Desde comienzos de año, la australiana Sonia Singh, de Tasmania, se ha vuelto sensación entre padres y madres (pre)ocupados por los figurines con las que juegan sus criaturitas. En especial, las muñecas Bratz, que –como bien explica la revista Time– se asemeja más a una extraña y sensual mujer alienígena con boca botoxeada y demasiado maquillaje que a las niñas de 12 años a las que está destinada. A menudo referenciada como la némesis guarra de la Barbie –con su excesiva sombra de ojos y lápiz labial, además de minipilchitas reveladoras–, hete aquí el accionar de Singh: comprando, rescatando y solicitando ejemplares del mentado juguete, la diseñadora e ilustradora procedió a darles un merecido y natural extreme make-over. O sea, les lavó la cara, les tejió conjuntitos de niña buena, les dio lo que ella define como “un estilo más sensato”. Y tan buena fue la recepción que su pequeño hobby se convirtió en un redituable negocio, recibiendo pedidos de Estados Unidos, Alemania, Francia, España, Finlandia, Canadá y Gran Bretaña.

Con todo, su misión de acabar con la hipersexualización de las muñecas pesa más que los billetes, y su sitio Tree Change Dolls ofrece incluso videos de tutoriales con información paso a paso sobre como: quitarle la pintura a las Bratz (o muñeca a elección), qué tipo de acrílicos usar para volver a dibujarles una sonrisa moderada, cómo reemplazar zapatitos o, para el caso, pies perdidos. “Feliz reciclaje”, festeja quien reconoce estar sobrepasada, dona el 75 por ciento de sus ganancias a entidades de caridad y cobra el nada despreciable monto de 230 dólares australianos por los casos más elaborados. Y aunque a menudo esté sin stock, avisa que está en proceso de producción, amén de abrir una tienda virtual en Etsy y llegar a miles. Nada dice diversión como un poquito de crema desmaquillante.