Sáb 13.07.2002
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PáGINA 3

El viejo Caballo

› Por Luis Bruschtein

Ya nadie le dice “Caballo” en la isla, quizás por respeto a la edad. Pero el viejo Caballo todavía tiene máquina. Y desde el otro lado del Caribe, en los Estados Unidos, la figura de Fidel tiene el poderoso imán del enigma. Durante 40 años la artillería más poderosa de los Estados Unidos, la de la información y los medios, más destructiva aún que los misiles intercontinentales, no ha podido mellar siquiera el misterio del barbudo. Hay decenas de películas con barbudos de caricatura más malos que el diablo, toneladas de tinta y papel se han usado para acusarlo de acciones horrorosas y, sin embargo, Fidel Castro produce una atracción irresistible entre los norteamericanos. Es como el gran oponente, el adversario que subestimaron al principio, que odiaron más cuando los desafió y que finalmente respetaron cuando no lo pudieron doblegar.
Hay un documental de la CNN con una larga entrevista de Ted Turner al jefe revolucionario cubano. El poderoso empresario de medios hace el mismo recorrido que los demás. Llega con la idea de que las explicaciones cubanas no resistirán sus argumentos. Creído de su propia medicina está seguro de que el despliegue argumental de una burocracia autoritaria tiene que ser infantil y endeble frente al sentido común nutrido del vigoroso capitalismo norteamericano. Pero sus preguntas vuelven de la boca del barbudo con la fuerza de un cañonazo y poco a poco el superempresario es seducido por el entrevistado. Fidel habla de la crisis de los misiles, de la muerte del Che Guevara, del asesinato de John Kennedy y de las decenas de intentos de la CIA por asesinarlo a él. Y al final, el documental de la cadena de televisión más poderosa de los Estados Unidos termina siendo favorable al “querido enemigo”.
Los críticos del gobierno cubano advierten que no hay que hablar con Fidel. Son conscientes de que el hombre convence hasta las piedras. Y es cierto. En estos días, la señal de cable Hallmark dio por segunda vez el largo de ficción Fidel, que intenta ser una biografía del líder cubano y es graciosa la forma en que destaca esta característica. Hay una escena de la travesía del “Granma” desde Veracruz a la isla. El pequeño yate debe atravesar una fuerte tormenta tropical, pierde el rumbo y la tropa guerrillera se marea y todos vomitan. En una escena hay varios guerrilleros doblados sobre la baranda vomitando hacia el mar. Fidel, impávido, se sienta en la proa y no para de hacer discursos sobre la revolución. Después del desastre del desembarco, Fidel se reencuentra con su hermano Raúl y le pregunta quién se salvó. Quedó menos de una decena de revolucionarios con algunas armas. “Entonces ya ganamos”, afirma, y se sienta sobre un tronco para arengar a sus hombres demolidos por la derrota.
Los norteamericanos, aun en esta especie de telenovela de Hallmark, han captado esa vehemencia de Fidel, esa confianza absoluta que tiene en la justicia de su lucha y lo transmiten en la película. Los mismos norteamericanos saben que sus gobiernos no juegan liviano, tienen conciencia de ese poder y saben que ningún otro líder popular en América latina ha podido resistirlos durante tanto tiempo. No por nada es uno de los pocos personajes vivos del escenario político mundial sobre el cual se hacen películas y novelas. Y el viejo Caballo todavía patea cuando lo provocan. Chapeau. Ellos se sienten una gran potencia y necesitan un gran oponente, el líder de un pequeño país pegado a sus fronteras, Fidel, el Viejo Caballo.

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