banderas. Otro grupo vino de Santiago del Estero, con Gastón, el Colo y Matuco: “Desde 2004 seguimos a Los Piojos. Tenemos muchas expectativas. Hicimos mil trescientos kilómetros para verlos. Vinimos en un bondi que andaba a dos kilómetros por hora y llegamos en 14 horas. Estamos disfrutando de toda la previa antes de entrar al ritual. Espero que no sea el último, por lo menos por unos años. Esperemos que vuelvan... Ojalá que vuelvan”.
El sacrificio piojoso lleva a cuestas una mezcla de sensaciones. Esa mezcla pone nervioso; no se sabe si disfrutar el show porque es el último, o no disfrutarlo porque es el último, si es sólo un verso que esconde intereses económicos, o si realmente la banda necesita un tiempo. “Espero que el show tenga temas raros, que cambien los que tocan siempre por otros que los piojosos pedimos. Me siento triste porque es una banda que forma parte del rock nacional desde que tengo uso de razón. Le va a faltar un pedazo enorme al rock porque además supieron crear un género y estilo propios. Nadie va a poder ocupar su lugar, aunque miles lo van a intentar. Así como nadie pudo ocupar el lugar de Los Redondos, ni los mismos músicos como solistas. Ser piojoso es compartir un idioma con miles que ni conocés. Es emocionarte con alguna letra y sentirte parte de eso. Es acordarte de los rituales y sonreír”, dice Guadalupe González, de 26 años.
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