Cine Las películas para adolescentes están dominadas, en este momento, por la ciencia ficción distópica, desde Los juegos del hambre hasta Divergente. Pero no todas son variantes de los relatos de vigilancia total y supervivencia en Estados autoritarios: este jueves se estrena en cine Maze Runner: correr o morir, basada en los libros del mismo nombre, que está más en la línea de El señor de las moscas, con sus chicos obligados a convivir en un amplio espacio verde hasta que son conducidos a un letal laberinto. Antes de su estreno, el autor de la saga, James Dashner, que fue una estrella en la última feria del libro de Buenos Aires, habla de cómo es escribir sobre adolescentes y cuánto influyó en su relato el atentado a las Torres Gemelas.
› Por Mariano Kairuz
Quien en abril de este año se haya dado una vuelta por la Feria del Libro probablemente se haya encontrado con olas de adolescentes, que se congregaron para ver en persona a los autores de algunos de sus libros internacionales favoritos, como el catalán Albert Espinosa (El mundo amarillo), o el norteamericano James Dashner, cuya presencia provocó alaridos emocionados de chicas y chicos. El hombre (nacido en Austell, Georgia, hace 41 años) se quedó después de la conferencia firmando, durante más de cinco horas, los ejemplares que le llevaban los afiebrados fans de la saga más exitosa que ha publicado hasta el momento: Maze Runner: correr o morir. Recibido en la sala como un auténtico rockstar, Dashner saludó a sus fans con un “¡Hola, larchos!”, aludiendo al slang de la saga, la jerga para conocedores, provocando otro grito desaforado de la concurrencia.
Parte de la presentación del escritor estuvo marcada por la proyección del trailer de la película basada en el primero de los libros de The Maze Runner, que ahora acaba de estrenarse (este jueves) en Argentina y un día después en Norteamérica. Al no iniciado, Maze Runner le parecerá en un primer vistazo otra más de las incontables publicaciones que intentaron colgarse del éxito de la nueva ciencia ficción distópica para adolescentes –Los juegos del hambre y Divergente a la cabeza–, pero si este género está más directamente ligado a clásicos como 1984 y Un mundo feliz y sus relatos de vigilancia total, la novela de Dashner busca entroncarse, al menos en su primera parte, con otro referente no menos influyente, ineludible avatar de la literatura de iniciación más salvaje: El señor de las moscas, de William Golding. “Mi libro no es exactamente una distopía, sino un relato post-apocalíptico”, dice Dashner en conversación telefónica con Radar, días antes del estreno de la película: “En Maze Runner no hay un gobierno totalitario detrás del asunto, hay científicos. Y definitivamente El señor de las moscas fue una de mis lecturas favoritas de adolescente, una de mis mayores influencias. Dicho lo cual, tengo que aclarar que siempre me emociona el solo hecho de que se mencione lo que yo he escrito junto a Los juegos del hambre y alguna de las otras sagas distópicas que han aparecido en los últimos años”.
Si bien Maze Runner transcurre en un mundo posterior a algún tipo de devastación global, esto es algo de lo que nos enteramos cuando la trama ya está bien avanzada. Hasta cierto punto, sólo sabemos que sus protagonistas son un grupo de adolescentes que se ven obligados a organizarse para convivir y sobrevivir juntos en un amplio pero limitado espacio verde, cultivando su propia comida, dividiendo sus trabajos, armando una pequeña comunidad. Por lo que sabemos durante la primera parte del relato, todo esto bien podría estar transcurriendo en el presente: muy poco hay de esa sociedad tecnocientífica de posguerra que es la que televisa Los juegos del hambre. Aunque por supuesto que alguien más tiene que haber detrás de la enorme granja, El Area, a la que van a parar sus jóvenes y forzosos habitantes. Cada uno de los chicos ha sido depositado allí por un montacargas que emerge de la tierra, de a uno por mes, durante tres años, amnésicos, sin saber quién ni cómo ni por qué los han enviado a este lugar. La otra evidencia de que hay alguna autoridad misteriosa detrás del Area, es la enorme muralla que marca sus confines; que se abre para dar paso a un laberinto en el que acechan monstruos letales y vuelve a cerrarse por las noches. Solo los “corredores” designados, los más veloces, han podido recorrer y mapear el laberinto, pero nadie que haya quedado por las noches atrapado sale vivo de él. La historia del libro y la película –dirigida por el hasta ahora experto en efectos digitales y cortometrajista Wes Ball– empieza cuando llega al Area Thomas, igual de amnésico que los demás, pero con destino de héroe. De héroe de una saga completa: el final del primer libro funciona en rigor como el verdadero punto de partida de la aventura. Sus secuelas, tituladas Prueba de fuego y La cura mortal, y la precuela (Virus letal), todas publicadas en castellano por V&R Editoras, ya están ahí, disponibles para ser convertidas en películas si la taquilla de este fin de semana acompaña.
Así que, a pesar de las diferencias, estos libros forman parte de un fenómeno común que la periodista Laura Miller analizó en el New Yorker unos años atrás, cuando ni siquiera The Hunger Games era aún una película, pero ya despuntaban tanto Maze Runner como Uglies, de Scott Westerfeld, en las listas de más vendidos: Los juegos y las pruebas en condiciones de encierro (en el domo de Los juegos... o el laberinto de Maze Runner), dice Miller, “pueden ser considerados como alegoría pesadillesca de la experiencia social adolescente: los adultos arrojan a sus hijos a ese nido de serpientes que es el secundario con un sermón ridículo sobre esta ‘maravillosa’ etapa de la vida. Una etapa de reglas arbitrarias, insondables y sujetas a cambios repentinos en la que prevalece una brutal jerarquía social en la que los ricos, los apuestos y los atléticos imponen sus ventajas sobre los demás”.
Para Dashner, el fenómeno tiene que ver un poco con la hiperconectividad y la inevitable madurez forzada de las nuevas generaciones. “Hoy los adolescentes están mucho más conectados con el mundo –opina–, y ven mucho más directamente lo que está mal y el panorama de lo que podría salir desastrosamente mal. Hay algunas regiones del mundo que lamentablemente están viviendo sus propias versiones de estas distopías y estar al tanto de esto ha abierto las mentes de muchos adolescentes, volviéndolos conscientes de que debe hacerse algo para marcar una diferencia.”
Respecto de esto último, Maze Runner funciona como una suerte de contracara “optimista” de sus contemporáneas. Es cierto que libro y película ponen en escena una situación particularmente cruel (la expulsión de un corredor que ha recibido la letal picadura de las criaturas del laberinto, es decir, el sacrificio de uno en nombre de la comunidad; “una escena –dice Dashner– destinada a que entendamos que estos chicos están dispuestos a llegar a grandes extremos para que se respete la ley, y no convertirse en un montón de forajidos, en animales”). Sin embargo, y a pesar de las inevitables disidencias y pujas de autoridad entre el recién llegado (Dylan
O’Brien en la película) y el autodesignado guardián de la comarca (el inglés Will Poulter, de la extraordinaria El hijo de Rambow) todos parecen, en términos generales, bastante civilizados para ser muchachos de cuarto o quinto año bachiller.
Cuando Stephen King describe estas clásicas situaciones de encierro, lo usual es que los encerrados reproduzcan las miserias del mundo a escala y se entreguen al caos...
–Es cierto, y esos libros son definitivamente influencias. De algún modo pensé Maze Runner como mi propio, personal Señor de las moscas. Pero quise mostrar un costado mejor de la humanidad, la idea de que podemos trabajar juntos para salir adelante. ¿Por qué? Empecé a trabajar en el libro tres o cuatro años después del 11 de septiembre del 2001, y aunque escribí bajo el influjo de distintas ficciones como las que mencioné, o la serie Lost, el espíritu del 11-S (la tragedia, lo inexplicable y la solidaridad) entró, creo, de un modo natural en la historia.
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