Dom 21.05.2006
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Jugar a las parejas

› Por Rodrigo Fresán

Hay portadas que lo dicen todo o, por lo menos, eso pretenden. La de Surprise de Paul Simon viene con un bebé de ojos inmensos (renacer, nuevo comienzo, reencarnar de vieja mente en cuerpo nuevo, etc.). Por el contrario, la de All the Roadrunning de Mark Knopfler muestra la calle central de un pueblo al costado de todo (orígenes, corazón del corazón del país, volver a todo eso). Y está claro que hoy por hoy la noticia de nuevos álbumes de Simon y de Knopfler no detendrá ninguna rotativa pero sí pondrá a funcionar el boca en boca y el oído a oído, porque uno y otro son artistas que cuentan con una base estable de seguidores y carreras más que respetables. Tipos clásicos que de tanto en tanto se permiten un gesto novedoso que, en realidad, no hace más que confirmar las virtudes de sus asentadas personalidades. En este caso, Knopfler y Simon se buscaron cómplices de luxe. Knopfler invitó a cantar sus canciones a Emmylou Harris mientras que Simon –¡sorpresa!– convocó nada menos que a Brian Eno para co-componer tres de sus nuevas canciones y barnizar su disco con “paisajes sónicos”. ¿El resultado? Dos álbumes perfectamente imperfectos que mejoran a medida que uno se va dejando sorprender sin por eso dejar de correcaminear.

EL SULTAN DEL SWING Y LA REINA DEL COUNTRY

Mark Knopfler & Emmylou Harris

Y está claro que a esta altura Emmylou Harris (primera dama del difunto Gram Parker y segunda voz de Bob Dylan en su Desire) se ha convertido en algo así como en una invitada profesional. Más allá de sus muy loables últimos trabajos en solitario, esta mujer con aspecto de hada de cuento de brujas o bruja de cuentos de hadas se la pasa entrando y saliendo de los estudios y, así, la hemos venido oyendo junto a Ryan Adams o Elvis Costello o Bright Eyes. El hombre de Glasgow, Escocia, había conocido a la mujer de Birmingham, Alabama, en 1999, cuando se juntaron para Timeless, el tributo a Hank Williams, y le pidió que cantara en un par de temas para Sailing to Philadelphia, el disco que él estaba grabando entonces. Muy satisfecho con el resultado –su voz subterránea emparejada con la voz celestial de ella– decidió guardarse los dos temas grabados entonces y, desde entonces, componer con Harris en la cabeza y en la guitarra y, cada vez que sus almanaques coincidían, juntarse para aumentar la colaboración. Por fin, luego de tanta ida y vuelta –catorce días frente a los micrófonos si se ponen uno al lado del otro, siete años si se los separa– reunieron el material suficiente para un long-play. Y aquí están ahora los doce tracks –dos firmados por Harris– de All That Roadrunning con algún momento feo –“Red Staggering”– pero con suficientes clásicos instantáneos como para imaginarlos en las voces de Johnny Cash y June Carter o Tammy Wynette y George Jones. Destacar la apertura con “Beachcombing”, la juguetona “This Is Us” (ver recuadro, a la que Warren Zevon le hubiera agregado una última estrofa con masacre estilo Kill Bill y Randy Newman un divorcio virulento, pero que Knopfler preserva en estado de feliz inocencia), “All the Roadrunning” con postales de vida nómade, y la desgarradora y muy elegante “If This Is Goodbye”, inspirada por un artículo del escritor Ian McEwan y cantándole a todas esas últimas llamadas telefónicas hechas desde las torres en llamas del World Trade Center. All the Roadrunning comienza entendiéndose como artefacto country pero –con sus guiños celtas y folk– acaba siendo algo mucho más interesante. Llamémoslo saloon-chic o ambientbarning y, sí, la guitarra de Knopfler sigue teniendo el buen gusto –en ocasiones un tanto omnipresente– de siempre.

EL HEROE FOLK Y EL GURU ELECTRONICO

Paul Simon & Brian Eno

Cuando se supo que el nuevo disco de Paul Simon vendría con un Brian Eno –ese Alien que se apunta a los viajes más inesperados y no tanto–, más de uno paró la oreja y enarcó la ceja un tanto preocupado. Pero lo cierto es que Simon –más allá de su probada maestría para la postal urbana y neoyorquina– siempre fue un aventurerosónico desde sus inicios explorando el reggae, el gospel, lo andino, lo brasileño y –en acaso su movimiento más radical– lo africano en Graceland. Y no olvidar que su injustamente ignorado Hearts and Bones ya incluía destellos electrónicos. Seis años después del admirable –y en cierto modo “normal”– You’re the One, Simon vuelve a patear el tablero y a fugarse del corralito con este Surprise –mezclado por Tchad Blake– que gusta a algunos por su audacia (“El tipo de música que sólo puede hacer alguien que sabe que sus días están contados y que necesita ser recordado por algo más que un puñado de Grammys y discos de oro”) pero que más de un crítico ha considerado intolerable (los más crueles han asegurado que a Simon le llegó la crisis de la mediana edad con dos décadas de retraso, otros lo sienten como “ese tipo que se equivocó de fiesta y que comprende que ya es demasiado tarde para irse a otra”) y que puede emparentarse con esa otra audacia que fue en su momento el Ghostyhead de Rickie Lee Jones. ¿Electro-folk? ¿Trip-Hop acústico? ¿Música para estaciones de subte? Sea lo que fuere es raro, y así Simon suena como el tío mayor de los Talking Heads en “Outrageous” o como un Bono que no cree en Bono en “Wartime Prayers”. Y una cosa es cierta: de un tiempo a esta parte, Simon parece incapacitado –o desinteresado– en armar esas melodías tan tarareables que lo hicieron famoso y preocuparse más por la rítmica de las palabras (ver la letra incluida en el recuadro que, como todas las de Surprise, es agridulce y se presenta sin separación de versos, como si se tratara de micro-relatos líricos, varios de ellos refiriéndose al bloqueo de escritor). Lo más parecido a una canción clásica es el cierre de “Father and Daughter”, la única donde no participa Eno y que ya había sido incluida en el soundtrack del film de animación The Wild Thornberrys. El resto –diez tracks más donde destacan las presencias de Steve Gadd, Bill Frisell, Pino Palladino y Herbie Hancock, entro otros– se va descubriendo de a poco, como en capas: canciones que se cayeron desde un puente sobre aguas turbulentas pero que, también, flotan. Y, sí, todo parece indicar que Simon se ha mudado de Graceland a Spaceland y los que quieran electrónica con estribillos, bueno, ahí tienen al más que elogiable David Gray. Y, de acuerdo, ok, es verdad: tal vez hubiera sido mejor un Rick Rubin en lugar de un Brian Eno para intentar algo más parecido al reciente Chaos and Creation in the Backyard del otro Paul (McCartney). Pero también es cierto que un Paul Simon sigue siendo –todavía loco después de todos estos años– un Paul Simon.

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