Estaba en el tercer año de Bellas Artes, investigando para un ejercicio de sistemas de composición cuando encontré en un libro de la biblioteca de la escuela la Ciudad Hidroespacial de Gyula Kosice. Tenía el manifiesto y un boceto que mostraba una suerte de nave espacial con divisiones categorizadas según su función.

Al principio solo me detuve en el título: Ciudad Hidroespacial. Quedé inmediatamente fascinada. Me hizo sentir que estaba más cerca de acceder a la vida en otros planetas, de encontrarme con extraterrestres o con un futuro espacial inminente. Mi impotencia ante la certeza de otras formas de vida y la imposibilidad de conocerlas me hizo sentir que había encontrado un aliado. Tiempo después, esta sensación se extendió cuando Lionel Pinola me hizo la taza que decía “ciudadana hidroespacial”.

Pronto pasé a leer su manifiesto. Busqué más y más material sobre la ciudad, pero me encontraba siempre con lo mismo: el manifiesto, un par de planos y algunos bocetos de acrílico. Seguía fascinada y quería saber en qué estado se encontraba el proyecto. El libro era del año 1990, y pasados once años pensé que la ciudad ya podría estar avanzada, que quizás ya existía y podría visitarla o que estaría en construcción.

Decidí entonces escribirle a Gyula Kosice y pronto fui a verlo. No me dijo mucho más de lo que yo ya había leído, pero hizo hincapié en que las obras conceptuales no tenían ningún valor, que solo los proyectos realizables lo tenían. Yo continuaba preguntándole sobre esa ciudad hidroespacial, pero obtenía las mismas respuestas. Antes de irme, me regaló dos libros suyos, cariñosamente dedicados.

Cuando salí, estaba desilusionada y contenta. Las respuestas a mis preguntas no estaban en el plan de Kosice. La obra se transformó pronto y sin saberlo en el mapa de una ciudad perdida de la que yo debía trazar el camino para conocerla. La obra no estaba en el despliegue de detalles sino en el deseo de hallarla, imaginarla, evocarla acá, por la tierra.

Este encuentro sobre todo me llevó a afirmar la paradoja sobre la cual se sostiene este trabajo: presentarse como un proyecto realizable y no dar cuenta de cómo hacerlo. La carencia de especificaciones presenta a la ciudad como una entidad viva, parte de la mente es abducida hacia ésta, y desde entonces siempre se está aquí y allá. Tener ganas se vuelve un estado poético, habitar el mundo, la posibilidad de una creación constante.

La ciudad hidroespacial parece empujar a que el humano cese la inercia emocional ordinaria y se descubra distinto en cada lugar. Una suerte de exaltación de la condición humana como posibilidad de autocreación y descubrimiento.

Pico de la Mirándola hace decir a través de Dios que el hombre tendrá la función y la forma que desea, podrá ser mortal o inmortal, del cielo y de la tierra... Habitar el pensamiento, reírse a carcajadas de los límites, esto sucede a veces, pero ¿y si esos momentos pudieran ser lugares? ¿Sería ésa la instancia en la que el arte y la vida pueden ser la misma cosa?

Qué tranquilidad me da saber que la ciudad no es una obra conceptual, que no se trata solo de un proyecto.

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Nacido en la ciudad de Kosice, Hungría –actualmente República Checa– en el año 1924, Gyula Kosice es un escultor, plástico, teórico y poeta que participa activamente en el escenario artístico argentino desde la década del ‘40. Fue cofundador de la Revista Arturo en 1944, el mismo año que crea la escultura Royi, cuyas partes de madera articulada pueden moverse. Integra el movimiento de vanguardia Arte Concreto e Invención y más tarde el grupo Madí, con otros artistas como Rothfuss y Arden Quin.

En 1949 crea la escultura hidráulica y desde entonces utiliza el agua como elemento esencial en sus obras. Ha publicado más de 15 libros entre ensayos y poesía. Sus producciones artísticas figuran en museos y colecciones privadas de Argentina, Latinoamérica, Estados Unidos, Europa y Asia.