HISTORIETA Una de las revelaciones de este año historietístico es el libro Niños de la basura, publicado por la pequeña editorial Panxa, que sorprendió al ganarse uno de los premios en Comicópolis. Su autor es Darío Fantacci, quien confiesa influencias de Otomo a Miyazaki y asegura haber dibujando su obra de aliento apocalíptico pensando en el mundo real.
› Por Juan Manuel Domínguez
El segundo de los doce episodios que completan Niños de basura comprime casi como un archivo .zip aquello que su autor Darío Fantacci respiraba mientras crecía en San Marcos Sierra, en Córdoba. Ya en la primera página de la historieta, en el protagónico rostro gigante e inflexible de Pum y sus pelos puntiagudos, se pueden sentir las formas de tensión y de crear violencia clásicas en Katsuhiro Otomo, la leyenda del manga y el animé, responsable de Akira. Es lógico: Fantacci admite que empezó “a hacer historietas a partir de un libro que leí de Otomo, Pesadillas. Tenía el tomo 2 y el 3. Cuando lo leí, ya había visto Akira. En San Marcos sólo había tres VHS: Terminator 2, Akira y La princesa Mononoke. Las tres están en Niños de la basura.”
En ese capítulo, el segundo, esas influencias son fáciles de reconocer: esos niños, versión lumpen de una idea deshilachada de steampunk, y sus aventuras en el basural, se cruzan con espectros a la Hayao Miyazaki, se pierden en la furia arquitectónica a la Otomo y son ejemplos del sentido de la canchereada oscura de James Cameron cuando era el futuro. Pero hay otro factor en el ADN del libro que ganó el premio a Mejor Edición Nacional de Nueva Historieta Argentina en Comicópolis 2014 mucho más importante y menos reconocible: “Niños de la basura es sobre el problema de estar en un lugar hostil. ¿Cómo solucionarlo? Si estás en un lugar hostil de nacimiento, si no tenés un recuerdo anterior mejor, si te falta el tomo 1, ¿cómo hacés? Es saber que ese lugar donde estás no es para nadie, que no llama a la vida. Pero al mismo tiempo a los personajes, a los Niños, los querés, y yo quería salir de ahí. Era todo el tiempo buscar la salida. Buscar el norte. La misma basura me traía de vuelta. Los chicos llegan al bosque del final caminando. No lo hacen por arte de magia”.
A medida que pasan los capítulos, el trabajo de Fantacci –alumno de Juan Bobillo y de Alberto Laiseca– crece con su historia. Crecen también sus ambiciones: hoy cuenta que está trabajando en una historieta que tendrá 500 páginas. Publicada originalmente entre 2007 y 2012, en la revista Ultramundo, las influencias de Niños de la basura se diluyen capítulo a capítulo en sus personajes, que parecen la raquítica –por flacos y huérfanos– e improbable cruza de Edward Gorey y Moebius. “Lo primero que apareció fue el nombre. Pero nadie captó el final, el primer final, así que entonces la continué. Fue un final trunco”, se burla. “Ahí me enfrenté a un guión grande, donde la basura empieza a perder la magia y todo empieza a ser más complicado. Fue en ese instante donde empezaba a tener valor la inocencia pero también empezaban a costarles las cosas a los personajes. Pero siempre estaba esa inocencia que te salva de la mierda.”
No por nada Fantacci habla de sus Niños como “piedras que uno tira a ver si hace avalancha”. Sabe que no falta “la vivacidad de Miyazaki, esa cosa de avanzar, del choque de la naturaleza, cómo algo que no frena y personajes que no dejan que las cosas lo superen”. Pero define su estilo como móvil. “Cada historia tiene una resolución de dibujo diferente. Cada vez que empiezo una historieta, contemplo la atmósfera, contemplo mi dibujo, pero quiero me sea nuevo y jugar con el azar de las cosas”, explica. “Para mí hay algo importante en Niños y tiene que ver con las situaciones, tus situaciones: no hay nada que defina la vida de nadie, uno decide lo que le va a pasar si tiene la cabeza. No tus viejos, o tus maestros, son tus amigos los que definen y las cosas que te caen, así como a mí me cayó Otomo.”
Fue recién cuando estaba terminando su historia, confiesa, que Fantacci descubrió escondidas en Niños sus propias vivencias de niño en el monte. “Tiene la atmósfera que yo recuerdo haber vivido en San Marcos Sierra”, explica el dibujante, que después de poner el punto final en el 2012 se fue a vivir a Francia, donde pasó mucho tiempo –cuenta– dibujando en el cuartito de un ebanista que hacía esquíes. Alcanzó a publicar el libro allá, traducido al francés, antes de volverse y sacarlo en Panxa Comics, una editorial platense bien a pulmón. “Descubrí mis vivencias en la historieta recién cuando empecé a preguntarme por qué estaba haciendo eso, por qué laburaba tanto en algo”, se obsesiona Fantacci. “Ahí fue cuando recordé que cuando éramos pibes en San Marcos todo se vivía como una aventura. Porque en el medio del monte se juega como se juega en el monte. Era bastante... ajetreado. Nos teníamos que cagar a piñas, era muy físico todo. Siempre se respira algo peligroso en el monte. Como denso. No era como el pueblito del que me había ido. El monte pincha.”
Pero había algo que sin embargo era consciente para Fantacci mientras estaba creando esas aventuras de niños sin padres en un mundo apocalíptico y místico. “La necesidad de sentirme identificado con pibes que viven situaciones extremas”, aclara. “Lo hice pensando en que un pibe que vive en la calle, en una situación border, pueda leerlo y sentirse identificado.” Y enseguida agrega, orgulloso, que algunos chicos que leyeron en clase su historieta fotocopiada, gritaban: “¡Si éstos son niños de la basura, nosotros somos niños del volquete!”.
En su mezcla de influencias y vivencias del monte, de géneros pop poderosos pero comprimidos y expandidos, Niños de la basura crece capítulo por capítulo ante su ocasional lector, creando un silencioso pero potente sentido de amistad y de aventura, de fin del mundo y principio de otro. “Mi bosque no es un árbol: es una banda. Son muchas personas, me gusta que haya muchos que hacen lo mismo”, se entusiasma Fantacci. “Odio la imagen del dibujante solito en el cuartucho. Viví quince años así. Siempre me gustó convivir con amigos. La amistad y la familia son cosas que son sanas. En el monte, sos chiquito. Pero el bosque está ahí, en las personas. Arboles. Grandes. Y fuertes.”
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