”No aguanto más.” Cuando se le pregunta sobre el primer mundial de roller derby masculino, Pablo Esquivel se desespera. Jugador de los Thunderquads y, asimismo, capitán del seleccionado argentino, fue camionero, pintor y ahora trabaja como albañil. Entrena tres veces por semana y llegó a gastar mil dólares en unos patines Antik que compró por Internet. Entre tanto, en medio del reconocimiento de sus pares y debajo de la cinta de líder, el Messi del deporte sufre los embates del amateurismo: está lesionado de un brazo –producto de un empujón en pleno partido contra los Buenos Aires Conspiracy, el Boca-River local– y pagó, ladrillo por ladrillo, peso a peso, su pasaje a Inglaterra. Es que aquí no hay grandes marcas que patrocinen, no existen los contratos millonarios. Tampoco obras sociales. Ni siquiera hay apoyos estatales que sostengan a estos deportistas.
Aun así, pese a tales tribulaciones, este Messi de pecho ancho y porte de patinador sagrado está ilusionado, con muchas ganas y muy esperanzado. Siente que, a fuerza de voluntad y compañerismo, pueden dar un lindo espectáculo. “Ya está el fixture. Jugamos contra Estados Unidos, Canadá y Francia, pero debutamos contra los ingleses”, dice Esquivel, aka Optimuz Quad. “A Inglaterra le quiero ganar hasta en la bolita”, agrega.
–Falta tiempo para eso, pero creo que va a nivelarnos.
–Sí, claro: Thunderbird, Nicolás Manghi. ¡Es buenísimo y se gana a todas las minas!
–Que venga. Lo lindo es que no hace falta saber patinar para hacer roller derby. Se aprende, yo tuve que aprenderlo y lo hice.
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