Dom 21.09.2014
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TELEVISIóN. SE ESTRENA HOUDINI, LA MINISERIE SOBRE EL GRAN MAGO ESCAPISTA PROTAGONIZADA POR EL IMPREDECIBLE ADRIEN BRODY

LA GRAN ILUSIÓN

› Por Paula Vázquez Prieto

¿Qué fue de aquel excéntrico actor que al recibir el Oscar por El pianista de Roman Polanski subió decidido al escenario y le arrebató un beso a la impávida Halle Berry, que esperaba para entregarle la estatuilla? Desde aquel momento, Adrien Brody quedó grabado en nuestras retinas como un actor todo terreno: podía lucir demacrado y ojeroso en el ghetto de los nazis en la épica de Polanski sobre el Holocausto y luego aparecer etéreo y seductor en su perfecto smoking, con media sonrisa y un guiño al espectador, para sorprender con exquisito oportunismo a la platea de celebridades ante la mirada de millones de telespectadores. Mucha agua parece haber corrido bajo el puente desde aquel 2002, muchos días desde aquel golpe de efecto mediático, muchas ceremonias aburridas y sin ocurrencias. Pero Adrien Brody nunca se nos perdió de vista y regresa de a ratos para confirmarnos que su extraño perfil grecorromano y su encanto incierto siguen agitando los corazones que quedaron en suspenso desde aquel famoso truco de ilusionista.

En los años que siguieron desde aquel despegue, su carrera fue tomando un rumbo peculiar: lo hemos visto en thrillers estilo noir como Hollywoodland, donde interpretaba al torturado detective que reconstruía la misteriosa muerte del Superman televisivo, o en épicas de supervivencia, ya sea en la selva de la King Kong de Peter Jackson, como en el futuro atemporal de la bizarra y fallida Slice. Siempre fuera de tiempo, siempre recordándonos su resistencia a las convenciones. El presente nunca parece ser el lugar adecuado para su figura lánguida y estilizada, resistente y vigorosa en esa cáscara de aparente fragilidad, que se mueve plácida y sigilosa en los espacios más inquietantes que uno podría imaginar. También en las comedias, el curioso dandismo de Brody hace su estelar aparición: la lógica border del universo de Wes Anderson parece dejar intacta su marca registrada aun cuando interpreta a uno de los hermanos disfuncionales que emprenden un viaje en tren con las cenizas del padre en Viaje a Darjeeling, o en su reciente aparición en la plástica arquitectura de El gran hotel de Budapest inspirado en los relatos del mítico escritor Stefan Zweig. Como un David cincelado por el martillo pop de un Andy Warhol inspirado, Adrien Brody consigue que su presencia se imponga sin histrionismos ni declamaciones, que su voz grave y cavernosa confirme la promesa que consagran sus ojos vidriados y nos transporte para siempre a un tiempo único donde las leyes de la belleza convencional aún no se han dictado.

Ahora regresa bajo la piel del gran Houdini, aquel mago e ilusionista de fines del siglo XIX cuyo talento para el escapismo espectacular lo convirtió en la gran celebridad de un EE.UU. desesperado por la conquista de nuevos héroes. Houdini, la nueva miniserie de sólo dos largos capítulos de History Channel y la cadena A&E, que se estrena por estos días tras un gran éxito en su emisión original, indaga sobre el revés del mito de la magia, sobre las verdades y mentiras de la ilusión, y sobre el desafío constante de transitar los tenues límites que separan la vida de la muerte. Harry Houdini, nacido como Erik Weiss en la Budapest del siglo XIX, llegó con su familia judía a América buscando la tierra de las oportunidades. El vodevil, el circo y la magia iban de la mano por entonces, y la fascinación del niño Weiss, que escapaba de la rigidez y la autodisciplina de su severo padre –pastor de la nueva comunidad– fueron el escenario de los sueños, el camino hacia la gloria y la trascendencia en plena regencia de la racionalidad. Aquello que la mente sagaz de los descreídos hombres del positivismo parecía negar, fue cautivándolos para siempre: el poder de lo atávico y lo ancestral se hacía presente en la destreza inhumana de un artista que resistía la lógica, que hacía posible lo imposible, que maravillaba con sus trucos las firmes seguridades de grandes personalidades como el zar Nicolás II y el temido Rasputín o de sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes.

Basada en el libro Houdini: una mente en cadenas. Un retrato psicoanalítico, del psiquiatra Bernard Meyer (adaptada como guión por su hijo Nicolás) y dirigida por el alemán Uli Edel (El cuerpo del delito, Brigadas rojas, Bushido), Houdini recurre al juego de mostrar la “cocina” de los trucos o el entramado de la ilusión en una serie de secuencias que suspenden y despliegan el eje temporal en sucesivas simultaneidades: vemos el truco, nos preguntamos cómo lo hizo, y luego se nos revela la artimaña. Desde el ingenio para liberarse de las esposas ofrecidas por un policía desafiante en sus inicios como artista trashumante, hasta su grandiosa escapatoria de la cámara acuática de tortura china, pasando por el “atrapa la bala con la boca” frente a los ojos del Kaiser Guillermo en los años previos a la Primera Guerra, vamos y volvemos en el tiempo a través de un relato lúdico que nos lleva a descubrir, luego de la sorpresa inicial, cómo fue que el gran Houdini logró engañarnos. Si bien Houdini lidiará con la pérdida de efectividad de sus espectaculares engaños tras la llegada de la nueva “magia” del cine y la madurez de su público, y decidirá salir de la escena teatral para invadir el espacio público saltando desde puentes en aguas heladas o colgando en el vacío desde altos edificios, lo que la serie de History Channel devela es la humanidad de su personaje, sus miedos e inseguridades frente al abandono, y la búsqueda del sentido de sus desafíos.

Su ambición de trascender lo terrenal y de quedar en la inmortalidad gracias al recuerdo imborrable que dejó en más de una generación, se condensa en la expresión humana de Brody, que escapa a los clichés psicologistas del guión y a algunos parlamentos subrayados de la voz en off. Si el amor edípico por su abnegada madre y la relación conflictiva con su esposa y asistente Bess (Kristen Connoly, de la serie House of cards) encuentran su oportuna revelación casi como parte de la terapia psicoanálitica que opera el guión sobre la tradición mítica del personaje, las tenues expresiones del rostro de Brody exceden con creces las palabras. Su Houdini es un hombre lidiando con la construcción del mito contemporáneo, luchando con una era de cambios y transformaciones en la percepción que luego se tornaron irreversibles. Casi como un nuevo golpe de efecto, como aquel beso inesperado de los Oscar, cada nuevo truco de magia e ilusión, cada uno de sus operísticos escapes, nos recuerda por qué su inusual presencia se nos ha hecho desde entonces y para siempre imborrable.

Houdini se puede ver el próximo domingo 28 –la primera parte– y el lunes 29 de septiembre –la segunda– a las 22 por History.

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