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Desde Caracas, Venezuela

“Hay un mundo más allá, otro mundo más allá”, canta Devendra Banhart, quien brindó su primera entrevista a la Argentina justamente al NO, en 2007, en el tema Cristóbal, uno de los que componen el repertorio de Mala. El título de la canción está inspirado en uno de los primos venezolanos del cantautor nacido en Texas en 1981. Al mismo tiempo, Cristóbal Rísquez es hermano menor de Bernardo, con el que el artista estadounidense se inició en la música y compartió buena parte de su adolescencia en Caracas, a donde llegó a los cuatro años, por lo que frecuentemente lo menciona en sus entrevistas. Un día, mientras ambos cursaban la secundaria en el Colegio Jefferson, de la metrópolis caribeña, María Eugenia, la madre del entonces inminente príncipe freak folk, le dijo: “Nos regresamos”, lo que interrumpió un lazo intenso. “Como es un año mayor que yo, cursaba en otro nivel”, evoca Bernardo, en su casa, ubicada en el este de la ciudad. “Nos separamos a los 12 años, y desde entonces nos vimos esporádicamente. Recuerdo cuando vino con Bianca de CocoRosie. Era una chama bonita, pero muy oscura. Si bien siempre estábamos en contacto, sentí en aquel momento que nuestra relación ya comenzaba a ser diferente. Nunca teníamos media hora para hablar.”

Bernardo se estrenó formalmente en la música antes que Devendra, cuando sumó su viola al grupo caraqueño de trip hop Sur Carabela, con el que grabó Debut, en 2001. Luego deambuló por la agrupación de indie rock Pacífica y por el ensamble de electrónica Tulio Chuecos, hasta que conoció al austriaco Michael Lagender, mientras estudiaba Arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Con él concibió en 2008 el laboratorio pop Different Fountains. “Una vez que terminé la tesis, me fui a París, y más tarde a Bruselas”, explica el asimismo cantante y productor. Un año más tarde la capital francesa reunió a los primos de la manera más insospechada: “Estaba tan desesperado, porque experimenté una situación difícil, que le pedí ayuda a gente conocida de todo el mundo para tocar. Y el único que me dijo que sí fue él. Para su show en La Cigale puso como condición que Different Fountains fuera el acto de apertura. Devendra siempre fue cero pop. Si bien su música me parecía tan visceral que daba miedo, por lo que al principio me costó digerirla, esa fue la primera vez que lo vi en vivo. El concierto estuvo tan increíble que quedé muy impactado con su propuesta”.

A pesar del espaldarazo que le brindó Obi, segundo nombre de la celebridad del pop independiente, Rísquez nunca presumió de su parentesco. “Soy bastante antiparabólico con lo del oportunismo, aunque no soy tonto. Al principio decía que era mi primo porque era normal para mí. Sin embargo, ahora no sé si la gente es mi amiga por eso o porque realmente me aprecia.” En marzo del año pasado, en Los Angeles, se produjo el reencuentro tan esperado. “Ahí nos pusimos al día sobre nuestras vidas. Nuevamente hablamos de espina dorsal a espina dorsal. Estaba al tanto de lo que hacía y de su éxito. Pero me puso mal su distancia, pues era el único primo con el que me entendía.”

Desde entonces late la idea del proyecto conjunto. “Lo venimos hablando. La última vez que nos vimos le copié un disco con toda la música que considero importante. A mí, en lo particular, me gusta tanto tocar la guitarra eléctrica y rockear como mezclar e ir a una fiesta a bailar. No concibo distinción, lo que no quiere decir que no entienda que haya personas a las que no les gusta la electrónica. Sentía eso con él. No obstante, tras ese encuentro, me parece que ahora aborda la electrónica de una manera muy suya. Por más que pueda parecer ingenuo, creo que su interpretación es inteligente.”