› Por Juan Carlos Kreimer
A los chicos habría que enseñarles a amar desde la primaria... así llegan a adultos con menos balurdos que nosotros. Dice una, y a los que estamos alrededor de esa mesa del bar se nos cambia la cara. No veníamos hablando de desencuentros ni situaciones complicadas. Tratábamos de entender un modelo de relación bastante instalado: parejas que no necesitan verse todos los días, que hacen salidas por separado y protegen sus respectivos “espacios”. Parejas tipo “se irá viendo”. Muy funcionales a estos tiempos. Líquidas, también ellas. Necesito volver a mí todos los días, dice una, no soporto demasiada conyugalidad. Sin mirarla, su compañera le devuelve el tacazo: Tampoco yo puedo enamorarme de alguien que me necesite.
¿Cómo llamarlas... amigovios, camafueras, esporádicas fijas? Parejas con mayor libertad dice poco, no alcanza para atrapar el concepto de aleatorio que las mantiene unidas. Plasticidad, cuando sí, sí y cuando no, no: mucha valentía requiere sostener un compromiso en esos términos.
Volvamos a lo de los chicos, insiste la que metió el tema: yo creo que hoy en día ya vienen preparados para no creerse el cuentito rosado. Y me mira (?), como si yo tuviera la respuesta. Soy un turco perdido en la cuestión, zanjo. Pero no puedo evitar ponerme a pensar en voz alta:
¿Qué transmitirían en clase los docentes? ¿Insistirían con la idea romántica del amor, que tantos estragos viene haciendo? ¿Con la idea de la complementación, que somos piezas de un rompecabezas que encastran, una en lo que le falta a la otra? ¿Con eso de que somos dos que se juntan y tiran para un mismo lado... lado que no es de uno ni de otro y algún día lleva a preguntarse quién de los dos quería llegar a esto, para qué, dónde quedé yo...?
¿O se atreverán a decirles, los docentes, que el otro no es alguien que viene a llenar tu vacío, que tenés que meterte ahí solito, o solita, para recién después poder amar? Que todos necesitamos aprender, los adultos en pareja especialmente, a discriminarnos del otro. Que no se trata de fundirse sino de, juntos o cerca, poder ser más cada uno.
¿Amar sería retirarse para que el otro sea, como propone Darío Sztajnszrajber, el filósofo punk de Mentira la verdad?
No conozco al que me interrumpe con: La experiencia no puede transmitirse como conocimiento. Tampoco conozco a otro que le hace eco con: No, ni la experiencia ni el conocimiento son transferibles, y menos cuando te cae el rayo misterioso.
Retomo. Habría que decirles que a veces asfixiamos al otro, que el otro nos asfixia. Que podés creer estar haciendo todo lo que considerás lo mejor para el otro y de sopetón te enterás y sos acusado de que eso es justamente lo que le provoca rechazo hacia vos y le hace alejarse. Que cedemos para retener y después facturamos. Que nada garantiza la continuidad de nada. Que la seducción no es el único alimento. Ni ser amable...
Ni hablar del latiguillo si querés que sigamos tenés que cambiar. Para eso: hacé terapia, lo digo haciéndome burla. Vivir señalándote aspectos jodidos de tu manera de ser y condicionarte a cambiar para seguir juntos, quizá sea la forma más elocuente de decirte que “quiero” a otro. No a vos.
Y en definitiva: de no reconocer que te equivocaste. Creíste ver lo que no había. Te lo inventaste... Nadie es la persona ideal.
Temón para varias clases, comenta la que no puede amar a nadie que la necesite.
Otro de los ejes temáticos, sigo dándome más manija, podría girar en torno de lo que se denomina sustitución de carencias. No tengo tal cosa, por ejemplo, capacidad para tomar decisiones, y tapo ese agujero dejando que las tomes vos. O no sé qué hacer conmigo en determinados momentos y me cuelgo de vos. O hay zonas de sombra en mí, en las que me cuesta entrar, y cuando me las hacés ver, puedo enojarme con vos en vez de conmigo...
Nefasto que otro venga a completarte y darte algo que no tenés, dice uno sin sacar los ojos de su ipad. Lo usás para todo lo que te falta, todo fantástico hasta que al menor descuido empezás a repelerlo, te invade decís. De ahí a la desilusión, sólo un paso. Primero como que te resignás. Otro día te das cuenta de que te fuiste.
Se pudrió todo, alcanza a decir alguien.
El del ipad pide dos servilletas, voy a mostrarles el modelo dominante de relación que está emergiendo, anuncia. Apoya la mano izquierda sobre una, éste soy yo, dice. Apoya la derecha sobre la otra, ésta sos vos. Las acerca hasta que empiezan a encimarse. La parte superpuesta es lo que tenemos en común. Sólo esto. El problema es cuando se superponen por completo. Cuando una servilleta tapa a la otra, no hay más dos servilletas.
¿La de abajo sostiene?, pregunta alguien. No, responde: se esconde.
Habría que tratar de que los chicos no se conviertan en la servilleta de abajo de los maestros, dice la que trajo el tema.
Digamos, digo. Estoy por empezar a meterme con qué amamos al amar cuando ella me frena: No quería que abrieras tu canilla, sólo que nos lo preguntáramos. Ese sería el único objetivo de las clases, que grandes y chicos nos lo preguntáramos. Dice y deja la mesa.
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