VALE DECIR
Tuvo de todo: amplios bulevares, dos estaciones de servicio, una piscina comunitaria, ocho iglesias, tres escuelas, un parque, canchas de tenis, de beisbol, un shopping... Y hasta 4 mil habitantes que lo poblaron en sus tiempos de gloria, cuando era uno de los grandes proveedores de hierro de la nación, gracias a una mina regenteada por el magnate de la moderna construcción naval, don Henry Kaiser, su fundador. Hoy, sin embargo, no queda un alma, y se ha convertido en uno de los pueblos fantasma mejor preservados de Estados Unidos, en buena parte porque es uno de los más jóvenes. Eagle Mountain, la pequeña ciudad en cuestión, recién fue inaugurada en 1948, en el Condado de Riverside, California. Empero, tras presiones de grupos ambientales en los 70s y varias idas y venidas, la mina —su principal actividad económica— cerró definitivamente a comienzos de los 80. Y con el cierre, partieron los magros habitantes que aún residían. Hasta el código postal, 92241, fue barrido tras bajar la persiana su correo, en 1983. Año en el que, por cierto, se graduó la última promoción de Eagle Mountain High School, uno de sus colegios más concurridos. Completamente abandonado, el gobierno intentó darle renovada vida en 1988, cuando convirtió a su shopping en una cárcel. La intentona duró poco tiempo: tras un motín de prisioneros, que acabó en varias muertes y cantidad de heridos, cerró también el correccional, y la petite ciudad cesó de existir, de una vez y para siempre. A la fecha, ni siquiera se puede ingresar libremente y pispear electrodomésticos y sillitas dejados atrás, en tanto todos sus ingresos fueron dinamitados. Quienes a menudo regresan, autorización mediante, son producciones de Hollywood, que aprovechan las instalaciones y el look postapocalíptico para grabar escenas. Así ocurrió con La isla, de Michael Bay, o Constantine, de Francis Lawrence, que disfrutan de un pueblo fantasma, que aparece más espectro que nunca ante sus cámaras.
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