Jue 09.07.2009
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CRONICA DEL CONCIERTO EN GLASTONBURY

Girls and Boys

Son las 21.30 del domingo 28 de junio y faltan apenas unos minutos para el primer concierto masivo de Blur en su regreso. Aquí, en Glastonbury, el clima está templado y muy embebido de sidra inglesa. El público del festival estuvo esperando este momento por años: exactamente once desde la última presentación de la banda sobre el escenario principal, el famoso y codiciado Pyramid Stage. Se siente algo de tensión en el aire, una mezcla de expectativa, excitación y temor. Mientras los técnicos terminan de armar el set up que anuncia un gran despliegue (coristas, cuerdas, vientos) y probar la impresionante puesta de luces que incluye una inmensa bola espejada, la frecuencia e intensidad de los gritos comienza a aumentar. Las pantallas gigantes indican “On next: Blur at 21.50”. De repente se apagan todas las luces y se dispara una primera ovación generalizada.

“¡Buenas noches! ¡Wooow, acá hay muchísima gente!”, grita eufórico Damon Albarn, con los ojos brillosos de asombro y emoción. Luego de una apertura conmovedora de la mano del primer single de la banda, She’s so High, comienza a sonar la melodía imparable de Girls and Boys. Entonces entra una batería seca y tan poderosa que parece querer ridiculizar la versión que todos conocemos, Albarn dispara las primeras líneas vocales y el público toma la posta de inmediato: “Girls who are boys / Who like boys to be girls / Who do boys like they’re girls / Who do girls like they’re boys / Always should be someone you really looooove”. Segunda ovación generalizada. Imaginen a 100 mil personas coreando el estribillo mientras bailan, saltan y se abrazan. Todavía no están ni cerca de darse una idea de lo explosiva que puede ser la versión colectiva de uno de los himnos británicos de todos los tiempos, aquella sátira de la cultura clubber inglesa que en 1994 terminó de darle a Blur la trascendencia planetaria que se merecía.

Siguen una versión impecable y muy up-tempo de Tracy Jacks, un There’s No Other Way a pura distorsión, para llegar a un derroche de tristeza épica con Beetlebum. Tercera ovación masiva. El público lo sabía, pero tal vez no lo recordaba con tanta precisión: Blur tiene tantas, pero tantas grandes canciones que el concierto se va convirtiendo un clímax constante. Los rumores eran ciertos: el cuarteto suena mejor que nunca, más frenético, sónico y explorador que en lo más alto de su fama. No hay nada en su sonido que haga pensar que estamos presenciando un revival nostálgico de una época clausurada. Sin introducción, llega un momento contemplativo, casi onírico, con Out of Time, algo de calidez doméstica con Coffee and TV y el público corea durante casi tres minutos el estribillo de Tender frente a la mirada atónita de la banda. “Oh my baby, Oh my baby, Oh why, Oh why...” “¿Cuánta energía les queda?”, pregunta Albarn después de haber dejado caer unas cuantas lágrimas arrodillado sobre el escenario. El público, una vez más, contesta con una ovación. ¿Qué número? Ya no importa: la intensidad del reencuentro lo absorbe todo.

La fiesta sigue con versiones sorprendentes de Country House, End of a Century, To the End, This is a Low y Popscene. A esta altura, hasta el más reticente se encuentra completamente hipnotizado por los cuatro londinenses. Con Parklife llega otro de los tantos momentos de gracia del show: el actor Phil Daniels, responsable de la parte narrada en la versión original, se sube al escenario. Y Albarn, claro, le deja las voces del estribillo enteramente al público, que canta desenfrenado: “All the people / so many people / they all go hand in hand / hand in hand through their parklife”.

De repente, la batería arranca muy despacio y de a poco aumenta el tempo, mientras todos gritan al unísono el “¡Woo... Hoo!” para que entre la guitarra de Coxon, más estridente y distorsionada que nunca, en una Song 2 memorable, que parece revivir por tres minutos al mismísimo Kurt Cobain. Falta poco para el final, todos lo intuyen, pero nadie quiere que esta sucesión de felicidad infinita se termine. Albarn dice, no sin algo de resignación: “Bueno, ésta es nuestra última canción”. Comienzan las cuerdas celestiales de The Universal, aquel homenaje al futurismo salvaje de Stanley Kubrick, y la voz de Albarn se funde una vez más con la del público: “It really, really, really could happen / Yes, it really, really, really could happen / When the days seem to fall throught you / well just let them go”. Y, como si se tratase de un momento de comunión perfecta entre la multitud y la música, la noche se apaga en otra larguísima ovación.

Nota madre

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