PERSONAJES Hace quince años, se hizo ultrafamosa de la mano de Cris Morena gracias a Rebelde Way, una serie juvenil que, además, la llevó de gira por el mundo. Después, a pura gracia y belleza, brilló en Casados con hijos, abandonó su aura soleada para interpretar a una chica enferma en la versión local de En terapia y se casó con el popular crooner canadiense Michael Bublé. Ahora, Luisana Lopilato entró en una nueva etapa de su carrera, que se divide entre trabajos en Europa, audiciones en Hollywood y el cine argentino. La semana que viene estrena Las insoladas, una película de Gustavo Taretto sobre un grupo de mujeres en los años ‘90 argentinos, chicas de clase media que toman sol en una terraza y quieren disfrutar de viajar a Cuba antes de que todo se vaya al demonio.
› Por Mariano Kairuz
“¿Viste la última de Scarlett Johansson? —pregunta Luisana Lopilato—. La de la chica a la que le inyectan una droga y desarrolla superpoderes. Fui a verla con Mike, yo no quería. Pensé: va a ser una de hombres, solo luchas. Pero me encantó. Y obvio que me encantaría hacer una película así. Aunque me gustan todas las de superhéroes; ahí haría cualquier cosa: sería la chica que pasa por atrás de Thor.”
Esto dice Luisana y OK, será la misma fantasía de tantos nerds, comiqueros y cholulos en general, pero en el caso de ella podría volverse realidad de acá a un tiempo. Porque su nueva vida junto a Michael Bublé, más internacional que nunca —ya lo fue en tiempos de Erre Way, la banda que la llevó de viaje por Latinoamérica, Europa y especialmente ¡Israel!—, ha abierto algunas puertas, y un representante en Los Angeles le busca audiciones en Hollywood. “Voy tranquila, de a poco; voy a toda audición que que me ofrecen, allá no me conoce nadie. Y puedo hacerlo con la seguridad de que acá sigo teniendo trabajo”, dice. Este universo de posibilidades también forma parte de un plan a mediano plazo de la chica que se hizo famosa de la mano de Cris Morena quince años atrás, que se convirtió justo después en una de las grandes promesas de la comedia televisiva, y durante años en una de las caras (y las figuras, obviamente) mejor pagas de la publicidad local. Un plan para dejar buena parte de aquello atrás —las películas estrictamente ligadas a su fama televisiva, como Cuatro caminos, los secundarios en telenovelas de otras— y entregarse a producciones más adultas y diversas. Algo de esto hubo ya el año pasado, cuando abandonó su luminoso rubio y su aspecto radiante y saludable para interpretar a Valentina, la chica con cáncer que enfrentó a Diego Peretti En terapia. Y se consolida ahora, con el estreno el jueves próximo de la segunda película de Gustavo Taretto: Las insoladas. Luisana va al cine.
Las insoladas arranca con una sucesión de imágenes de las alturas del centro porteño, torres y terrazas filmados con una devoción por la escenografía urbana que Taretto ya había probado en su película anterior: Medianeras. El sol quema los techos; una chica intenta taparlo con la mano, pero durante la siguiente hora y media lo que van a hacer ella y sus amigas es todo lo contrario: dejarlo caer con furia sobre ellas, absorberlo todo. Seis mujeres en una terraza, seis amigas y compañeras de la clase de salsa, tratando de tostarse absurdamente rápido, todo lo que les sea posible a lo largo de un sábado 30 de diciembre, intentando quedar, sic, mulatas para el concurso de baile de la noche. Son las 9 y pico de la mañana y tienen muchas horas por delante para hablar de lo que sea: ovnis, cromoterapia, la tentación de filmar una porno para juntar plata rápido y escapar a un lugar mejor.
Las insoladas es una película sobre mujeres, pero también sobre los años ‘90, sobre cómo encendió falsas ilusiones, quemó cabezas y dejó a tantos chamuscados. Que está ambientada a mediados de la década es un dato que no se precisa en pantalla, pero se descula a partir de múltiples fetiches de época: el casete rebobinado “a birome”, un único celular aparatoso, charlas que mentan a los Simpson, la imposición definitiva del “compact”, los videoclubes, la expulsión de Maradona del Mundial ‘94, Menem como yeta, el uno a uno, el comunismo (y su fracaso en “los países fríos”) y los precios de un viaje a Cuba. Bien lejos de los afectadísimos chicos burgueses de la terraza más famosa del cine argentino (la de Torre Nilsson y Beatriz Guido), este sexteto de insoladas son habitantes de la clase media venida a menos que vio la fiesta de los otros desde afuera, sin abandonar nunca del todo las esperanzas de entrar aunque sea un rato. Y mientras los UV les fríen las ideas, toma forma una promesa de año nuevo: el próximo diciembre, no más terrazas grises; todas juntas a Cuba.
“Me gusta la idea de personas que imaginan que la felicidad está en otra parte. De un lugar en el que los problemas dejan de existir —dice Taretto—. Siempre me acuerdo de un chiste de Hannah y sus hermanas: ‘El catolicismo es pague ahora y disfrute después’. Y estas chicas se preguntan por qué no la pueden pasar bien ahora, y comienza el proceso de un sueño que se convierte en obsesión.” Ahí aparece, dice, en el paso de su corto Las insoladas, a su nueva película del mismo título, la idea de los ‘90. “La primera imagen que me viene es Liz Fassi Lavalle y el Ski Ranch. Y si bien yo me beneficié en esos años haciendo lo que hicieron tantos argentinos, de salir al mundo, siempre me pregunté qué pasaba con toda esa gente que no podía entrar a esa fiesta. En el 2002, cuando la fiesta se terminó, empecé a escribir esta película.” Pronto, cuenta, se le fueron apareciendo los tópicos de la era. “La reelección del turco, la pizza con champagne, los diarios tomados por paquetes turísticos, el bronceado como símbolo de status y belleza y, todos los mitos de la clase media sobre la Cuba ‘comunista’: que un médico gana 20 dólares por año, no tienen jabón ni biromes, no hay analfabetos, los chicos no tienen caries y se matan por un jean”.
“Cuando yo era chico, en los ‘70 —recuerda el director—, el sueño de la clase media era, después de muchos años de trabajo y ahorros, un viaje de veintipocos días por Europa. Un viaje aspiracional que se coronaba con una reunión para ver la Torre Eiffel, la de Pisa, las puertas de Brandeburgo en un álbum de fotos. Los ‘90 cambiaron muchos hábitos culturales en la clase media. El uno a uno y las cuotas nos expulsaron a toda clase de destinos caribeños. Sobre todo si incluían unos días de shopping en Miami. Yo no era menemista, aunque ahora nadie parece haberlo sido. Siempre pensé que el fin de esa fiesta iba a causar estragos. El modelo de éxito express fue muy nocivo y los excesos los pagamos caro. Y de las crisis económicas es más fácil recuperarse que del deterioro cultural. Hablamos mucho de esto con las chicas. Todas tenían una anécdota y un viaje a Cuba en la valija. El objetivo para interpretar sus personajes fue no juzgarlos.”
Filmada en el techo de una fábrica que la producción encontró en Boedo y luego convirtió en una típica terraza de membrana plateada y rodeó (digitalmente) de los cielos saturados del microcentro, “el lugar más alejado posible del paraíso”, dice Taretto, Las insoladas propone un experimento formal: un trabajo minucioso con el encuadre y los colores, pero también una apuesta a la alquimia de un elenco de actrices provenientes de espacios diversos, de la televisión prime-time al off teatral: Carla Peterson, Violeta Urtizberea, Maricel Alvarez, Elisa Carricajo y Marina Bellati. Y, la última en incorporarse al grupo (dentro y fuera de la ficción): Luisana Lopilato.
Luisana llega a la primera película de esta suerte de nueva etapa sin haber hecho mucho cine, pero con casi veinte años de sets televisivos encima. Su historia ya fue bastante contada: que de chiquita hizo un centenar de publicidades (a las que la llevaba la madre desde el hogar familiar en Parque Chas), que Cris Morena la tomó para Chiquititas “por cansancio”, porque se hartó de verla reincidir en los castings aunque la rebotara una y otra vez; que sus dos temporadas en Rebelde Way la convirtieron en un icono sexual en Argentina. Hoy, basta con rever en YouTube unas pocas escenas de Rebelde Way, y todo el asunto se pone enseguida un poco Belleza americana: una nena que de verdad tenía 15, como su personaje, calentando con sus coreografías y actitudes provocativas (y la ropa de colegiala de escuela de elite, cliché de fantasía soft core) a los espectadores de su generación, pero también al público adulto de las 20 horas. “Es verdad que se me puso un poco de Lolita —dice Luisana, consciente de que eso forma parte del encasillamiento que debió sacudirse de encima para expandir su carrera—. Estaba esa onda de seducción, pero no mostrar: no creo que lo que hacíamos en Rebelde Way fuera tan zafado, cosas que no fueran para mi edad. La verdad es que yo veía a mis amigas, mis compañeras del colegio y eran mucho más terribles: tenían 14 y salían con tipos mucho más grandes y hacían cualquier cosa. Y yo siempre fui una chica buena, lo digo en serio, en el sentido de que no hacía nada que no les pudiera contar a mis padres o los pudiera avergonzar. Nunca fui la rebelde-way que se rateaba y se quedaba fumando en la esquina del colegio. También es cierto que cuando trabajás para Cris ella cuida absolutamente todo. La seducción y lo sexual estaban, por la edad, las hormonas, pero todo estaba muy cuidado, no se hacía una sola cosa fuera de lugar. Hasta ponía una chica para cuidarnos entre tomas, cuando no grabábamos. En parte lo que se provoca está en el que mira, pero no sé: por ahí me mostrás un tape de aquel entonces ahora y me muero, porque la verdad es que no volví a ver nada. No me gusta verme.”
Si Rebelde Way la lanzó a la fama, su auténtica revelación fue con Casados con hijos. Adaptada libremente y a la criolla de la extraordinaria Married with Children (retrato presimpsoniano de la familia disfuncional, casi border, de los suburbios norteamericanos) en Casados con hijos Luisana tuvo la primera oportunidad de exhibir su natural talento para una comedia algo guarra, un poco como la nueva ola estadounidense de los Farrelly o Sandler. Tomando como referente a la Kelly Bundy que interpretó durante una década en el programa original la también extraordinaria Christina Applegate, Luisana encarnó a Paola Argento, la chica despampanante, encantadora ¡y fácil! del barrio, consiguiendo a su vez dotarla de ese raro “efecto Marilyn Monroe” que también brillaba en Applegate: hacernos creer que sólo una actriz muy inteligente y muy segura de lo que tiene para ofrecer puede interpretar con esa gracia y esa convicción a la boba, la bomba descerebrada, que otros prefieren ver en ella. Aquellas dos temporadas que siguen repitiéndose en Telefé casi diez años después, fueron para Luisana, dice, “una gran escuela gratis”, en la que conoció y trabó una amistad duradera con Guillermo Francella y Erica Rivas, “donde todos me guiaban, y me ayudaron a soltarme, a dejarme llevar”.
El año pasado, el guionista y director Alejandro Maci la convocó para En terapia, otra remake de éxito televisivo internacional, pero esta vez en un registro diametralmente opuesto al de sus mayores éxitos, que iba a poner a prueba su versatilidad. Luisana no dejó de estar bonita para el arco de ocho episodios protagonizados por Valentina en el ciclo En terapia, pero hubo un momento en que casi se queda sin el papel, porque su contrato con L’Oréal le impedía teñirse el pelo. “Supongo que sí, que se debe a que me encasillaron un poco —dice—, pero soy actriz, estudié para esto, y no es que yo quisiera mostrar que puedo hacer otra cosa que de rubia-linda, sino ver qué pedía el personaje. Ale Maci me decía: ‘Necesito que tengas el pelo morocho, porque rubia sigo viendo a Luisana y no me da enfermedad. Necesito sacarte del personaje que todos conocen’. Cuando fracasaron también unas pruebas de vestuario, le dije que tal vez significaba que no era yo la que tenía que hacer el papel, pero él por suerte me insistió porque le gustó lo que hice en el casting. Así que terminé yendo los días de grabación a las seis de la mañana para que una chica me pintara el pelo, pelo por pelo, con un crayón marrón. Cuando lo vi, me vi otra persona, entré casi sin querer a lo que estaba pasando a esa chica. Ale tenía muy claro lo que quería.”
La experiencia funcionó más que bien; Luisana estuvo nominada al Martín Fierro como mejor actriz de reparto, y su próxima película la hará, si todo sale según lo planeado, junto a Maci: una adaptación de Los que aman, odian, la novela de Silvina Ocampo y Bioy Casares, con Leonardo Sbaraglia como coprotagonista, en la que va a interpretar a la “aristócrata bella, joven, arbitraria y narcisista que enloquece a Huberman. Ya había comprado los derechos de la novela cuando grabamos En terapia, así que pensé en ella de entrada: por su belleza extrema, su sensibilidad exquisita y por su capacidad para aceptar un nuevo desafío, una mujer exótica muy distinta de la estudiante de arquitectura con el linfoma y el conflicto con los padres que hicimos en televisión”.
A Luisana, cuenta Taretto, la incorporó última al reparto escribiendo un personaje para ella y le asignó —en el trabajado juego de colores que imprimió en la dirección de arte de su película, en la que cada una de las chicas lleva una malla de distinto color— el rosa pleno, casi flúo, de su bikini. “Yo tenía una buena intuición respecto de Luisana —dice el guionista y director—. Sólo de verla en Casados con hijos, el programa que hacía reír a mi viejo mientras un cáncer lo devoraba. Le pregunté por ella a Erica Rivas, que conocía el proyecto, esperando una respuesta breve. Pero me habló maravillas durante 20 minutos: de su potencial como actriz, de su frescura, de las ganas que tiene de seguir creciendo y aprendiendo, de sus ganas de hacer cine, de su entrega, de su compañerismo. Erica hizo el contacto y ese mismo día charlamos por teléfono con Lu. Después nos encontramos, hablamos bastante, ensayamos bastante y decidimos hacer juntos la película. Basado en esas charlas y ensayos escribí su personaje. Es una actriz encantadora con la que seguramente volveré a compartir un proyecto.”
Después de varias largas postergaciones, Lopilato terminó filmando Las insoladas el verano pasado, cuando su bebé, Noah Bublé, tenía apenas tres meses. Pero el sacrificio —que incluye haberse derretido junto a sus cinco compañeras de reparto y el equipo bajo el cielo en alerta naranja del enero porteño 2014— tiene que valer la pena: Las insoladas es toda una carta de presentación para esta nueva Luisana: una oportunidad de desplegar su naturalidad y encanto sin ocultar ni atenuar su belleza, y hasta de robarse alguna que otra escena —como el playback musical sobre “Qué pasa, loco”, hit del cubano Issac Delgado— que podría pertenecer a una de esas comedias que, insiste, son las que le gustaría hacer pero nadie tuvo todavía la visión de escribir a su medida. Esas como las de Ben Stiller, dice. De las que “sí, me gusta el humor escatológico”, aclara, pero le interesan “por todo lo que reconozco del humor en la familia, el humor un poco irónico y real. Cuando hice Casados... tenía 18 años y lo que pasaba en la serie eran cosas que yo veía en mi propia familia, en mis amigos. Ese era y sigue siendo el tipo de comedia que más me atrae, lo que más me gusta hacer”. Pero, lo sabe, nadie está haciendo Loco por Mary en Argentina. No todavía. Un productor ahí.
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