Los retratos de Pablo Piovano en la Bienal de Tucumán
› Por Angel Berlanga
Quien haya ido echando ojo al goteo de fotografías que desde hace años ofrece Pablo Piovano en este diario tendrá una idea ya de su talento para contar en sus imágenes de gestos, desamparos, juegos y amores, del caos y la armonía que superponen la naturaleza y el hombre, del artefacto y la mirada en sus encrucijadas, de luces, sombras, reflejos, nieblas, humaredas. Las contradicciones, los contrastes. “La luz es nuestra materia prima –dice Piovano–. Y todas las fotos que se ven acá cuentan con la única verdad de la luz: no hay artificios, no uso flash. Prescindo de eso porque siento que es en la luz donde se puede encontrar; y también en las sombras, claro: ahí está la dualidad de la verdad. Y me gusta que los retratados sean tocados por ese espacio que sé que es verdadero.”
Cuando dice retratados, Piovano se refiere a la que será su primera muestra individual, una entre la veintena de exhibiciones que podrán verse en la VI Bienal Argentina de Fotografía Documental, que se inaugura el próximo miércoles en Tucumán. “Son 36 retratos que se exponen en cuatro caras de un cubo que va a estar en la puerta de la Casa de la Independencia”, explica Piovano en el bar La Armonía, Entre Ríos al 2000, borde de Constitución; cada tanto refuerza o ejemplifica lo que dice mientras ubica alguna imagen entre las páginas de un álbum con copias de lo que podrá verse allá, sus fotografías de escritores, músicos, políticos y actores, nueve por cada lado del cubo. Diego Peretti en primerísimo plano y debajo del agua, los ojos abiertos y alguna burbuja, o Héctor Alterio con los ojos cerrados, una flor amarilla como un parche sobre uno y otra que vuela desde el otro; las manos de Jorge Drexler, Juan Sasturain o Tomás Eloy Martínez que se replican en superficies espejadas y abren el borde de otra dimensión; Carlos Belloso con cinco manos que avanzan hacia la cabeza o Tito Cossa con una voluta de humo ondulante que sale de su boca, o que quizá llegue. “Es una muestra muy acotada, porque son más de diez años de fotografía y retratos –dice Piovano–. Veía todos estos retratos sobre una mesa grande, como para pensar cómo podían dialogar en sus lenguajes, y me dije ésta es la mesa: qué buen plato. Haber tomado, escuchado y sentido de ellos, haberme sentido a veces parte de la memoria de estos personajes de la cultura, ha sido para mí muy favorable el camino por el trato. Me gusta que se llame retrato, porque es un trato, ¿no?, que hacemos con el otro. Es un puente, un acuerdo que se deja ver en el invisible: ahí es cuando el retrato es retrato. Si no, son fotos nomás.
Piovano nació en Almagro el 7 de septiembre de 1981. Tenía 18 cuando empezó a trabajar en este diario. Cuenta que a los 15 era un poco desprolijo y rebelde, que sus padres lo obligaron a estar cerca, a laburar con su viejo y a que eligiera algo que le gustara: un taller de poesía. Detalle: su padre, Juan Carlos, es un fotógrafo enorme, que entre otras cosas cubrió la guerra en Nicaragua, trabajó para el New York Times, en fin. Para no aburrirse por el camino, el Piovano jovencito agarró una cámara, un día se metió en un laboratorio y entonces, dice, el mundo se le hizo propio, mágico. “Quizá por la cantidad de imágenes que había visto sin querer en la infancia, ya tenía una relación con la fotografía –plantea–. De a poco fui ordenando mis formas de vivir y de leer el mundo. ”
Recién en los últimos meses, dice, se detuvo a revisar todo su archivo, a ver qué hizo en este tiempo. “Pero a la vez no puedo dejar de hacer, a mí me da vida andar, no detenerme –plantea–. Creo que la fuerza y el aprendizaje, el entendimiento, están en el hacer, en la relación con el trabajo y en su profundidad. Una muestra es el cierre; seguramente será liberador, pero siempre le di más importancia al hecho de hacer.” Piovano cuenta que tiene terminado un ensayo en el que trabajó siete años sobre Juan Carlos Stromayer, El Capo del Obelisco, un muchacho que vive en la calle que, un día, le encargó que le conservara unos negativos. También tiene un trabajo al que llamó Duermen (serie de fotografías de personas durmiendo en el espacio público), y trabaja por estos días en un tercero en torno de una mujer trans, cuenta, que fue quemada en la cárcel y ahora está en prisión domiciliaria.
“En mi fotografía suelen aparecer espejos, reflejos, ilusiones, porque entiendo que muchas veces no podemos, a la hora de retratar, decir la verdad, captar quién es –señala Piovano–. Son fórmulas que se van desarrollando, que funcionan gráficamente y que también aluden a eso que no podemos ver: hasta ahí llegamos. Creo que era Richard Avedon el que decía que el retrato es certero, sí, pero que no tiene verdad. Por el perfil del medio, la mayoría de las veces me ha tocado fotografiar a personajes queridos, con una ideología también cercana.” Del concepto de Avedon viaja a una frase de Borges, de “El informe de Brodie”: “Filosóficamente, la memoria no es menos prodigiosa que la adivinación”. Sostiene Piovano: “Somos constructores de memoria, historiadores. A la fotografía en principio se la ha puesto atada a la pintura, desde un lugar utilitario, un rol que de algún modo sigue cumpliendo en los medios, atada a la noticia. Pero siento que también somos escritores, que tenemos la oportunidad de formar o colaborar con la identidad de un pueblo. Al menos cuando me toca retratar a tipos de esta envergadura, que de alguna manera representan a la cultura popular. También podemos opinar, a través de las fotos, incluso burlarnos un poco. O dignificar, a quienes merezcan ser dignificados. No sé si capturamos algo del tiempo, pero al menos construimos una identidad y evocamos una memoria”.
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