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Estrellas de toda calaña, mantas artesanales y los mejores tragos.
Por Cecilia Sosa
La primavera está entre nosotros y siempre pide nuevos lugares donde dejarse acariciar por el sol. Radar, siempre alerta, regala un combo primaveral que combina terrazas, un hallazgo junto a las vías y hasta una excursión a un club de campo del Gran Buenos Aires para airearse bien recomendados.
Casi clásico para el mundillo top, pero guardando cierto aire de imprevisión, El diamante es la última creación del magnético Sergio De Loof: un bar en el primer piso en la esquina de Malabia y El Salvador al que se accede infiltrándose por un local de ropa top. Si la primera escala no propone mayores novedades que la distinción de una gran bola de disco, santitos custodiando mesas y alguna celebridad de segunda línea haciendo campaña desde algún rincón, todo control y disciplina tienden a desvanecerse al trasponer el telón y enfilar por la estrecha escalera que conduce a la terraza. Qué maravilla: dionisíacas plantas creciendo en estado semisalvaje, mesas y sillas del jardín más soñado, murales mexicanos, algunas sombrillas desgreñadas, una barra con artesanía de origami boliviano, extranjeros untándose protector solar y hasta el propio De Loof horrorizado ante tanto descuido regando las plantas a manguerazo limpio. Casi suspendida en el cielo de Palermo, con su cuota de estrellas más que terrenales y su jaula sin pájaro, la terraza de El diamante es un lugar ideal para esperar la caída del sol deleitándose con alguno de los tragos de Norman Barone, el nuevo bar tender de la casa que abre la temporada con un cóctel de frutillitas hot, peruanísimos y violetas.
A precios más que considerables, El diamante también ofrece tapas y súper principales. Los musts: ojo de bife con chimichurri o salmón rosado que llega con maíz y puerros. Y si la nochecita refresca (o el sudor frío no pasa aún rato después de llegada la cuenta), reclame una manta artesanal: son abrigadísimas, monísimas y le darán encanto irresistible.
El diamante queda en Malabia 1688, 1º piso, 4831-5735. Abre de lunes a sábados de 12.30 al cierre.
A pasos de la estación Coghlan, una encantadora parrillita que deslumbra con sus platos caseros, abundantísimos y a buen precio.
Por C.S.
¿Qué más lindo que sentir el arrullo del tren mientras se saborea unas mollejitas con ensalada verde? A pasos de la estación Coghlan está Vicente, una encantadora parrillita, todavía secreta para los que no son del barrio, que saluda desde una esquina color mostaza donde mueren dos calles con nombre de doctor: Rómulo Naón y Pedro Ignacio Rivera.
Aunque el salón es alegre, cálido y confortable, las mesitas en la vereda ofrecen la oportunidad inigualable de comer al aire libre sin temor a quedar sepultado bajo el humo de algún colectivo. Viejos candelabros para la noche y sol sin sombrilla durante el día, una atención sorprendentemente cordial y platos definitivamente enormes arman un combo casi imbatible y más que variado. A elegir entre los ravioles caseros de calabaza, los bifecitos de lomo a la mostaza con papas cubé (casi un inevitable del lugar), el bife de chorizo con ensalada rusa o las ensaladas de simpáticos nombres propios (Pequeña Lulú, Alexis o Tía Gaby). Y lo bueno es que los platos no suelen pasar de los 10 pesos. El cuadro es tan ideal que una noche de lunes Vicente arde de trasnochados que no piensan en un mañana y se deleitan ante una nueva botella de buen vino.
Aunque parezca no tener precedentes, el primer Vicente lo abrió papá Zenker en una esquina del remoto barrio de Mataderos allá por 1981. Le puso el nombre del vecino que prestó las primeras mesas y sillas. Hace cuatro años, sus tres hijos continuaron la tradición y abrieron sucursal en Coghlan, otra en el balneario de La Lucila (que abre sólo en temporada), y hace cuatro meses, una última en Belgrano dedicada sólo a pastas.
Y aunque en todos se respira el mismo aire de familia (de buen comer), no hay como llegar a la mágica esquinita de Coghlan, y después de un buen plato, pasear por la calle de adoquines hasta la hermosa placita que anuncia la vía.
Vicente queda en la esquina de Pedro Ignacio Rivera y Rómulo Naón, 4542-4025.
Antipasti, insalata y mucha pasta fatta in casa para comer al sol o bajo las estrellas.
Por C. S.
En la más cálida y anaranjada esquina de Humboldt y Gorriti, Tatana ofrece no una sino dos terrazas para comer al aire libre. Una en alto, otra en tierra; pero ambas con hermosas sillas y mesas de madera estilo campestre que ofrece solarium de día y romántico marco para una cena con velas y estrellas. ¿Qué comer? La más moderna y sabrosa cocina italiana. Sí, en Tatana, gran parte de las materias primas llegan de la vieja Italia: la pasta, el aceite de oliva, el aceto y hasta el café, negrísimo y Lavazza. Y todo es preparado y servido por una animosa troupe de treintañeros entregada a la gastronomía y que va por su tercer verano en Palermo.
Para empezar a estudiar la carta (que llega en estricto italiano con mínima ayuda para los patriotas), tibios pancitos caseros para untar a piacere en una salsa irresistible de cebolla ahogada en vino tinto, miel y aceto. Ahora sí, todo listo para elegir entre los antipasti, los carpaccios, las insalatas, la pasta asciutta y la fatta in casa. En estricto castellano hay que decir que un almuerzo se cotiza entre 15 y 20 pesos y entre 30 y 40 una noche bajo las estrellas. En cualquier caso, los postres son italianos de veras. ¿Cómo resistirse a un tiramisú si viene tutto relleno de auténtico mascarpone? ¿Y qué mejor que un pannettone al forno, una especie de pan dulce sumergido en salsa tibia de sambayón para empezar a ensayar las Fiestas de la mejor manera?
A diferencia de los modos cada vez más estrambóticos de Palermo, en Tatana encontrará una atención amable, pragmática y tan veloz que casi no le dará respiro. Tómese su tiempo y descubra esos detalles de la más pura coquetería. Sí, en Tatana hasta el limón viene delicadamente envuelto en gasa. Imítelo y sólo elija terraza al cielo o a la tierra.
Tatana queda en Gorriti 5516, 4779-9267. Abre de lunes a domingos mediodías y noches. Domingos sólo mediodía.
Club de campo con golf, sulky, laguna con patos y comidas caserísimas en General Rodríguez.
Por Laura Isola
El límite borgeano, un poco geográfico, un poco filosófico, entre la ciudad y el campo se ha corrido tanto que podemos acordar que ya no existe. Sin embargo, con un poco de indulgencia sobre el nuevo paisaje de accesos y autopistas, las casas bajas en los bordes de la ciudad que se desintegra en la llanura aparecen y reconfortan, a tal punto, que la ficción de estar en el campo es posible.
General Rodríguez, a 51 km por Acceso Oeste de la ciudad de Buenos Aires conserva esa fantasía de salirse un poco de tanto cemento y rascacielos. El Nacional, un club de campo de la zona, refuerza esta posibilidad. La primera particularidad del lugar es la de no sufrir de la paranoia del encierro al aire libre y hacer de su entrada un buen recibimiento. Pasar el día allí no es cosa de propietarios y un buen asado en el restaurante de la casa Julio Cortázar, centro neurálgico del lugar, es casi para cualquiera. También un vagón de tren sirve de escenario para una parrillada, deliciosas pastas o un criollísimo sándwich de chorizo. Las verduras, hortalizas, huevos, leche, son de producción local: ahí mismo hay una huerta orgánica que se puede visitar y hasta, en horarios especiales, darles de comer a los animales de la granja u ordeñar alguna vaca. No falta ni laguna con patos y bote para una vuelta y un sulky que recorre todas las instalaciones con un leve ruido de cascos de caballo. Los niños están de parabienes con los juegos de plaza y actividades recreativas y los golfistas tienen para entretenerse con el campo de golf de nueve hoyos.
Desde la elección del nombre del lugar, pasando por los escritores argentinos que prestan apellido para las calles del complejo, todo en El Nacional refuerza una idea sobre la argentinidad, sobre lo nuestro, que como el hecho de estar en el campo, parece, es posible construir cada vez que se quiera.
El Nacional queda en Acceso Oeste km 51, bajada ruta 28, Gral. Rodríguez, Av. Italia hasta su finalización y doblar a la izquierda 2700 metros. O 4382-0151, www.elnac.com
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