Dom 06.01.2008
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VALE DECIR

Encontrado en Tokio

¿Qué dice Bill Murray al final de Perdidos en Tokio?

Pasó unas pocas veces en el cine contemporáneo pero, cuando ocurre, su efecto es contundente: termina la película, ruedan los créditos, se encienden las luces y abandonamos la sala con un enigma que nos ronda la cabeza y al que sabemos que ya nunca más –a menos que, por ejemplo, algún día hagan la secuela, y éstas son el tipo de películas que no admiten segundas partes– le encontraremos respuesta. Son misterios que integran la trivia instantánea del cine moderno, tales como: ¿Qué había en el paquete de Barton Fink? ¿Qué proyectaba esa luz anaranjada desde el interior de la valija de Pulp Fiction? Y la más angustiante de todas las preguntas de los últimos años: ¿Qué es lo que le dice Bill Murray a Scarlett Johansson justo antes de separarse, tal vez para siempre, en el final de Perdidos en Tokio?

Aquel momento era memorable, pero recordemos de todas maneras: en la película de Sofia Coppola (Lost in Translation, 2003), Murray interpretaba a Bob Harris, una estrella de cine que viaja a Tokio para grabar una publicidad de whisky. Visiblemente incómodo –por el trabajo que ha aceptado hacer, y por su incapacidad para adaptarse en tan poco tiempo a un lugar extraño donde no tiene con quien hablar– y sacudido por algún tipo de preocupación más profunda, existencial, quizá frustrado por el rumbo que ha tomado su vida, incapaz de conciliar el sueño por la noche, deambula por el hotel. Así conoce a Charlotte (Scarlett), que se encuentra en una situación parecida: de viaje como acompañante de su marido fotógrafo, pasa la mayor parte del tiempo sola y sin nada que hacer. La conexión entre ambos es instantánea, pero el romance –el romance que anhelamos, la pareja imposible que queremos ver reunida– nunca habrá de consumarse. Y al final, Bob ve a Charlotte desde la limusina que lo va a llevar al aeropuerto y de regreso a Estados Unidos, en el momento justo en que ella sale del hotel. Hace detener el auto, y se le acerca para despedirse. Parados uno frente al otro, se miran por un momento sin decir nada. Se abrazan. Y entonces él le dice a ella algo al oído. Algo que le saca lágrimas y una tibia sonrisa. Se separan, se dan un beso. El se sube al auto, ella se aleja por las calles de Tokio mientras empieza a sonar una de las últimas canciones de su banda de sonido hipersensible: “Just like Honey”, por Jesus and the Mary Chain.

Y nos vamos del cine haciéndonos la pregunta. En esas imperceptibles palabras finales de Bob a Charlotte, ¿habrá algo que aliente la mínima esperanza siquiera de que volverán a verse? Pasaron cinco años, y parece que finalmente el misterio ha sido develado: alguien tomó aquella inolvidable escena final, y “limpió” digitalmente el audio –borrando los sonidos ambientales y aumentando el volumen de las voces de los protagonistas– y la colgó, con subtítulos, en Internet (puede verse en www.amikelife.com/2007/12/what-did-bill-murray-say-at-the-end-of-lost-in-translation/, o simplemente tipiando Lost in Translation en YouTube, donde actualmente la primera respuesta que devuelve es esta escena digitalmente “resuelta”).

Esto sería lo que se dicen (y el que prefiera mantener vivo ese misterio, que era un ingrediente esencial de la película, que deje de leer ahora mismo):

Bob: Ahora me tengo que ir... Pero no voy a permitir que eso se interponga entre nosotros, ¿ok?

Charlotte: Ok (suspiro).

¿Es un mejor final ahora? Seguro que no. Pero ahí está. Ahí lo pusieron y ahora lo encontraron.

La tecnología digital de precisión –que tantos dibujos y efectos horribles nos regala semana a semana– despoja al cine una vez más de la poca magia que todavía le queda.

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