VALE DECIR
No es novedad que, de querer utilizar una aplicación comercial, cualquier usuario internetiano deberá aceptar la seguidilla de términos establecidas dentro de las cláusulas. Cláusulas que suelen contener estipulaciones irrisorias (iTunes, por ejemplo, prohíbe expresamente usar sus contenidos para crear misiles o bombas químicas, biológicas, nucleares; ¡bravas las canciones!), pero que el grueso del planeta desconoce. Porque, vamos, en honor a la sinceridad... ¿quién las lee? “Terminamos accediendo a condiciones extrañísimas de las que no somos conscientes, porque el mismo diseño intenta desincentivar su lectura”, asegura la joven (con perdón de la iteración) diseñadora gráfica Florence Meunier, de la escuela de arte Central Saint Martins, en Londres.
Cansada de dicho mal, la muchacha decidió romper la modalidad impenetrable y buscó una lúdica respuesta al tedioso acto de pasar hoja tras hoja tras hoja de legalidades varias. ¿Qué hizo? Pues, imprimió las 13 páginas (o 9 mil palabras de jerga, cifra matemática a elección) de la licencia software de iCloud-Apple, las cosió artesanalmente formando simpático libro artesanal, pero también intercaló láminas opacas entre esas páginas. Láminas que, al apoyarse sobre las originales, tapaban algunas frases y dejaban otras al descubierto, creando una narración paralela (sobre un hombre que accede demasiado rápido; oh, originalidad). “Mi objetivo era crear un EULA (End User Licence Agreement) que todos quisieran leer”, destacó la doñita que, para su primera edición casera, realizó 20 copias, muy festejadas ellas por medios del globo. Después de todo, reinventó al texto más odiado del planeta, cubriéndolo en buen parte. Y eso sí que amerita guirnaldas.
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