VALE DECIR
Un libro sobre un personaje que, en verdad, refiere a un encuentro. Un encuentro que, al considerar las partes, no puede sino definirse como una reunión cumbre. Esta es la historia: en 1950, la estupenda Gisèle Freund se embarcó en un viaje de dos semanas por México que devino en una estadía de dos años. Allí conoció a Frida Kahlo y Diego Rivera, que la recibieron con brazos y pinceles abiertos en su mítico hogar de Coyoacán. Allí, además, la fotógrafa francesa –responsable de famosos retratos a Virginia Woolf, Samuel Beckett, Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, entre otros– hizo lo que mejor sabía: capturar con decenas y decenas (cientos incluso) de imágenes el cotidiano de sendos pintores; en especial el de Frida. Rodeada por sus canes, sus muñecas sobre la chimenea, alimentando a sus patos, acostada en la cama, en su cuarto propio, en su enclave personal, su tortuga bajo la mesa. O bien, relajada en el sofá o, para el caso, posando en silla de ruedas con el doctor que la operó tantas veces –Juan Farill– junto al cuadro Autorretrato con el doctor Farill. Todas las fotografías son una delicia agridulce, cándido –y en buena parte, inédito– documento de los últimos años de quien muriese en el ’54. Y si ahora salen a la luz es gracias a un libro recentísimamente editado en Estados Unidos por la editorial Abrams Books, que recoge el material e incluye textos del escritor y traductor Gérard de Cortanze –biógrafo de Frida–, sumando epílogo de Lorraine Audric –historiadora de Freund–. Pero, por sobre todo, da merecido espacio en papel para tamaña colección, intitulada Frida Kahlo. The Gisèle Freund Photographs. Un paseo intimista de una gigante, visto y capturado por otra.
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