Dom 26.10.2014
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PERTENEZCO A UN PAÍS HERMOSO

ARTE Hasta fin de año estará en Buenos Aires la exuberante muestra Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica, con obras reunidas entre 2007 y 2011. Por la cantidad de piezas debe visitarse en dos sedes: el Museo de Arte Popular José Hernández, donde se exhiben hilados y cestería, y el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, con objetos de plata, arcilla y madera: participan 450 artistas de 22 países, con 1600 piezas en 300 especialidades. La muestra logra además algo notable: valoriza al autor y su singularidad, además de abrir el espectro de lo que suele considerarse bello.

› Por Verónica Gómez

Suele suceder que al visitar una muestra de arte popular nos topemos con infinitos listados de materiales y técnicas, otras tantas listas de etnias, nombres de objetos y sus funciones, mapas que ilustran la distribución de unidades culturales y unas cuantas localidades más o menos remotas. En esas exposiciones suele ser difícil retener un nombre propio, la idea de autor queda relegada en pos de la especialidad en la que desarrolla su arte, sea cerámica, textil o cestería. Bajo el ala de esas categorías, los objetos expuestos parecen volverse asequibles al entendimiento. La voluntad clasificatoria funciona entonces como una estrategia de familiarización: vuelve encasillable aquello que nos resulta extraño. Decimos confiados: Es un bonito cesto, un espléndido candelabro de cerámica. Mirá qué lindo el mate labrado. ¡Qué laburo le debe haber llevado este mantel!

Pero la verdad es que no tenemos ni idea de lo que encierra ese jarrón policromado en cuya superficie palpita un desparramo inquietante de signos, puesto en vitrina como quien no quiere la cosa. Se nos dice que encierra la esencia de un pueblo, que es producto de una trama ancestral, que es testimonio de la persistencia de las tradiciones, pero todo ello no nos cuenta demasiado, seguimos rondando el borde misterioso de una cosa que por su derroche decorativista e imaginativo se resiste a ser reducida a su función. La dimensión trascendental se nos escapa en envoltorios tan visitados y escurridizos como la noción de identidad. Por el contrario, en una muestra de arte contemporáneo es común que los espectadores den por sentado que hay algo que descifrar. Así sea de mínimo el gesto del artista, de insignificante, buscamos una complejidad conceptual que nos ayude a admitir cualquier testimonio material como indicio de algo mayor, por pueril que sea a simple vista. ¿Por qué, en el terreno de la artesanía, estaríamos dispuestos a pasar velozmente de una pieza a otra con total impunidad, a salvo de cualquier hondura conceptual? ¿Acaso la funcionalidad le quita profundidad a la pieza?

En la extraordinaria exposición Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica también hay exhaustivas listas. Etnias, especialidades, materiales, técnicas. Sin embargo, a través de una colosal investigación que tanto tiene de creación concienzuda de archivo como de acopio de obras excepcionales, la exposición logra algo loable: cada pieza abre el espectro de lo habitualmente considerado bello, trayendo a colación aquellos matices más huidizos de la belleza, incluso los que suelen ocupar el puesto último en el ranking: desde la impecabilidad obsesiva hasta la torpeza, la fragilidad y la ternura, la picardía y el horror vacui, la melancolía y la desfachatez. Un montón de relatos tan salvajes como preciosistas cuya funcionalidad no les quita un ápice de misterio.

UN PROYECTO COLOSAL

Ilaria Galería, Negrito chichero, 2010, Perú.

Organizada por Fomento Cultural Banamex, la Subsecretaría de Patrimonio del Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, la DGM, los museos Isaac Fernández Blanco y José Hernández y la Embajada de México, con curaduría de María Victoria Alcaraz (subsecretaria de Patrimonio Cultural) y Cándida Fernández de Calderón (curadora y directora de Fomento Cultural Banamex), la exposición Grandes Maestros del Arte Popular de Iberoamérica es apenas una de las etapas de un proyecto ambicioso surgido en México en 2007. La muestra, conformada con obras cuidadosamente seleccionadas reunidas entre los años 2007-2011 por Fomento Cultural Banamex de México, abarca alrededor de 260 localidades ubicadas en la totalidad de los países de la unidad cultural conocida como Iberoamérica. Ya ha recorrido España, EE.UU. y varias ciudades latinoamericanas, y tenemos la fortuna de que su gira haga escala en Buenos Aires hasta principios de enero. Las piezas de la exposición son tantas que fue necesario hacer un recorte y utilizar dos sedes: el Museo de Arte Popular José Hernández (donde se exhiben hilados y cestería) y el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco (destinado a objetos de plata, arcilla y madera). Participan 450 artistas de 22 países, con 1600 piezas en 300 especialidades.

“La tradición no limita la creatividad de los artistas populares; al contrario, con técnicas y materiales tradicionales se producen formas y objetos que derrochan imaginación”, afirma Cándida Fernández de Calderón. Y con visión práctico-empresarial recalca: “El arte popular es una oportunidad de empleo; dentro del conjunto de las industrias culturales puede ser la llave de una vida mejor para muchos hombres y mujeres que combinan tradición, excelencia e innovación”. Uno de los principales objetivos del proyecto es contribuir al arraigo de las poblaciones rurales e indígenas, creando empleo y apoyando la generación de alternativas de comercialización de las piezas artesanales y su difusión mediante exposiciones y publicaciones. Más allá del puesto de mercado, la piezas de arte popular pueden vincularse entonces con modas y tendencias urbanas, tener un lugar en los escaparates más trendy, infiltrarse en las tiendas de ropa, integrar el repertorio de objetos aconsejados por el diseñador de interiores a su cliente. Por otra parte, las grandes exposiciones y la publicación de catálogo intentan fortalecer un mercado de coleccionistas de arte popular.

Luego de quince años de trabajo con los grandes maestros en México, se elaboró un plan de visitas y viajes de investigación, de adquisición de piezas para conformar la colección que diera cuenta de un panorama del quehacer artístico popular en los veinte países que configuran Iberoamérica, junto con España y Portugal. El acervo consta de cuatro a cinco piezas por artesano, lo que equivale a 2200 piezas aproximadamente.

Aunque el guión curatorial sea dependiente de las especialidades, la exposición GMAPI subraya el nombre propio del artista y, fiel al apuntalamiento económico de los artistas populares, en el catálogo incluye un índice con todos los nombres y datos de contacto, por si alguno se enamora perdidamente de una pieza y quiere recurrir al autor para ampliar o empezar su colección de arte popular. Una tentación irresistible.

En la fiesta multitudinaria que es la exposición GMAPI, un paraíso de expresiones multiformes, despampanante de brillos, texturas, colores y vericuetos estilísticos, las piezas se erigen –en gran tamaño o en miniatura– soberanas. Parecen decir, como Aída Carballo en su diario: “Sí, soy pequeña, y soy diferente, pero existo, porque pertenezco a un país hermoso”.

No muy lejos de la sentencia de Tolstoi: Pinta tu aldea y pintarás el mundo, Cándida Fernández señala: “Nunca debe olvidarse la tradición, pues sin raíces la expresión popular pierde fuerza y se globaliza, en el más pobre sentido del término”.

El trabajo de los artistas populares se de-sarrolla puertas adentro de una economía doméstica. Hay artesanos que trabajan sólo para las fiestas de su comunidad, algunos lo hacen de manera profesional y otros dentro del ámbito familiar pero de manera constante. El saber se transmite de generación en generación por medios ajenos a la educación formal. En la era del aprendizaje por tutorial, vía Internet, los artistas populares parecen seguir confiando en las jerarquías maestro-discípulo y en lo fructífero e irremplazable de esa relación.

SOLO EL AMOR ENGENDRA LA MARAVILLA

César de Carvalho Welivander, Oratorio, 2008, Brasil.

Nada más expresionista que el arte popular. Artero, bonachón, picaresco, solemne, rudimentario, seco, antipático, soez y elegante. Una cualidad tan démodé como es la sinceridad parece sentarle como anillo al dedo. Carlos Correas, en una declaración medular incluida en Los reportajes de Félix Chaneton, escribía: “Sé que mi fuerza de escritor depende de mi sinceridad y que mi sinceridad de escritor depende de mi fuerza. Si soy sincero no seré doble. Mi interior coincidirá con mi exterioridad”. Esa es exactamente la impresión que causan las piezas de GMAPI, la sensación de que es imposible separar los aspectos formales visibles de la interioridad del autor. Y esa interioridad no es como la del arte contemporáneo, más relacionada con estrategias de imposición de marca, o aquella más romántica y moderna que pensaba al artista como un individuo separado de la sociedad, marginal o en constante fricción con las normas sociales, sino que la interioridad del artesano es la de una comunidad. Paradójicamente, la libertad no es romper reglas, es la capacidad de reformular y expandir las tradiciones, pero para ello hay que conocerlas bien. Entonces, la soledad del artesano es otra –una soledad muy concurrida– y de eso está hecha la singularidad de los objetos que acuña.

Los autores son muchos y talentosos. Podríamos demorarnos largo tiempo escudriñando los microrrelatos barrocos esgrafiados en los enormes bules de Bertha Medina Aquino (Perú), hechos en calabazo seco con fondo negro de ceniza de ichu, compartir el éxtasis de la melodramática “Santa Rita” de Elías Layón (Brasil) en madera tallada, estofada, policromada y encarnada, sentirnos contagiados por la simpatía de las imponentes esculturas de mujeres de barro ahumado, de Ediltrudes Noguera (Paraguay). Nacimientos, juguetes, recipientes de todo tipo, árboles de la vida, escenas populares, temas religiosos, mitológicos y fantásticos, motivos geométricos, flora y fauna, la destreza imaginativa del artesano parece servirse de todo. La versatilidad técnica es infinita, pero si algo tienen en común es que su complejidad es labrada con instrumentos rudimentarios, donde el tiempo de maduración y el conocimiento de los materiales que el contexto ofrece son fundamentales.

GMAPI es una muestra estimulante, ambiciosa, exuberante y compleja. Pero en el fondo de tamaña diversidad, algo directo, concreto, acude a unificar la multiplicidad expresiva, y puede resumirse en aquellos versos de Silvio Rodríguez: “Debes amar la arcilla que va en tus manos, debes amar su arena hasta la locura, y si no, no la emprendas que será en vano. Sólo el amor alumbra lo que perdura. Sólo el amor convierte en milagro el barro”.

Óscar Soteno, Árbol de las artesanías de Iberoamérica, 2011, México.

Grandes Maestros del Arte
Popular de Iberoamérica

Colección Fomento Cultural Banamex
Hasta enero de 2015
Museo de Arte Hispanoamericano
Isaac Fernández Blanco
Suipacha 1422
Museo de Arte Popular José Hernández
Avenida del Libertador 2373

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