Dom 05.11.2006
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MIRá

HOY: CUATRO LANZAMIENTOS EN DVD

El bello arte de matar

Terry Zwigoff y Daniel Clowes, otra vez juntos.

Podría decirse que a Terry Zwigoff le falta un poco de fe en la humanidad. La película con la que se hizo conocido hace unos doce años fue su documental sobre el historietista Robert Crumb, en el que exhibe algunas de sus miserias y padecimientos, fiel al proyecto autobiográfico de la obra de este artista de culto. Ghost World, su segunda película, fue la adaptación de la historieta de Daniel Clowes, en la que una adolescente algo perdida y angustiada traba amistad con un coleccionista de discos de vinilo un poco freak. Después, Zwigoff hizo Un santa no tan santo, con Billy Bob Thornton como un Papá Noel de shopping center borracho y ladrón. Para El arte de la seducción (título de la edición local, directo a DVD, de Art School Confidential) volvió a reunirse con Clowes para, juntos, pasarles por encima a las escuelas de bellas artes y a la fauna que las habita. Con un poco menos de cinismo –o al menos con algo más de sentido del humor– que Todd Solondz cuando retrataba las bajezas de docente y alumnos en el taller literario de Storytelling, Zwigoff y Clowes despliegan una galería de personajes que, sin importar sus edades ni trayectorias, parecen haber pegado ya varias vueltas en sus vidas: el profesor (John Malkovich) al que le llevó toda su carrera dar con las formas más bien elementales de su obra; los educandos recién ingresados, incapaces de expresar simplemente si un dibujo o una pintura les gusta o no les gusta, más propensos a enredarse en explicaciones enrevesadas y vacías; el genio pop involuntario; el aspirante a cineasta de arte; y el pintor maduro, frustrado y resentido con el mundo, al que sólo le desea una plaga bíblica. Ninguno de ellos consigue la notoriedad que sí está obteniendo un asesino serial que acecha en las inmediaciones de la escuela: he ahí, tal vez, el comentario menos que sutil con el que Zwigoff y Clowes terminan de señalar que ni estas instituciones, ni las personas a las que atraen y contienen, son sus favoritas.

Muñequitos de lujo

Los primeros años de Harryhausen.

A Ray Harryhausen se lo conoce por ser el gran maestro del stop motion, es decir, de la animación de muñecos cuadro por cuadro del cine de aventuras. Tal vez el Gran-Gran Maestro haya sido su mentor, Willis O’Brien, el hombre que animó a King Kong en los años ’30, pero Harryhausen es el que todavía está vivo, con 86 años y una apariencia muy vital. Muchos habrán apreciado en innumerables sábados de súper acción sus clásicos repletos de personajes mitológicos tales como Jasón y los argonautas y Furia de titanes, sus films con Simbad, y varios relatos de seres prehistóricos (La isla misteriosa, El valle de Gwangi) o alienígenas (Los primeros en la Luna). Lo que hasta ahora no habían podido ver ni siquiera sus fanáticos seguidores eran algunos de los cortos que RH hizo en sus comienzos, y que acaban de ser compilados en un DVD doble llamado Ray Harryhausen: los inicios. El programa es inevitablemente desparejo: los cortos de Mamá Gansa y otros cuentos infantiles valen antes que nada como una curiosidad sobre un artista en formación (los más oscuros, como Caperucita Roja y Hansel & Gretel, están atenuados para los niños). Más interesantes son las propagandas aliadófilas durante la Segunda Guerra –que eran comunes en esos tiempos en el cine de animación–; así como los retazos de sus proyectos inconclusos, su paso por el mundo de la publicidad y la minuciosa reconstrucción de la fábula de La liebre y la tortuga, iniciada por RH en 1952, y retomada medio siglo más tarde por un par de admiradores, con entusiasta asistencia de su director original. Todo está presentado por el propio RH, y complementado con las grabaciones de varios encuentros entre él y otros venerables veteranos de la ciencia ficción, tales como Forrest Ackerman, fundador de una legendaria revista sobre el género, y el escritor Ray Bradbury. Algo así como un café compartido entre leyendas del cine y de la fantasía, casi tan mitológicas como los guerreros y los monstruos de la imaginación grecorromana y los dinosaurios de este tipo de artista que ya casi no existe.

Sombreros, conejos y guitarras

Dúo animado-musical de Rodríguez Jáuregui y Kabusacki.

El año pasado fue 40 años de animación rosarina, el compilado definitivo en DVD –unas siete horas en total– de dibujos animados producidos de manera independiente, con espíritu experimental, que terminó de confirmar que la animación rioplatense tiene su centro en la ciudad santafesina. 40 años contiene figuración, abstracción, parodia, escatología y existencialismo; está repleto de energía y por momentos es impetuosamente arbitrario, caprichoso y nihilista. Todo lo que se encuentra disponible en materia de animación rosarina está ahí; todo lo que contiene existía previamente, pero estaba disperso y circulaba en exhibiciones informales. El impulsor de la edición fue el dibujante y realizador Pablo Rodríguez Jáuregui, cuyas iniciativas suelen funcionar como centro gravitatorio para ese montón de planetas perdidos que parecen ser los animadores independientes: esfuerzos de sistematización como 40 años, son los que han permitido dar a conocer ese mundo casi alternativo que es el universo de los dibujos animados rosarinos.

Ahora, RJ puso finalmente a punto la parte de su propia obra personal realizada a lo largo de 16 años de colaboraciones con el músico Fernando Kabusacki: cortos y clips animados por uno sobre las composiciones del otro, y la música de éste inspirada por las animaciones de aquél. Una serie de aventuras psicodélicas saturadas de referencias pop como fue la del Captain Cardozo (extraño superhéroe vernáculo) y films de pura melancolía, como El pibe; en total, más de treinta “piezas” presentadas por sus propios creadores en versiones caricaturizadas. Quien todavía no los conozca puede darse una idea de qué es todo esto a través de sus respectivos sitios oficiales: www.kabusacki.com.ar y www.asterisco.org/prj. Este último incluye –y se recomienda especialmente– las brevísimas, insolentes e incorrectas rutinas de dos “cosos” llamados Sombrerudo y Conejete.

The Kabusacki-Jáuregui Collection (edición limitada) se consigue en El Club del Disco (www.clubdeldisco.com)

Te piso con mi camión

El gran debut de Steven Spielberg.

Trivia, del tipo de la que suelen publicar en www.imdb.com: cuando Cary Loftin, el actor que hace del camionero en Duelo a muerte (Duel, 1971) le preguntó al director –Steven Spielberg, treinta y cinco años atrás, cuatro antes de convertirse en una celebridad mundial con Tiburón– cuál era su motivación para atormentar al conductor del auto en esta road movie con psycho killer al volante, éste le contestó: “Que sos un reverendo hijo de mil putas”. A lo que Loftin respondió: “Pibe, contrataste al tipo indicado”. Y las cosas eran así: Spielberg era efectivamente un “pibe” –el más joven bajo contrato de la Universal, haciendo capítulos de series de televisión, como Columbo– y Duelo (conocida por acá, hasta su flamante lanzamiento en DVD, como Reto a muerte) pertenece efectivamente a un tiempo en el que ciertas libertades narrativas parecían posibles. A principios de los ’70 era posible una película como ésta, sobre un camión que aparece casi de la nada y se le echa encima a un hombre de negocios (Dennis Weaver, de Sed de mal) en pleno viaje por las rutas de la Costa Oeste. Sin ninguna justificación, o al menos ninguna evidente. El guión era obra de Richard Matheson –autor de Soy leyenda, El increíble hombre menguante, varias de las adaptaciones cinematográficas de Poe en los ’60 y unos cuantos episodios de La dimensión desconocida–, basado en su propio relato breve, y era el primer largometraje como director de Spielberg que, aunque estaba destinado al segmento de La película de la semana de la cadena ABC, decidió apostar a una puesta en escena con potencial cinematográfico; como él mismo lo explica en uno de las dos entrevistas que acompañan esta edición a modo de extras, siguiendo paso a paso la gramática del suspenso escrita por Hitchcock en sus películas. Lineal, efectiva, poderosa, Duel nos ahorra toda pretensión alegórica. A una parte de ese Steven Spielberg más tarde lo perderíamos para siempre.

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