Dom 25.01.2015
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PERSONAJES. INQUEBRANTABLE, LA SEGUNDA PELíCULA COMO DIRECTORA DE ANGELINA JOLIE

ALMAS BELLAS

› Por Mariano Kairuz

Aunque Universal le echó un ojo desde los años ’50, la increíble historia real del veterano de la Segunda Guerra Louis Zamperini tardó casi siete décadas en llegar al cine. Hijo de una familia italiana radicada en Estados Unidos, Zamperini fue un niño complicado (un chorrito compulsivo con una tendencia a meterse en problemas), zarandeado por los chicos del vecindario, que –según la leyenda– se salvó de un destino más oscuro gracias a que su hermano, que vio en él un talento natural como corredor, lo alentó a poner toda su energía en el entrenamiento. Maratonista olímpico (en Berlín, 1936, Hitler se acercó a saludarlo), en 1941 se alistó para pelear por los Aliados. En medio de una batalla aérea, el B-24 en que volaba cayó al Pacífico partido en pedazos, dejándolos a él y otros dos sobrevivientes a la deriva en el ancho mar, flotando sobre dos botes salvavidas sin provisiones ni equipamiento. Durante algo más de un mes y medio, creyeron que no sobrevivirían (y uno de ellos, de hecho, murió al mes): calcinados por el sol, debieron no sólo sortear a los tiburones que los querían de almuerzo, sino eventualmente aprender a cazarlos para no morir de hambre, así como a atrapar el agua de la lluvia para no deshidratarse, y arreglarse para esquivar la metralla de los aviones enemigos que de tanto en tanto surcaban en cielo. Al día 47, fueron “rescatados” por un buque de bandera japonesa, pero sólo para ir a parar a un campo de prisioneros cercano a Tokio, donde fueron sometidos a crueles tormentos durante dos años y medio, hasta el final de la guerra.

Cuando, una década más tarde, Zamperini publicó su autobiografía, Hollywood le compró los derechos inmediatamente con la intención de filmarla con Tony Curtis como protagonista, pero el proyecto no se concretó. Con el correr de los años distintos actores y directores intentaron reflotarlo, pero no tomaría forma hasta hace casi cuatro años, cuando la escritora y periodista Laura Hillenbrand volvió a contar la extraordinaria vida de Zamperini en su libro Unbroken, que vendió cuatro millones de ejemplares y que acaba de salir en castellano con el título Inquebrantable. Una historia de supervivencia, fortaleza y redención durante la Segunda Guerra Mundial (Aguilar). Tras varios intentos de adaptación (pasaron por ahí los guionistas William “Gladiador” Nicholson y Richard LaGravenese, el de Los puentes de Madison) y algunas reticencias, el estudio finalmente se lo otorgó a Angelina Jolie, para que realizara con él su segundo largometraje de ficción.

Inquebrantable, la película, se estrenó en Estados Unidos en la Navidad pasada con decentes resultados comerciales pero unas cuantas críticas desfavorables. La llamaron redundante, superficial, demasiado elegante y limpia, le reclamaron por la omisión de algunos de los pasajes más oscuros e interesantes de la biografía de Zamperini. El lado bueno de sus criticas negativas es que no hubo ninguna condescendencia por tratarse de una mujer metida en un territorio “de hombres”: ése es un camino que ya pavimentó (y un prejuicio que empezó a demoler) la oscarizada Kathryn Bigelow con sus enormes films de guerra. No: en todo caso, a Jolie se la ha tratado con cierta desconfianza por su exceso de buenas intenciones, por ser la actriz “comprometida” y culposa que se metió a cineasta.

Lo cierto es que Angelina no se hace ningún favor a sí misma cuando habla de las epifanías que la llevaron a convertirse en embajadora de Buena Voluntad de las Naciones Unidas y a trabajar en sus promocionadas misiones con refugiados de las zonas más catastróficas del mundo. Esto empezó cuando tenía unos 26 años y se encontraba en Camboya filmado Tomb Raider: durante el rodaje visitó algunos centros para refugiados y adoptó a su primer hijo, Maddox. Un tiempo después hizo su primer viaje a Sierra Leona. Fue una experiencia, dijo, reveladora: “Me di cuenta de lo completamente ingenua que era al creer que tenía una vida difícil. Fue como si alguien me hubiera dado un cachetazo y dicho: ‘Tonta jovencita de California, ¿tenés alguna idea de lo difícil que es el mundo para tanta gente?’”.

Sería muy cínico dudar de la sinceridad y nobleza de sus sentimientos y acciones humanitarios, pero está claro que de ninguno de esos atributos nace necesariamente un buen cineasta, y su primer film de ficción como directora surgió más de su ímpetu militante que de una pulsión narrativa. Ella misma contó que había escrito el guión de In the Land of Blood and Honey, ambientado durante la guerra de los Balcanes, entre 1992 y 1995, como “un intento por comprender mejor una catástrofe que recordaba de cuando era muy chica, de la que me da culpa no haber sabido más”. Producida por unos relativamente magros 12 millones de dólares en Bosnia-Herzegovina, con un elenco local, In the Land of Blood and Honey retrata las infinitas crueldades de aquella época poniendo especial foco en el maltrato a las mujeres prisioneras, su humillación y violación sistemática, su utilización como escudos humanos y otras barbaridades. Varios de los críticos de los medios más influyentes la acusaron de ponerse demasiado “proselitista”, explícita en sus intenciones; de estar menos contando una historia que vendiendo su trabajo humanitario.

Para su siguiente largo como directora, dice Angelina, intentó seguir el camino opuesto: si su ópera prima era un relato herméticamente desesperanzado, la historia de Zamperini es el testimonio de un optimista imbatible, una fábula de inspiración. Asistida con una nueva revisión del guión a cargo de los hermanos Coen, Jolie directora abre Inquebrantable con una escena de batalla aérea que, a pesar de estar realizada digitalmente, plantearía dificultades para cualquier director experimentado, y el resultado es bastante impresionante.

Nuevamente, metió un poco la pata al verbalizar su pretensiones de trascendencia. Pero la historia de Zamperini es tan fuerte que es casi imposible hacer algo enteramente malo con ella. Hay omisiones, y ahí está el libro para reponer algunos de sus detalles más sucios –la mierda y los gusanos de los que los prisioneros debían separar su comida para no morir de inanición–, y el complicado tercer acto, en el que Zamperini regresa a casa sólo para atravesar varios oscurísimos años de estrés postraumático y alcoholismo, y eventualmente salvarse “encontrando a Dios”. Zamperini murió el año pasado, a los 97, tras ver un corte crudo del film que Angelina le mostró en su computadora. Ya no sabremos qué le pareció, pero sí que tuvo la elegancia de, sencillamente, mostrarse agradecido.

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