Dom 13.01.2008
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FAN › UN PINTOR ELIGE SU PINTURA FAVORITA

El indiscreto encanto de la burguesía

› Por Juan Tessi

A John Singer Sargent lo descubrí un poco por mi hermano mayor, que era fanático de la cultura eduardiana: creo que vio una retrospectiva suya cuando vivíamos en Perú y quedó obsesionado. Cuando me fui a estudiar a Estados Unidos tuve la suerte de poder ver una muestra en la National Gallery en Washington. Yo estaba estudiando en una escuela con un claro enfoque contemporáneo, y fuimos a ver la exposición con una profesora, de formación abstracta, que nos llevaba más que nada para reírnos del tipo; como para decirnos: “¿Ven? Esto es lo que no hay que hacer”. Y en ese momento me di cuenta de que me fascinaba pero no lo podía decir, parecía que estaba mal decirlo.

Es cierto que Sargent no aportó nada en lo que hace a correr los límites de la pintura hacia el arte contemporáneo: era un artista burgués que se dedicaba a documentar su época. Alcanzó la madurez de su carrera como retratista de sociedad, de las altas burguesía americana, parisiense e inglesa. Si a eso se le suma el hecho de que era un virtuoso que hacía alarde de su talento, según el canon contemporáneo es irredimible.

A mí, el virtuosismo no me interesa para nada; pero Sargent tenía una facilidad, una soltura, un dejo y una gracia para la pincelada, casi coreográfica; ves sus cuadros y es como si estuviera practicando esgrima con el óleo. Tiene una pincelada frenética, desenvuelta, desdibujada y casi abstracta cuando te acercás, y cobra vida cuando te alejás –que es un poco el criterio del impresionismo: todo cierra cuando te distanciás de la obra–. Estos trazos en la cortina del fondo son apenas diez golpes de pincel; la crítica de la época le marcaba ese nerviosismo, que para algunos críticos funcionaba, y para otros no tanto.

Esta pintura en particular, la del Doctor Pozzi, la hizo dos años antes de presentar un retrato muy polémico en un salón francés, por el que se iría de Francia y se radicaría en Londres: fue una especie de gol antes de la caída. De hecho, su presentación la hizo en Inglaterra, donde se le achacó el exceso de chic y de elegancia asociado con París. Luego sus retratos londinenses fueron mucho más sobrios, más cuidados.

De Sargent me fascina además su sentido del humor, su habilidad para desplazar la pintura, cómo maneja el óleo y la materialidad con una sensualidad que se ha visto poco en los siglos XIX y XX. Tiene una soltura que no encontrás en sus contemporáneos de la Belle Epoque, en ese reducido grupo de pintura burguesa al que pertenecía, y que a mí me interesa porque habla de cómo se iba conformando la sociedad de la época, por lo no contemporáneo que tiene. Es interesante que el retrato como género esté tan bastardeado hoy, al punto de que lo que le queda es un carácter nostálgico: el tipo plasmó un modo y una época totalmente perdidos, sus tiempos y su elegancia. En la burguesía victoriana había una búsqueda de la belleza, un cuidado de las formas, que era casi ridícula. No es que yo haya investigado mucho la burguesía de esos tiempos, pero sí su pintura y sus objetos, y en ellos se ve eso: en algunos círculos pareciera que se vivía para rodearse de belleza, haciendo que todo elemento alrededor, con función o sin función, fuera trabajado, noble. Hoy parece absurdo pensar en priorizar la belleza por encima de la practicidad de las cosas. Y a mí me obsesiona aquella idea de priorizar la belleza. Los cuadros de Sargent dejaron constancia de esta búsqueda, desde la forma y las poses. Y en éste ensalzó la belleza de Pozzi; que según el título está “en su casa”, pero de su casa casi no hay detalle: parece que estuviera en la Scala de Milán. Sólo se ve el cortinado, y la bata que usa, pero uno sabe que detrás de ese cortinado hay, seguro, una escultura grecorromana auténtica, y eso es lo que hacía Sargent: lograba explayarse más allá de los límites de la tela dando cuenta casi absoluta del sujeto retratado y su entorno.

Me encantaría que hoy pudiera verse algo con la nobleza, la calidad y la elegancia de la obra de Sargent, con esa mirada perspicaz, audaz y graciosa con la que también retrató a nuevos ricos comerciantes –en retratos tan exacerbados que te permiten distinguirlos enseguida de los lords, porque exhiben un despilfarro de telas y jarrones chinos–. Sargent era un observador muy agudo; tenía talento, captaba la idiosincrasia de la época como pocos y además era lúcido. ¿Y qué es lo que más te pide el arte contemporáneo? Que seas lúcido para retratar tu momento. No fue un gran innovador, pero si hoy también el arte está repleto de citas, la obra de Sargent ya en el siglo XIX estaba repleta de citas de Van Dyck o Velázquez. Con su lucidez y esa referencialidad, en algún punto era más posmoderno que los posmodernos. Con todo lo malo que puede sonar la definición “retratista virtuoso”, yo creo que puede ser más vigente hoy que muchos de sus contemporáneos. Pero claro, esto es una visión muy personal.

El Doctor Samuel Jean Pozzi en su casa
John Singer Sargent

1881
(Oleo sobre lienzo, 203 x 102 cm)
Armand Hammer Museum of Art, UCLA

John Singer Sargent (1856-1925) fue el retratista más exitoso de su época. Nació en Florencia, de padres americanos, y pasó la mayor parte de su vida en Europa. Se dice de sus retratos que expresan como pocos la personalidad de sus modelos. Sus admiradores lo comparan con Velázquez, que fue su mayor influencia, como queda a la vista en el cuadro Las hijas de la familia Boit (1882). Expuesto en el Salón de París en 1884, su retrato de Madame X le valió el escándalo por el que se mudó a Londres.

En cuanto al retrato del Doctor Pozzi, Tessi destaca que “Sargent tenía un sentido del humor muy afinado, como queda claro también en este cuadro: el Doctor Pozzi era ginecólogo y uno de los cirujanos más importantes de su época. Refinado y bien parecido, no por nada Sargent elige vestirlo como una especie de Satanás; de una pintura de El Greco está sacado ese gesto de la mano en el pecho, que significa sinceridad, solo que acá está usado irónicamente: Pozzi formó parte de una secta decadente que se llamó La Liga de la Rosa y se le atribuyen romances con figuras como Sarah Bernhardt, entre muchas otras. Sargent se manejaba en círculos que le daban acceso a esta gente, y aunque muchas fueron comisiones, era él quien se acercaba a sus modelos con el fin de retratarlos”.

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