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Una fotógrafa elige su foto favorita: Memphis, sin título (1969-70) de William Eggleston, por Rosana Schoijett
› Por Rosana Schoijett
La foto de la chica vestida de azul eléctrico es la primera obra que vi de Eggleston. Es una imagen con la que me sentí inmediatamente identificada. Me gusta esa calma apacible, de suburbio, la tarde otoñal y los colores pastel que conviven con la tensión de la chica. Sentada en el borde amarillo de la salida de autos, ella podría estar en un recreo laboral distendida, pero hay algo que la irrita y escapa a toda contención. Mira a cámara como sorprendida, molesta con el fotógrafo. Y a pesar de todo logra mantener la compostura y la elegancia. Eso me encanta: lo latente a punto de estallar, el presagio de la tormenta. La electricidad.
Ese vestidito: como una mini, le ves más arriba de la rodilla, pero en el pecho está totalmente cerrado. Es de un azul fuerte pero políticamente correcto, como los archivos que tiene sobre sus piernas. Anillo azul, zapatos azules, chatos, cómodos, funcionales, época de mujeres que salen a trabajar y ¡ese peinado! Como recién salido de la peluquería o de una serie de los ‘60. Casi una foto de moda. Porque ella está demasiado producida para una tarde de pueblo. Es algo perturbador. ¿Qué está haciendo ahí, con esos papeles? ¿De dónde salió?
Leía por algún lado que las fotos de Eggleston son como pruebas, testimonios que se podrían presentar en un juicio.
Finalmente, casi saliendo del cuadro, está ese caño, una especie de alter ego de ella, o su espejo: una columna que lleva una cadena enroscada. Al estar cruzada de piernas y con esa mano en movimiento, la chica también parece encadenada, enroscada sobre sí misma, en una tarde preciosa. Lo interesante es que no ves el caño a primera vista. El azul y el amarillo se vienen tan adelante que el caño aparece mucho después, como un sonido que viene desde muy lejos y que de pronto pasa al primer plano.
Es esa ambigüedad contenida lo que me fascina de la foto. Y algo de eso también busco en mi trabajo. Una superficie aparentemente agradable donde empiezan a aparecer cosas a medida que vas mirando. Algo que te atrapa, que te habla, que te dice que sigas mirando que hay mucho más para ver.
No tengo muy en claro cómo llegué a esta foto. Creo que la vi en la casa de una amiga. Mi encuentro con Eggleston fue tardío, no estuvo en los inicios de mi formación. Después de tantos años de cruzarte con imágenes impactantes una no se hace fan tan fácilmente. Sin embargo, la foto me produjo el mismo extrañamiento que me provocaron las primeras imágenes de los clásicos, aquellas con las que una se fue metiendo en la fotografía y ya no pudo escapar.
Cuando empecé a leer más sobre quién era Eggleston entendí algo de lo que me pasaba con sus fotos: el tipo carga con esa potencia de los que inician algo, los que cambian una época, en su caso fue el paradigma del blanco y negro, por eso ahora se lo llama el padre de la fotografía color, un género que hasta entonces se consideraba vulgar.
El mismo Eggleston solía decir que estaba en guerra con lo obvio. Y sigue vivo. Mándenle saludos.
William Eggleston nació en Memphis, Tennessee, en 1939, y toda su vida y obra viene transcurriendo en el sur de Estados Unidos. Sus temas siempre fueron los habitantes de Memphis y Mississippi: amigos, familias, asados, jardines, triciclos. Pero siempre con una tensión escondida. Su fotografía fue comparada con Terciopelo azul (1989), la película de David Lynch donde la evidencia del mal se esconde bajo el suave césped de los suburbios.
A mediados de los ‘60, Eggleston comenzó a usar películas color que hasta el momento sólo se usaban en publicidad y periodismo. Solía visitar laboratorios comerciales y robar imágenes a los fotógrafos amateurs para adoptar el mismo estilo de composición popular. En uno de estos laboratorios descubrió también la técnica de copiado “dye transfer” que se usaba en publicidad y que le proporcionaba el altísimo nivel de saturación del color, tan característico de su obra.
Sus fotos siempre parecen estar tomadas desde la cama, la bañadera o el piso, y rinden culto a las formas más emocionales e intuitivas. Casi la mirada de un niño que descubren situaciones u objetos que nunca hemos visto conscientemente.
Eggleston soñaba con convertirse en un “ojo de insecto”: quería ingresar en el corazón mismo de lo mundano. Por eso la crítica lo acusó de banal.Durante sus viajes, dejó de mirar por el objetivo de la cámara y empezó a disparar a ciegas. “Eso te hace sentir libre. Sostener la cámara en el aire como si tuvieras más de dos metros de altura. Así se puede mirar más intensamente”, dijo alguna vez.
En mayo se cumplen treinta años de la primera muestra de fotografía color que se hizo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Fue una muestra de William Eggleston. Esa fecha es considerada hoy como el ingreso oficial de la fotografía color en el mundo artístico.
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