› Por Martín Pérez
“Sí, pero no está la campera.” Ese es el reclamo que Andrea Prodan confiesa estar esperando desde que inauguró, a comienzos de mes, la muestra Luca, el sonido y la furia, dedicada a su hermano. Es verdad que la campera que acompañó al ex líder de Sumo durante toda su experiencia argentina está ausente en una muestra íntima y pequeña, llena de fotos, objetos, afiches y sonidos. Sin embargo, no se la extraña. O al menos no es lo primero por lo que puede llegar a preguntar el ocasional visitante. Porque los ojos se pierden en los objetos de una de las vitrinas, por ejemplo, que exhibe la pequeña valija y la ropa con la que Luca llegó a la Argentina. En otra, descansa el último de los equipos portátiles con los que escuchaba música. Hay una con discos: simples y álbumes con los que adoctrinaba a sus músicos. Y fotos, muchas fotos de su infancia y adolescencia, conservadas por su familia, de la que ahora sólo sobrevive Andrea, que las ha ido rescatando después de cada despedida. La campera, en cambio, está en Alemania, al celoso cuidado de Mónica Stromp, novia de Luca. “Era una campera nazi, de la Segunda Guerra –recuerda Andrea–. La compró en Porta Portese, un mercado de pulgas copado de Roma, alrededor del año ’76. Le quería dar, me dijo, una vida que nunca pudo tener, la del rock. Y lo consiguió.”
Alguna vez, Ricardo Mollo confesó que, antes de conocer a Luca, pensaba que era un tipo que se había aburrido de Europa y había llegado a la Argentina, en un plan medio snob. “Pero cuando lo conocí, me impresionó. Veías lo que se venía, pero encarnado en una persona. Era algo irresistible.” Por entonces, Luca supo ser el futuro. Pero ahora que es irremediablemente pasado, su presencia –o, en este caso, todo lo que recuerde su ausencia– no es menos irresistible. Apenas media docena de vitrinas, en una sala con las paredes pintadas de azul y rojo, a la que se accede bajando una escalera en el Museo del Libro y de la Lengua, en Las Heras y Agüero. Con eso alcanza para evocar al italiano que absorbió todo el punk londinense para contagiarlo del otro lado del Atlántico y en el otro hemisferio, el pelado que metió de prepo al rock nacional en una nueva década, la de los ’80. Como Ziggy Stardust, alter ego de Bowie a comienzos de la década anterior, Luca tuvo cinco años en tierra extraña que utilizó para dejar su huella. “Recuerdo que cuando vinimos a visitarlo con mi hermana Michella, a fines del ’82 y comienzos del ’83, Luca cantaba todo el tiempo ‘Five years’. Fue la primera vez que recuerdo haberlo visto perplejo ante una canción. ‘¿Por qué estoy cantando esto todo el tiempo?’, se preguntaba.”
La huella del paso de Luca que se exhibe dentro de las vitrinas y colgando de las paredes –e incluso en el piso, donde hay algunas frases escritas– del cuartito escaleras abajo del museo abarca más que esos cinco años. No faltan la música y la voz de Luca, que se pueden escuchar gracias a un par de estaciones con auriculares, pero al mismo tiempo que amplía el marco de años de la vida de Luca más allá de Sumo y se retrotrae hasta la infancia, se trata de una muestra fragmentada y que asume sin prejuicios su condición de incompleta. Y es precisamente por eso que brilla en cada uno de sus recovecos. Ahí está, por ejemplo, el poster que, enigmáticamente, anuncia a Sumo y, en caracteres más pequeños, a Bob Marley. También la carta manuscrita, dirigida a su familia después de la derrota en Malvinas, en la que Luca bromea diciendo que Galtieri se había tomado demasiado en serio su segundo nombre, Fortunato. O el cuaderno con los minuciosos dibujos adolescentes de los pájaros que veía todos los días en el campo donde vivía con su familia, en Italia. Cada objeto dueño de un momento eterno, que no cuenta otra historia que la propia, y que alcanza por sí solo para hacer de la muestra algo inolvidable.
Aunque las fotos y los recuerdos que empezó a compartir en las redes sociales sirvieron de disparador para Luca, el sonido y la furia, Andrea Prodan no considera que sea su muestra. Es más, aunque estará abierta durante todo el verano, hasta marzo del año próximo, anticipa que tanto Montevideo como Rosario y Mendoza están empezando a pedir permiso para imaginar muestras más ambiciosas. “Pero yo no puedo ni quiero organizarlas, como no lo hice con ésta”, advierte el hermano de Luca, que sin embargo asegura soñar con una exhibición más grande y callejera, con aportes de la gente. Por eso es que, en las redes sociales, últimamente ya no escribe sus recuerdos, sino que junta frases que hablan del Luca de la época de Sumo, que Andrea no vivió. “Yo aprendo con esos recuerdos ajenos, porque entonces no estaba acá –explica–. Fue justamente en esta etapa, la última, donde el caos maravilloso y frustrante de la existencia anterior de mi hermano se cristaliza y condensa en algo formidable”, se entusiasma Andrea, testigo del pasado y cuidador de los recuerdos, salvo de la realidad de ese presente perpetuo llamado Sumo, que como todo mito se resiste a caber en ninguna muestra. Y no dejará de estar presente en todas.
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