Jueves, 16 de febrero de 2012 | Hoy
LOS HIJOS DE LUIS ALBERTO
Por Juan Ignacio Provéndola
El grupo Menudo estaba de moda y el Flaco Spinetta concibió al clan Pechugo como una humorada. O, más aún, como un chiste familiar entre primos y hermanos: Lucas Martí, de 9 años (luego, espíritu de A-Tirador Láser junto a Migue García), Catarina Spinetta de 10, Valentino de 7, Dante de 11 y Emmanuel Horvilleur de 12 se formaron alrededor del micrófono del estudio Del Cielito para hacer lo coros de El mono tremendo, una de las canciones de Téster de violencia (1988). Fue un juego para todos, menos para los dos últimos: pocos años después, Dante y Emma repetirían la experiencia, despojándose de ternuras y contenciones patriarcales, para grabar Fabrico cuero, el primero de los siete discos de Illya Kuryaki and The Valderramas. La referencia lúdica, esta vez, estaba en las letras, posando las expectativas sonoras en la musicalidad de las palabras y sus combinaciones, muchas de ellas convertidos en himnos de la purretada argenta noventosa. Y así como lo hizo su padre con Almendra (Los Beatles) o Pescado (Led Zepp), Dante —a secas— también resumió en su carrera artística el espíritu musical de su época, contrabandeando rap con IKV, y hip-hop y reggaetón con sus tres discos solistas.
Hija de Luis Alberto, hermana de Dante, novia de Diego Tuñón, esposa de Nahuel Mutti. Para el copeteo periodístico, siempre fue más fácil encuadrar a Catarina Spinetta por la tangente, en la medida en que jamás existió epíteto capaz de definirla a la brevedad de una volanta. “Cata es medio deforme”, arriesgó alguna vez su hermano mayor, procurando el mejor piropo para precisar lo impreciso de una muchacha (hoy, mujer, qué tanto) que nunca quiso dedicarse a la música, “quizá por una cuestión de rebeldía” (aunque, valga decirlo, fue abanderada record en el colegio Julio A. Roca de Belgrano). Hasta que un día, claro, la sangre tiró de obvia, y entonces conocimos a DJ Catarina con vinilos y acetatos a cuestas, haciendo de residente en un boliche de Córdoba o cargándose con el warm-up de un show de Nonpalidece en plena playa de Villa Gesell.
Fue él quien, en nombre de su familia, envió el infaustamente célebre comunicado que hablaba de internación en una clínica porteña, enfermedad diverticular, medios buitres y bla, bla, bla (o “la, la, la”). Bajo el nombre de Leeva, en cambio, se desprende un dilatado periplo artístico que se remonta a 1993, año en el que fundó junto a su primo Alejandro Tocker el precoz dúo de hip-hop Geo-Ramma con el que grabó dos discos antes de desahuciarse de la industria discográfica. En ese entonces tenía trece años y tardó casi veinte en retomar vínculo con las estructuras orgánicas de la industria: fue en 2008, cuando editó Cuando C abra cada palabra (sic), ya como formato solista. Su referente siempre fue Spinetta. Pero no Luis sino Dante: compartiendo cuartos, discos y hasta el programa La guerra del audio en la trasnoche profunda de Rock & Pop, su hermano mayor fue el faro que lo orilló hacia las costas de suburbios neoyorquinos que, una noche, vivió cerca de su casa, cuando participó de la presentación del legendario clan rapero Wu-Tang Clan en el estadio de Obras.
¿Qué significa ser una nena mimada? Qué tu papá te regale algo exclusivamente a vos. Y que vos, luego, lo desprecies. Eso sucedió en 1999, tiempos de Los Socios del Desierto y el disco Los ojos, cuando el Flaco le ofrendó Vera (“sólo veo luz, son tus ojos que me miran, al fin”) y Vera devolvió la cortesía con una sonante cortada de rostro. Siempre recuerda una anécdota casera en la que Luis Alberto estaba tocando la guitarra, Dante devaneaba con Emmanuel Horvilleur y Valentino curtía rap; hasta que aparece ella reclamando a los gritos que acabaran ya de hacer tanto ruido. En casa de herrero... Y aunque quienes tuvieron la dicha de escucharla dicen que goza de notable talento para el piano y el canto, la gurrumina Spinetta prefirió explotar sus sensibilidades en la actuación: fue la hija de Germán Palacios en la tira Mitos y, casting de por medio, hizo en La viuda de los jueves el papel jugado de una fumona rebelde que es violada por el policía que la abastecía. Fue estudiante del colegio Ecos y amiga de varios chicos que murieron en aquel mentado accidente vial (en beneficio de cuyos familiares el Flaco tocó tantas veces). “No tengo miedo a morir sino a no vivir”, esbozó, al respecto, alguna vez.
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