MÚSICA Aunque la escena indie de Puerto Rico casi ni llega hasta un sur que sólo tiene oídos para reggaeton y salsa, AJ Dávila es la gran esperanza del nuevo rock latino en ruta hacia el norte. Con dos discos solistas editados en lo que va del año, el puertorriqueño estuvo de visita en Buenos Aires, acompañando la edición local del primero de ellos, apropiadamente titulado Terror/Amor.
› Por Andrea Guzmán
El pop es todo. Es una consigna rotunda y decidida que el puertorriqueño AJ Dávila empuña con convicción, vinilos propios en una mano, empinando una cerveza con la otra. Un digno final para su minigira por Argentina, por la que vino a promocionar el lanzamiento, vía el sello nacional Scatter Records, de su primer disco solista Terror/Amor. “Necesito melodías pegajosas. Me gusta que el verso sea coro, el precoro sea coro y el coro, por supuesto debe ser un megacoro”, se entusiasma. Luego de casi una década al frente de un proyecto grupal de rock a la vez despojado y encantador bautizado Dávila 666, que sacó dos discos y lo hizo trascender esa escena indie de Puerto Rico que hacia el sur llega con cuentagotas, colado entre el reggaeton y la salsa, se ha convertido en uno de los exponentes con más arrastre y proyección en la escena anglo sin renunciar a cantar en español. Con ya varias giras europeas y norteamericanas a cuestas, su actividad predilecta, reniega un poco de las reseñas en medios como Pitchfork, que lo ensalzan impetuosamente, pero encasillan como el nuevo rockero destartalado al norte del Caribe. “¿Por qué dicen rock fuzz, si yo nunca he usado un fuzz en mi vida?” se queja. En su opinión, la prensa musical puede ser un poco holgazana y la verdad se hace difícil seguirle el paso. Aunque lo han puesto en el podio como estandarte de la música garaje en español, cuenta que ya desde su concepción, su madre se ponía los auriculares en la panza para hacerle escuchar Marvin Gaye, el sonido que más intacto conserva de su infancia. Además trabajó como prolífico productor de proyectos de hip hop puertorriqueño, es fanático de David Lynch y recuerda que su primera banda la formó a los 13 años junto a unos amigos unidos por el espíritu del post punk (incluso tuvo una de death metal). Igual que sus influencias, el cantante es un rotundo hiperactivo y además multiintrumentista. En eso se le puede reconocer la energía proto punk, pero no se siente obligado a decidir ni entre sus gustos, ni sus hobbies, ni sus bandas favoritas. “El garaje es un estigma –explica–. No me gusta ese término porque es algo muy genérico y si tú escuchas mi música tiene muchos estilos de rock y también de otros ritmos. Yo simplemente lo llamo pop sucio.”
Un cover de amor lisérgico sobre la canción “Media naranja”, el clásico de pop noventoso de una adolescente Fey. O unos disparos de agresividad rockera en temas con títulos como “Dura como piedra” o “Noches negras”. Una mezcla orgánica, indecisa y poco usual entre la sensibilidad y la agresividad desastre, todo como una resaca postfiesta. Tonadas del pop más luminoso, el minimalismo del punk e incluso la elocuencia hip hopera de su formación, se pueden encontrar dispersos en los dos discos solistas de AJ, Terror/Amor y Beibi, ambos lanzados el 2014 con una urgencia que los hizo separarse tan sólo por un par de meses. Este segundo álbum, como el espiral difuso de imágenes pornográficas que adorna su portada cual viaje de ácido, fue un experimento más cercano a la psicodelia y el grunge con una impronta low-fi, que resultó rápida y fluida. El primero, editado por Nacional Records en Estados Unidos, la casa discográfica de Manu Chao, El Mató a un Policía Motorizado y Bomba Estéreo, le llevó un par de años de trabajo desde la disolución de su banda. Para concretarlo se contactó con varios de sus amigos conocidos en los numerosos tours que hizo con Dávila 666, amigos que pueden parecer tan disímiles entre sí como el cantante de electro pop chileno Alex Andwanter, las rancheras ácidas de Juan Cirerol, Sergio Rotman de los Fabulosos Cadillacs o Cole Alexander de los Black Lips, con quien también compartió discográfica. Por eso es que cada canción es un mundo particular, ecléctico, bastante inclasificable y un dolor de cabeza para la crítica. “En Puerto Rico tenemos una súper influencia de ritmos como la salsa, pero también somos una colonia norteamericana, por eso también estamos atravesados por mucha música anglo, hay una gran mezcla de estilos. Creo que lo que está pasando ahora es parte de una de las movidas más importantes de Latinoamérica. Todo lo que ocurre en el rock y la música independiente es genial, pero es necesario migrar para que se conozcan los proyectos”, cuenta AJ, que después de una temporada en Estados Unidos está radicado en DF y pronto a iniciar una gira que incluye México, Costa Rica y Brasil. Aun así, la importancia de mantener las pandillas de la adolescencia y estar rodeado de amigos resulta trascendental para su proyecto, por esto quedó decididamente completo como una banda que lo acompaña a todas partes y que está conformada por un puñado de amigos de la escena puertorriqueña, ahí donde vuelve siempre en busca del amor de sus diez gatos, que cuida como hijos, y donde practica desde los 16 años el boxeo profesional, deporte nacional que luce orgulloso con una cadena plateada al cuello; Selma Oxor, Johnny Otis Dávila, Daniel Enrique, Lola Pistola, Nelvin Lara y Cristian Zayas conforman la banda Terror/Amor.
“Es como trabajar en Burger King, pero haciendo lo que te gusta”, se ríe Dávila, a propósito de esa hiperactividad en su agenda que se traduce en sus canciones. Parece mentira, pero además de disparar discos, singles y reversiones, y musicalizar campañas publicitarias para marcas como North Face y Mazda, el puertoriqueño también es productor cinematográfico. “La experiencia más cabrona de mi vida”, recuerda de cuando abandonó una gira en Chicago, en la que le tocó compartir escenario con el legendario Roky Erickson, para viajar a Cannes en calidad de productor por Mi santa mirada, del director Alvaro Aponte, el primer cortometraje puertoriqueño en estar en competencia por la Palma de Oro. “Estudié en la escuela de cine y Alvaro es mi mejor amigo desde los cinco años –explica–. Para mí es muy importante trabajar con amigos. Además soy demasiado cinéfilo y esas historias definitivamente influencian mucho mi música”, asegura AJ, antes de volverse a Puerto Rico, donde esperará el comienzo de su próxima gira. De momento, sólo quiere estar con sus gatos.
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