SALí
Por Julieta Goldman
Guido’s Bar es un clásico de Palermo y de la cocina italiana. Clásico porque en marzo cumple veintisiete años en el barrio y su ascendencia italiana está a la vista: frases y proverbios en italiano en las paredes, un cambalache de objetos y fotos y un anfitrión con delantal en la cintura al que llaman El Tano, es hijo de calabreses y su voz nada tiene que envidiarle a Don Vito Corleone.
“El que sabe comer sabe esperar”, testifica uno de los tantos refranes decorativos. Casi como un mandato la consigna es sentarse y comer relajado hasta reventar. Pero no los platos que se seleccionan normalmente a partir de un menú. En Guido’s existe un pacto implícito, de total entrega del cliente y que supone dejarse llevar por las preparaciones que van cayendo a la mesa. Todas elegidas a ojo por El Tano, que a primera vista conquista un perfil del gusto de cada comensal sin llegar a desenfundar una carta.
Como entrada una degustación de antipasto-delikatessen que cambia según el día: zuchinis, caponata (berenjenas, morrones, cebollas y más verduras saltadas), hinojos gratinados, champignones a la griega o cuscús. Bajo la mirada de James Dean, Piluso, la Coca Sarli o Al Pacino, el orden establecido anuncia que lo que sigue es el plato italiano por excelencia: la pasta. Sólo hay que elegir si rellena o seca, si salsa picante o suave. Imperdibles los raviolones de espinaca, los trofie (típicos fideos hechos en Génova, que se amasan sobre el regazo) y la salsa picante peperonccino. En la fusión argentino-italiana hay ingredientes básicos infaltables: amigos, fútbol y comida. Esas tres piezas son la base de Guido’s Bar, que nació de los encuentros de amigos de fútbol de El Tano y se convirtió en una cantina para 45 cubiertos donde el propio dueño piensa por uno qué comer y donde la obligada degustación de postres llega con música de El Padrino. Lo que importa es ir con hambre. Y si es con reserva mejor aún.
Guido’s Bar queda en República de la India 2843, 4802-2391. Abre de lunes a viernes de 7 a 2 am. Sábados de 7 a 15.
Por Julieta Goldman
Visitar La flor azteca es como estar en México pero sin salir de Argentina. No habrá playas ni ruinas, pero sí mariachis, bebidas blancas, boleros y folklore, adornos coloridos, mantelitos de telar a rayas, chile, guacamole con totopos (o nachos) y todo lo necesario para sentir el típico picor chicano.
Un enorme salón con patio incluido recibe, desde hace dos año y medio, hasta cien comensales por noche dispuestos a transpirar un poco y a ceder ante el universo del picante y del alcohol. Para comenzar la ceremonia se puede elegir entre margaritas saladas o dulces, mojitos, daiquiris, tequila (blanco o dorado) y cervezas mexicanas (Modelo y Corona). El menú especifica en cada plato si los condimentos son suaves, picantes, muy picantes o ultrapicantes (en tal caso ilustrado con dibujo de cuatro ajíes putaparió). Arroz a la mexicana, chochinita pibil, cerdo con salsa de chile ancho y naranja, mole poblano, huevos rancheros, botanas, alambres, pastel azteca y chiles rellenos son sólo algunas de las opciones saladas. Entre los dulces no dejar de probar la mousse de tequila ni el pastel de elote, exquisito pastel mexicano, con un ingrediente sorpresa que no es exclusivo de los postres. Mejor adivinarlo con la degustación.
El nombre del lugar nada tiene que ver con alguna flor o pueblo azteca ni con la novela del escritor Gustavo Nielsen (que alguna vez cenó en el lugar y dejó un ejemplar de regalo). La flor azteca era un truco de magia que en la década del ’50 podía verse en el Parque Retiro y que actualmente se exhibe en el Museo Policial: una cabeza que habla fuera de su cuerpo, un rostro parlante que arroja predicciones.
¿El lugar privilegiado? Un patio con aljibe, algunas mesas, un santuario (con calaveras y santos) y un altar de muertos con velas y fotos. Lugar sagrado para los fumadores y para quienes disfruten de historias de muertos o de las otras que Enrique Guevara, anfitrión y humorista de oficio, está dispuesto a narrar entre clientes elegidos.
La flor azteca queda en Thames 1472. Abre de martes a domingo por la noche. Tel. 4831-6627.
Por Cecilia Sosa
En el corazón del Abasto está Kabbalah, un bar nocturno y teatral, dueño de una historia tan única como improbable: una Navidad cualquiera un motoquero catalán que además es escenógrafo, técnico en luces y adscripto a la comunidad de Rufianes melancólicos (David) llega a Buenos Aires acompañando a su ex mujer actriz en gira latinoamericana, se enamora de una chica local (Lucila), regresa a casa sólo para vender casa y auto (y regalar lo demás) y desembarcar con su Harley en pleno Palermo Cuzco porteño.
En abril de 2006, la flamante pareja inauguró Kabbalah y, aunque las restricciones post-Cromañón impidieron convertirlo en el centro cultural que soñaban, lograron imponerlo como “must” entre los teatros de la zona, a fuerza de volantes, montaditos (tostadas con ingredientes montados a combinar) y tragos catalanes.
Juntos, David y Lucila también decoraron el viejo almacén con afiches de films locales, rescataron algunas mesas de madera, una fonola con discos de vinilo que no anda pero queda linda y armaron una biblioteca ofreciendo descuentos a quienes se acerquen con donaciones.
De jueves a domingos, y hasta las 4 de la mañana, se puede hacer marchar la mejor pizza napolitana, la picante bolognesa o la “maja” vegetariana. O una vuelta más de montaditos; una picada criolla (jamón crudo y cocido, bondiola, salamín, aceitunas, quesos y más) o incluso un gazpacho andaluz, bien helado y al uso de la vieja España. Para tomar, licuados y mate (con recambio de yerba incluido) por las tardes; y fiebre de tragos múltiples con coscorrón y carajillo, chupitos (nacionales y de importación) y hasta una exclusiva cerveza salteña que vale la pena testear in situ.
¿Los fetiches de la casa? Un maniquí gigante que custodia un escenario en desuso y dos viejos barriles-fumadores que permiten hacer puerta contemplando la magnificencia de las torres del Abasto. ¿La Harley? Estacionada en la puerta.
Kabbalah queda en Guardia Vieja 3460, 4867-4742. Abre de martes de domingos de 18 hasta la madrugada.
Por Cecilia Sosa
A pocas cuadras de allí, en la hermosa esquina de Mario Bravo y Tucumán está Malevo, un bistró escondido en el tiempo donde los aires de antiguo almacén se combinan con el burdel parisino y coquetea con las tribus gay-friendly.
En una casona de 1930 que durante años fue un clásico almacén de ramos generales, y que aún conserva intactos su mostrador, sus heladeras y sus amplísimos ventanales custodiados por cortinas de metal, ahora reina el rojo sangre, impecables mesas de madera negra con manteles blancos como la nieve, estilizados floreros para una sola flor (roja), velas y cristales que descienden de techos altísimos. Ideal para citas románticas o reconciliar diferencias al son del jazz y la bossa nova, Malevo también invita a cenar en la vereda y a pasearse con un trago por un diminuto patio fumador con mesitas en alto cubiertas de venecitas.
¿Los platos? Puras delicias de autor: sabores extraños, inquietantes, improbables lomos, narcotizantes corderos, cheese cakes de película. La carta, que se renueva por estación y a principios de marzo descubrirá su colección otoñal, es casi un sueño malevo que invita a la traición tanguera. A no dejar pasar a “Madame Ivonne”, queso camembert en costras de pan y chutney de manzanas. ¿Dos principales? “Te llaman Malevo”, pierna de cordero al syrah con cuscús verde y “Los mareados”, lomo al martini con bastones de papa y salsa criolla. ¿De postre? “Besos brujos”, un inolvidable volcán de chocolate.
Malevo ofrece imperdibles mediodías gourmets. Por sólo 13 pesos (bebida y café incluidos) se puede degustar unas costillitas de cerdo con mezclún verde y puré de manzanas con pimienta de Jamaica o un guisado de cordero con tomates cherry y papines.
El 15 de marzo, Malevo tendrá su reinauguración cabaretera: performance, tango y arte en vivo para románticos de todos los colores y pelajes.
Malevo queda en Guardia Vieja 908 (y Tucumán). Reservas al 4861. Abre de lunes a viernes al mediodía y noche y sábados por la noche.
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