Jueves, 4 de noviembre de 2010 | Hoy
MILITANCIA ROCKERA
Por Mariano Blejman
Para la generación dorada del rock militante de los ‘90 (Los Redondos, La Renga, Los Piojos, La Bersuit), aquellos que a finales de la década se convertirían en bandas de estadio, el poder presidencial concentraba todo lo detestable de esta sociedad: en el tema Cutral-có del disco Arriba las manos, esto es el Estado (‘98), Las Manos de Filippi arengaban a las masas rockeras: “¡Hay que matar al presidente!”. La cultura joven venía de casi una década de pizza con champagne, de soportar a un presidente que había rifado la casa al mejor postor, que condecoraba a militares, y que no tenía problemas en reprimir cuanta movilización social se levantara. Ese mismo año, la Bersuit hacía explotar los recitales con el tema Sr Cobranza (también de Las Manos de Filippi: “Ellos tienen el poder y lo van a perder”). El rock de masas se sentía incómodo con el país, pero estaba cómodo en su lugar contestatario en el relato social. El aguante de La Renga cantaba “una bandera que diga Che Guevara, un par de rocanroles y un porro pa’fumar”, y ésa era una síntesis de militancia político-rockera con liberación personal. Así, en consonancia con el espíritu político, en la antesala de la debacle del gobierno de la Alianza, el rock militante alcanzó su ápice después de la crisis del 2001: aunque no era ése el único motivo, Los Redondos harían su último show en agosto de ese año en Córdoba, pero habían crecido tanto que ya casi no podían tocar en ningún lado; La Renga seguía creciendo mientras que Los Piojos y La Bersuit se convertían en bandas de Estadio. Después de la debacle del gobierno de De La Rúa y más tarde del de Duhalde, la aparición de Kirchner y con ello el kirchnerismo, descolocó a una buena parte del espectro rockero: el poder estrábico de la Casa Rosada ya no estaba en la vereda de enfrente, sino que había cruzado la calle. El rock como relato de época se volvió difuso, las grandes bandas se dedicaron a las canciones, y de la crisis a una cierta monopolización de los lugares para tocar, faltó, tal vez, algo de recambio generacional. “Hay que dejar de hablar del Che Guevara”, había dicho el Goy de Karamelo Santo a este suplemento a mediados de la década, al frente de una banda que se convirtió en Europa en símbolo de la resistencia contra el neoliberalismo casi por casualidad. Con esta historia sobre la espalda, no deja de ser impactante que el rock se sienta tan cómodo con el kirchnerismo –como lo han demostrado los comentarios de las encuestas de este suplemento desde 2003 y la producción de este número–. La plana mayor de los rockeros de Estadio se pronunciaron con congoja sobre la muerte de Néstor Kirchner, empezando por Andrés Calamaro, el artista argentino más popular del presente. A la luz de la inmensa cantidad de jóvenes que fueron a la Plaza de Mayo la semana pasada, tal vez habría que pensar si no fue Kirchner quien recogió el guante de la épica que supo construir el rock durante los años ‘90.
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