CINE La semana que viene se estrena la nueva, esperada y ya celebrada película de David Fincher, el (casi) infalible director de Seven: pecados capitales, El club de la pelea y Zodíaco. Esta vez se trata de la adaptación de Gone Girl, la exitosa y oscura novela de Gillian Flynn sobre la desaparición de una mujer que con su ausencia desencadena el derrumbe de una pareja que se suponía, si no perfecta, al menos funcional. Con Ben Affleck como el marido sospechoso y Rosamund Pike como la mujer quizás asesinada, Perdida es un thriller suburbano e hipnótico donde el matrimonio aparece como una cárcel, como una condena.
› Por Mariano Kairuz
“Cuando pienso en mi esposa siempre pienso en su cabeza. Para empezar, su forma. Lo primero que vi de ella, la primera vez que la vi, fue la parte trasera de su cráneo. (...) Tenía lo que los victorianos habrían descrito como ‘una belleza elegantemente torneada’. Resultaba bastante fácil imaginar su calavera.
Reconocería su cabeza en cualquier parte.
Y lo que hay en su interior. También pienso en eso: su mente. Su cerebro, con todos sus recovecos, y sus pensamientos yendo y viniendo por dichos recovecos como rápidos y frenéticos ciempiés. Como un niño, me imagino abriéndole el cráneo, desenrollando su cerebro y examinándolo cuidadosamente, intentando apresar e inmovilizar sus ocurrencias. ‘¿En qué estás pensando, Amy?’ La pregunta que más a menudo he repetido durante nuestro matrimonio, si bien nunca en voz alta, nunca a la única persona que hubiera podido responderla. Supongo que son preguntas que se ciernen como nubes de tormenta sobre todos los matrimonios: ¿Qué estás pensando? ¿Qué es lo que sientes? ¿Quién eres? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro? ¿Qué nos haremos?”
Así es el extraordinario, absorbente comienzo de Perdida (Gone Girl, Random House), el best seller de la escritora Gillian Flynn que lleva vendidos más de dos millones de ejemplares en Estados Unidos, y que el próximo jueves llega al cine con guión adaptado por la propia Flynn y una dirección apropiadamente gélida y una puesta hipnótica a cargo de David Fincher, que demuestra ser cada vez más perfecto en su propio terreno (el de Seven: pecados capitales, el de Zodíaco, el de su versión de La chica del dragón tatuado sobre el best seller del sueco Stieg Larsson).
La película arranca con una versión condensada de esas mismas líneas, que retiene exactamente aquello que queda resonando en nuestras cabezas un rato después de leer esos dos primeros párrafos de la novela: eso de “pienso en la cabeza de mi mujer”, “pienso en su cráneo”, “pienso en abrir su cráneo para saber qué piensa, qué siente”. Qué nos hicimos.
Y esto recién empieza y todavía no lo sabemos, pero nos enteraremos apenas después de que Amy, la esposa de Nick, el hombre que dice o piensa todo esto, acaba de desaparecer el día del quinto aniversario de ambos, dejando una escena-del-crimen moderada pero que hace sospechar lo peor, en la enorme casa en el pueblito de Missouri al que se mudaron unos cuatro años después de conocerse y encandilarse mutuamente y casarse y quebrar económicamente en Nueva York. En su casa suburbana del aburrido Medio Oeste donde las cosas ya no son tan doradas e idílicas como al principio. En fin, un escenario posible para cualquier matrimonio de cinco años, hasta la desaparición de ella; momento a partir del cual él se convierte automáticamente –para la policía local, para los noticieros, y enseguida para la comunidad y eventualmente la opinión pública nacional– en el principal y casi único sospechoso posible. Culpable antes del juicio.
De la novela y la trama del film no conviene contar mucho porque todo lo que viene a continuación está sujeto al hábil manejo de los puntos de vista que establece Gillian Flynn: un él dice/ella dijo –él, en su relato de los eventos y sus pensamientos a partir del día de la desa-parición; ella, en sus anotaciones en un diario personal que nos cuenta la historia desde el principio hasta ese entonces– en el que se cifra todo. La clave del relato está ahí, en ese contrapunto, en cuánto coinciden o divergen esos dos relatos, en qué versión vamos a creer a medida que, como pasa en los matrimonios, lo que al principio parece tan unido y perfecto y dos-que-son-uno, vaya revelando sus grietas, sus discrepancias; que el idilio inicial vaya dando lugar a la decepción, el hastío, hasta el odio.
La película está protagonizada por Ben Affleck, que, es un lugar común pero uno verdadero: es mucho mejor actor desde que se convirtió en director, en uno muy bueno, y por la inglesa Rosamund Pike, cuya elegancia y estilizada presencia, probada hace años en su participación en Orgullo y prejuicio, pone en escena automáticamente la diferencia de clase entre ambos, una diferencia que al principio forma parte del encanto y más tarde revela sus fatales trampas. Y el guión y la puesta adaptan este juego de voces a los medios propios del cine probando que Fincher es uno de los mejores directores del Hollywood actual.
Sí, es cierto, él fue el tipo detrás de El curioso caso de Benjamin Button, que es un esperpento, pero ésa es casi como la excepción, el patinazo, que valida el resto de su obra.
En su reseña para The New York Times, Janet Maslin le adjudicó a Flynn un “nivel de malicia discreta como el de Patricia Highsmith”. Flynn, por su parte, elige como su favorita (en el género) a Agatha Christie, como su favorita absoluta a Joyce Carol Oates, y dice que cuando escribía su primera novela, un día leyó Río místico, de Denis Lehane (literalmente, un día y una noche, de un tirón) y se dijo, sí, claro, así es como se escribe una novela. Y sí, así es como se escribe en serio sobre las relaciones entre la gente: con un crimen de por medio.
Nacida en 1971 en Kansas City, Missouri (que no es, suele aclarar, Kansas City, Kansas) Flynn se crió viendo las películas de terror que fanatizaban a su padre profesor de cine y practicando frente al espejo la sonrisa diabólica de Anthony Perkins en el plano final de Psicosis. Sus libros están cruzados por innumerables citas cinéfilas y literarias, de El bebé de Rosemary y Twin Peaks, en Sharp Objects (que recibió la inestimable recomendación de Stephen King y que también está editada acá, con el título Heridas abiertas y como Perdida, por la serie Roja & Negra de Random House) y de A sangre fría, en Dark Places, que narra la masacre de una familia entera en una granja de Kansas.
Tras estudiar periodismo en la universidad local, Flynn pensó en dedicarse al periodismo policial, pero “enseguida descubrí que probablemente no tengo lo que se necesita para ser un buen reportero de casos criminales. Era demasiado dubitativa y un poco debilucha. Pero amaba el periodismo y mi madre me enseñó a leer en un hogar lleno de libros, así que me candidatée para Entertainment Weekly apenas me gradué en la universidad de Northwestern, de Chicago”, la ciudad donde vive ahora.
Escrita en 2011 (y publicada un año más tarde), Perdida es un thriller ambientado en la recesión, y el factor que derrumba a la pareja es, cómo no, la parte más material de la vida real de cualquier matrimonio: los problemas de dinero. Flynn estaba por publicar su segunda novela en 2009, cuando la echaron de su trabajo en la revista, como parte de una serie de recortes presupuestarios que afectó masivamente a los medios norteamericanos. Entonces fue que le empezó a dar forma a Perdida: sus dos protagonistas en la novela, Amy y Nick Dunne, se terminan mudando de Nueva York a Missouri, tras perder sus trabajos como escritores y empezar a malgastar lo que queda del fideicomiso que sus padres establecieron para ella. “Yo misma era una chica de Missouri que había conseguido trabajar en la revista de mis sueños y de pronto me echaron y tuve que empezar a pensar qué iba a hacer con mi vida de ahí en más –dice Flynn–. Tuve unos meses para dar vueltas por ahí sintiendo pena por mí misma, ver películas y jugar videojuegos. Y tuve más tiempo para escribir. Así que la economía estuvo muy presente cuando escribía Perdida y para mí fue importante que ambos protagonistas fueran escritores y forzarlos a esas circunstancias estrechas y ver qué pasa cuando perdés esa vía de autoidentificación.”
En Perdida, se materializa, se vuelve literal, la idea del matrimonio como una cárcel, como una condena, como la muerte misma. “Para mí el matrimonio es el mayor de los misterios –dice la autora–. Está esa frase que dice que nadie sabe qué pasa en el matrimonio de nadie. Y yo creo que en el fondo, este libro es sobre cómo nadie sabe qué es lo que pasa en su propio matrimonio, porque no podemos conocer al otro del todo. Quería contar el proceso de cortejo como una suerte de juego de engaños y ocultamientos: uno quiere gustarle al otro así que no le permitirá ver su peor costado, hasta que ya es demasiado tarde. Por eso es que cuando un matrimonio cuenta una historia durante una cena, uno de la pareja suele decirle al otro, exasperado: ‘¡Lo estás contando todo mal!’. Hay algo aterrador en eso, en que uno esté totalmente desconectado de la manera en que el otro procesa una misma experiencia; te lleva a pensar: ¿en qué más estaremos desconectados?”
Se suele acusar a sus novelas, también a Perdida, de ser rabiosamente misóginas. Su protagonista es capaz de, entre otras cosas, fraguar un cargo de violación. Pero en todo caso, como señaló el periodista Oliver Burkeman en The Guardian, lo que hay en los personajes femeninos de Flynn es otra cosa: una tendencia a superar a los masculinos “en su capacidad para la depravación moral”. Flynn dice que ella se identifica con el feminismo, pero no con la versión “reducida de la militancia, que parece quedarse en la cosa del girl power, en el vamos, chica, supérate a ti misma. Me frustra esta idea corriente de que las mujeres tienen una bondad innata, un instinto materno innato: en la literatura, las mujeres pueden ser salvajemente malas, brujas, perras engañosas y chupasangres, pero todavía hay una renuencia a aceptar que también puedan ser mujeres normales, pragmáticamente malas, egoístas. Yo no escribo perras psicóticas, esas mujeres que están locas y no tienen motivos para hacer lo que hacen”. En su página web, concede que lo que ella suele escribir “no es un retrato particularmente adulador de las mujeres, pero creo que eso está bien. ¿No es hora de reconocer nuestro lado feo? Estoy cansada de las heroínas valientes, de las valerosas víctimas de violación, de las amantes de la moda que buscan su alma. Lamento mucho la falta de villanas mujeres en la ficción”.
Habrá sido por su postura bien idiosincrásica frente al género (a los géneros: narrativo y femenino) que Flynn fue convocada para escribir el guión sobre su propia novela; y lo que sigue para ella en Hollywood no está nada mal: Dark Places, con Charlize Theron y Chloe Grace Moretz, se estrena a fines de noviembre, y Heridas abiertas se filmaría el año próximo.
El mismo director que se metió con los medios más modernos y dinámicos en La red social pareciera retroceder al mundo ya no tan nuevo que proponía la novela de Flynn, pero en rigor sigue hablando de las mismas cosas: de las relaciones íntimas, de la vida social real, de las conexiones entre la gente y lo que los medios públicos hacen de ellas. La televisión –vista tanto en un aparato montado en la pared como en streaming en un monitor– sigue todavía marcando el pulso de buena parte de la vida diaria en ciudades y suburbios, sigue siendo fundamental en la formación de agenda, y de la idea que se hace la comunidad de temas y personajes.
“Siempre estuve fascinada por la manera en que fue creciendo nuestro interés en los crímenes de la vida real, que hoy se consumen todo el tiempo en TV”, dijo Flynn a propósito de un eje del libro que la película despliega con fuerza. Un abogado estrella, un auténtico mediático, que se presenta como el único capaz de evitar que Nick termine en la silla eléctrica, le explica que su única salida depende de que consigan cambiar “la percepción odiosa que los televidentes tienen de él”. “Me impresiona la idea de que los medios desciendan de este modo sobre estas tragedias domésticas –dice Flynn–. Estamos en una época en que la tragedia viene prácticamente procesada y empaquetada, lista para consumir. Uno conoce los ingredientes: la esposa perfecta, hermosa, el marido que probablemente cometió el crimen. Nick sufre esta fórmula instalada de modo inmediato, porque todos saben que el primero del que se sospecha es el marido. Y él lo tiene todo para ser sospechado, incluso esa apostura de villano como de los ’80.” Tal como lo señaló la entusiasta reseña de Justin Chang en Variety, Perdida es un thriller “quirúrgicamente preciso (...) que representa una unión excepcional del cineasta y el material, ya que expresa totalmente el cinismo de Fincher respecto de la era de la información y su perdurable fascinación con el terror y la violencia que acechan bajo la superficie de la vida norteamericana contemporánea”.
La película debería estar destinada –al menos uno puede imaginar esto en otra época, no tan lejana, un poco menos concentrada en blockbusters– a convertirse en uno de esos fenómenos que sacan a todo el mundo de la sala un poco perturbados, un poco como lo hicieron Bajos instintos o Atracción fatal en los ’90, pero con un componente más cercano, algo más fácil de identificar con nuestras propias vidas. El efecto que buscaba Closer, digamos, pero con componentes criminales. “Cuando escribí la novela quería que las parejas se miraran un poco de reojo tras leerla –dijo Flynn–. Ahora mi sueño es que la película sea la salida al cine que termina rompiendo parejas en todo el país. Que salgan de la sala diciéndose: ‘No sé, tal vez no te conozco suficientemente bien’.” “La gente a la que le he mostrado la película hasta ahora se hace del equipo Nick o del equipo Amy –dijo Fincher, por su lado–. El equipo Amy no parece tener el menor problema con el comportamiento de ella, ni el de Nick con el de él. Pero una vez que uno ha desfoliado la trama, entiende que esto trata sobre cómo nos presentamos ante aquellos a los que queremos seducir, nuestras fachadas narcisistas. No puedo esperar a ver qué va a pasar entre las parejas durante la cena después del salir del cine.”
Una verdadera psicótica, Flynn. Otro, Fincher. Perfecto matrimonio de libro y película.
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