Dom 28.09.2014
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TAN LEJOS
TAN CERCA

CINE El nuevo documental de Gerardo Naumann y Nele Wohlatz es una rareza que se va revelando como pliegues: el viaje de los realizadores a Misiones, buscando a los inmigrantes alemanes que fueron sus antepasados y compatriotas se convierte en una película cuando conocen a Ricardo, un joven del pequeño pueblo Colonia Aurora que estudia para ser pastor de la Iglesia Bautista. Es el Ricardo Bär del título, que acepta a regañadientes una película sobre su vida y termina mezclando el documento con la ficción, entre sermones, portuñol y la historia de un rodaje.

› Por Paula Vazquez Prieto

Ricardo Bär comienza con un viaje. Un viaje que se inicia en los días previos a una Navidad en la provincia de Misiones. Gerardo Naumann y Nele Wohlatz salen de Buenos Aires impulsados por la curiosidad del origen: Nele es alemana y viene a instalarse en Argentina, quiere saber cómo sobrevivieron otros compatriotas, cómo se han adaptado, cómo echaron raíces; Gerardo recuerda a su tío, también alemán, un pastor evangelista instalado en el norte argentino con la única compañía de un mono tití con quien jugaba al ping pong y ensayaba los sermones del domingo. “Viajamos sin rumbo, primero paramos en las ciudades más grandes como Oberá o El Soberbio, y les hablábamos a los alemanes que encontrábamos en la calle. Hasta que llegamos a Colonia Aurora, un pequeño pueblo con una estación de servicio que era parada obligada: los hombres tomaban cerveza, las mujeres tereré y nosotros buscábamos destino.” Gerardo recuerda los detalles de aquel inicio incierto en el que la película aún no estaba en su mente. Luego vino la casa de Doña María, que fue refugio de esa noche y mesa de operaciones del rodaje, la llegada a la Iglesia Bautista, el pesebre viviente y el encuentro con Ricardo.

Ricardo Bär es el protagonista de la película de Gerardo y Nele. Es un joven misionero de 22 años que estudia para ser pastor de la Iglesia Bautista, a la vez que trabaja en la chacra con su padre, pesa los chanchos, corta la mandioca y rastrilla las malezas de los campos. El trabajo físico resulta para él el mejor contrapunto del esfuerzo intelectual: el estudio, la oración y la fe ocupan su mente y su espíritu mientras lucha por mantener su cuerpo alerta, atento a las exigencias del paisaje, a los desafíos de las condiciones climáticas. Ricardo se nos impone desde la pantalla, con su mirada celeste penetrante, su portuñol conciso y atonal, sin modulaciones excesivas ni firuletes lingüísticos. Bär es oso en alemán, nos recuerda por si nos quedaba alguna duda de su fiereza animal. Gerardo lo descubre en el pesebre, mezclado entre los otros actores que evocan los tiempos antiguos de la Tierra Santa. “Nos sedujo desde el principio, verlo hablar con las plantas, con el cielo, con las cosas que tenía a su alrededor; todo parecía animado en sus ojos, como si en su cuerpo fuerte, lleno de energía, de años de haber trabajado la tierra, viviese un niño, lleno de percepciones distintas, efervescentes, lleno de creencia.” Su resistencia a los mandatos familiares de trabajo y sumisión se revela en el espectáculo, en la esencia del Ricardo artista: actor frente al púlpito, intérprete en las aulas del seminario, protagonista de la película sobre su historia.

Ricardo Bär es también la historia de un rodaje. “La noche en la que vimos la representación del pesebre viviente en la iglesia empezamos a pensar en hacer una película que transitara esa zona fronteriza donde se cruza la ficción con el documental”, explica Gerardo respecto de ese momento revelador en el que el viaje tomó un nuevo rumbo. La película desmenuza la historia de su propia concreción, de los dilemas de su itinerario, de las dificultades de su llegada a buen puerto. Para que Ricardo actuara era necesario que alguien lo reemplazara en sus faenas diarias y eso hizo Gerardo. Para romper el hielo con la comunidad era necesario apelar al origen común, pasar desapercibidos cuando no querían ser molestados, hacerlos partícipes cuando querían ser protagonistas. Gerardo y Nele asumieron los compromisos de las negociaciones, los trueques que nacían día a día. Sin embargo, un día el pastor dijo basta, la presencia profana del equipo de rodaje había quebrado la armonía de la comunidad y ya no había nada para ofrecer a cambio de la intrusión de la cámara. ¿Qué pasaría entonces? La voz en off de la película recrea aquella incertidumbre que invadió a los directores y a su equipo de trabajo. ¿No habría película después de todo, después de tantos días de calor y mosquitos, de tantas ilusiones, de improvisar incluso un travelling en un auto viejo, de luchar cuerpo a cuerpo con obstáculos y desafíos? Como presos de una urgencia, la excursión obligada a Buenos Aires los llevó a conseguir la llave del regreso: “No teníamos contactos en la Iglesia Bautista, así que llamamos por teléfono a un conmutador que sacamos de Internet y lentamente fuimos ‘ascendiendo’ telefónicamente hasta que nos recibió el secretario general. Fue otra aventura. Después de varias reuniones habíamos conseguido una beca de estudios para Ricardo en el Instituto Teleológico Bautista de Buenos Aires”. Así fueron recibidos de nuevo, así siguió la historia de su película.

Ricardo Bär es fruto de los riesgos asumidos, algunos perseguidos y otros impensados. Los riesgos del encuentro con una cultura tan cercana como extraña, en la que el portuñol es la lengua de intercambio y el alemán la letra escrita del pasado, el legado de las viejas generaciones de colonos cuyo espíritu parece resistir en sus cultos y ceremonias. Los riesgos de un paisaje fértil y hostil al mismo tiempo, que se llena de agua rojiza traída por las lluvias torrenciales y amenaza con su frondosa y agobiante vegetación tanto las labores de los chacareros como las de los tiracables. Los riesgos de poner en escena las máscaras y los atavíos ceremoniales y hacer que se conviertan en parte de la realidad representada, en un escenario en el que actores y miembros de la comunidad resulten idénticos. Los riesgos de escapar al aburrimiento de un cine predigerido, de desmontar los tópicos del documental, de ir y venir entre Misiones y Buenos Aires, de conseguir la beca para Ricardo, la aprobación del pastor, el visto bueno de la comunidad en una votación.

En aquellos meses después de Navidad, en los que la película nació como idea, se convirtió en proyecto, se frustró antes de concretarse, se reanudó con paciencia e ingenio, sobrevivió los más absurdos obstáculos y, después de todo, se hizo realidad, Ricardo Bär dio su nombre a esa aventura. Su espíritu guerrero y partisano, conquistador de esos sueños pendientes, de los que Gerardo y Nele se sintieron parte, se hizo carne en la cotidianidad del espectáculo, en el de su vida, en el de su viaje, en el de su propia historia.

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