VALE DECIR
Los ratones sufren mil muertes en nombre de la ciencia: cuando no les sacan genes para volverlos más tontos —y, sin querer, los hacen brillantes— les hacen comer mil unidades de edulcorante por día para ver si trae cáncer. Víctimas de una química cerebral muy similar a la de los humanos, los pobres ratoncitos deben de haber sido en otra vida, como mínimo, banqueros o asesinos; ¿de qué otra forma se explica la vida que llevan?
En la aventura más reciente de estos pobres cobayos, los científicos se dedicaron a inducirles miedo y a estudiar las reacciones en sus pequeñas anatomías ratoniles. Encontraron que ciertos nervios en la amígdala cerebral reaccionaban al escuchar un ruido fuerte y repentino.
Tirando del ovillo, los experimentadores hallaron la forma de deshacer el proceso que forma recuerdos traumáticos en el cerebro; de debilitar las conexiones que se forman entre las neuronas y desterrar, de este modo, las huellas que deja el miedo.
“Puede sonar a ciencia ficción, esto de borrar memorias”, dice el doctor Richard Huganir. “Pero algún día esto puede usarse para debilitar terribles recuerdos de las personas, como el síndrome de estrés post-traumático asociado con las guerras y otros espantosos sucesos.”
Los primeros que se beneficiarían de ello serían los propios ratones. Ojalá puedan darles ese tratamiento antes de morir; ya que nunca perdonarán las cosas a las que los someten los científicos, por lo menos que se las olviden.
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