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Un dramaturgo elige su película favorita: Ricardo Bartís y Pat Garrett y Billy The Kid (1973), de Sam Peckinpah
› Por Ricardo Bartis
Pensé en elegir Al fuego los bomberos, de Fordman; El dependiente, de Favio; y también Maridos, de Cassavetes, con todas esas chicas en Londres y ese comienzo tan excitado que deriva en un estado melancólico, de lágrimas y despedidas amorosas. Pero me quedo con Pat Garrett y Billy The Kid, de Sam Peckinpah. Es una película de los ’70, muy poco conocida, una película de cowboys, pero con un fenómeno muy singular: Bob Dylan hace un personaje que es una especie de narrador y testigo de toda la historia. Además, la banda sonora de la película también es de Dylan, con algunos temas absolutamente extraordinarios.
La historia es muy simple: Pat Garrett (James Coburn) y Billy The Kid (Kris Kristofferson) se han pasado años robando bancos. Pero el Estado, como producto del progreso, impone una política de negociación y contrata a Pat Garrett para matar a sus ex compañeros. Entonces Garrett viaja hasta Nuevo México, donde se encuentra la banda diseminada. El grupo es tratado por el director con cierto romanticismo: la banda no puede insertarse en los nuevos tiempos, no puede abandonar su actividad de rebeldía.
En cambio, el personaje de Pat Garrett sólo quiere envejecer en paz, quiere llegar vivo a la vejez. Por eso acepta la misión con dolor, con la conciencia de estar traicionando no sólo a sus compañeros, porque debe matarlos, sino que también debe traicionar sus sueños, sus ideales de juventud. Y cargará, literalmente, con su decisión.
Hay una secuencia muy bella, durante la cual se escucha “Golpeando las puertas del cielo”, de Dylan, en la que Pat Garrett se tirotea con la banda. Es una larga secuencia de búsqueda en un rancho, donde el protagonista se habla con dos de sus ex compañeros. Hablan de los tiempos pasados e ironizan sobre la situación que viven. Es una secuencia muy bellamente filmada. Peckinpah logró darle un rango poético a la violencia en el cine norteamericano; pudo encontrar, dentro de un lenguaje clásico, como puede ser una película de cowboys, una grieta para proponer una mirada sobre un conflicto existencial enormemente complejo: qué cosas se pueden sostener con los actos y cuáles no, el enfrentamiento entre las aspiraciones y la demanda social.
Es una escena muy triste. Hay un hombre que se está muriendo al lado del río, un hombre que Pat Garrett ha tiroteado, y que está con su mujer que lo ve morir. En el rancho hay alguno que está en los techos y otros por ahí atrás. El movimiento a veces es muy cerrado y a veces la escena se abre y una cámara alta toma todo desde arriba. Es el atardecer y todo es muy bello y al mismo tiempo muy calmo. Hay una violencia poderosa, no solamente por la presencia de la muerte sino por quien la produce.
Vi Pat Garrett y Billy The Kid por primera vez en los ’70. Después la volví a ver una o dos veces. Y siempre me conmovió enormemente esa formulación tan melodramática de la traición y la muerte en manos de compañeros. Pero también sentí que había una situación de cierta irresponsabilidad en el personaje de Billy The Kid en relación con su propia muerte: él no puede creer que su ex compañero vaya a matarlo. No termina de aceptar esa idea, no puede cambiar, no puede abandonar el barco. Todo eso siempre me resultó muy resonante; en principio, de algún problema individual: qué se cede para no morir, qué de vital de uno se cede para poder envejecer en paz. Y, ahora que lo pienso, me parece que en esa escena también resuena algo de este país, algo del orden de la traición, pero mucho más complejo. El personaje de Coburn no es meramente un traidor: él padece terriblemente su lugar, lo sufre literalmente. En el film se lo ve cada vez más viejo, a pesar de que la razón por la que acepta su misión es para tener una vejez tranquila. James Coburn es un actor muy raro, al que aprecio particularmente. Fue parte de la escuela de Michael Chéjov, sobrino de Anton Chéjov, que formó una serie de actores muy influenciados por el cine japonés, los movimientos precisos y casi coreográficos.
En Pat Garrett y Billy The Kid, por sobre todo, está la voz de Dylan. Su música es algo imposible de separar de la película, que tiene muy pocos diálogos. La producción musical es excepcional y varios de los temas son realmente fantásticos. Las versiones que grabó Dylan más tarde no tienen esa contundencia.
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