VALE DECIR
Amor y rosas
Un viejo libro que intentaba explicar el sexo a los niños –al estilo
de la famosa colección ¿De dónde venimos?– utilizaba
el estornudo como parangón sencillo para describir la “sensación
de orgasmo”. Y aunque la idea no suene del todo descabellada, recién
ahora es posible sostenerla científicamente. Si no, pregúntenle
a Hans Hatt, profesor de Biología de la Universidad de Ruhr en Bochum,
Alemania, que acaba de hacer un descubrimiento de proporciones: el esperma,
jura, responde a los olores. Es más: los espermatozoides duplican su
velocidad de nado en presencia de ciertos estímulos aromáticos.
“Ésta es la primera vez que se logra demostrar cómo el esperma
reacciona al olor”, dicen que dijo Hatt, y pasó a explicar: al
parecer, los espermatozoides tienen membranas que se sienten atraídas
por dos compuestos químicos utilizados en la industria cosmética
para imitar aromas florales. Ahora, el envalentonado profesor Hatt espera poder
desarrollar un nuevo método anticonceptivo a partir del efecto de los
aromas sobre el esperma. La pregunta es: ¿para qué, si ahora alcanza
con un simple resfrío?
Ordene
Más noticias del fabuloso mundo del semen, esta vez llegadas de la zona
más oscura del rubro policial. Que los cuatreros rusos no son como los
pampeanos es algo que nadie por estos lares discute, probablemente porque nadie
se lo pregunte. Lo cierto es que dos hombres de esa procedencia -uno de 51 años,
el otro de 28– fueron arrestados días atrás en la región
de Stavropol acusados de robarse dos contenedores llenos de esperma de toro,
un volumen seminal suficiente para preñar, digamos, unas quinientas vacas.
Un vocero de la policía local declaró que los ladrones planeaban
vender el botín en el mercado negro. “El esperma de toro es como
oro”, aseguraba un informe difundido localmente: “Estos hombres
le dijeron a un granjero que el semen provenía de un toro premiado, y
que le cobrarían unos doscientos dólares por el privilegio de
usarlo en sus vacas. Si todo les hubiera salido según lo planeado, ya
serían ricos”. Como ya es costumbre –como ocurriera con el
extraño caso de los bovinos pampeanos y sus encuentros cercanos de tercer
tipo–, todos opinaron sobre el asunto, pero nadie consultó a los
verdaderos damnificados: las pobres vacas, los toros ultrajados.
A cara de perro
Se llama Danny y, aunque parezca cualquier otra cosa, es un perro. Para más
datos: el pekinés que venció a más de 20 mil rivales en
una competencia mundial del Kennel Club y se ganó la corona de campeón
supremo en su categoría. Sólo que ahora sus amos, Bert Easdon
y Philip Martin, enfrentan una grave acusación que tal vez los obligue
a devolver el premio. Ambos aseguran que la única operación a
la que fue sometido el espantajo fue una de tipo correctivo en la garganta (un
problemita respiratorio), pero la versión que manejan los organizadores
de la competencia indica que Danny sufrió una cirugía estética:
nada menos que un lifting facial. De comprobarse la veracidad de la acusación
–el menor retoque plástico inhabilita a cualquier animal para participar
de la competencia del Kennel Club–, un grave interrogante, al menos, hallaría
por fin su justa respuesta: ¿quién le robó la jeta a este
bicho?
Escuela para señoritas
Experimentada madama de burdel, Elène Vis decidió que era hora
de compartir algo de su experiencia con las nuevas generaciones. Su propósito
–más que noble, según ella misma asegura– inspiró
la fundación de la Hanky Panky School, institución para prostitutas
que ofrece cursos sobre “sexo y relaciones”. Objetivo curricular:
que las chicas aprendan a emperifollarse como corresponde, de manera de subir
la cotización de sus servicios y, así, poder retirarse antes del
negocio. Es decir: cómo ser bien putas para dejar de serlo. “Una
puede enseñarles a ganar dinero volviéndose más atractivas”,
le comentó Madame Vis al De Telegraaf. “Así lo hizo Cenicienta.
El príncipe no se enamoró de ella viéndola en ropas de
trabajo. Y las chicas tienen que aprender que los hombres necesitan más
que sexo. Si aprenden las artes del entretenimiento sexual, con un mismo cliente
pueden pasarse horas, y no los diez minutos de siempre.” Fulgurante como
un rayo, la idea se le ocurrió a Madame Vis poco después de publicar
su libro Sex Queen & Turbo-Power. Ahora, dice, no aprueba la prostitución:
“Yo misma creo en el romance. Las mujeres con autoestima no deberían
ser prostitutas”.
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