Dom 01.02.2015
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CRIPTONITA

Espacios En la década del ’60, la cripta construida por la Congregación Salesiana en el Colegio Don Bosco de San Miguel de Tucumán tuvo que ser clausurada después de una inundación. Pero ahora el edificio ha sido rehabilitado y funciona allí el Espacio Cripta, un centro de exhibición de arte contemporáneo que se propone como lugar de reflexión social y política además de plantear una relación posible entre lo artístico y lo eclesiástico.

› Por Guadalupe Chirotarrab

Bajo la iglesia que bordea el patio de recreos del Colegio Don Bosco de San Miguel de Tucumán, hay una cripta. Un pasadizo estrecho limita los escalones irregulares y húmedos que se dirigen hacia el subsuelo. La inquietud del descenso persiste al encontrarse con un espacio descomunal de tres naves delimitado por bóvedas de arista, pilares compuestos y arcos de medio punto con reminiscencias del románico italiano. Construido en 1948 por la Congregación Salesiana, el templo subterráneo funcionó poco más de una década hasta que fue abandonado y clausurado por el desborde de las napas freáticas aledañas. Después de 40 años de permanecer bajo el agua, sus propietarios rehabilitaron el edificio tras encauzar el caudal. El sonido continuo del agua que corre por el perímetro intensifica una sensación de omnipresencia mística. Como si la monumentalidad del santuario descascarado no fuese razón suficiente para visitarlo, allá abajo funciona un centro de exhibición de arte contemporáneo. Lejos de resultar un proyecto acotado por ideas doctrinarias, la gestión que lo lleva adelante multiplicó su potencia espacial y semántica gracias a la autoconciencia.

El furor religioso suscitado por la elección del papa Francisco se mantuvo distante del arte que, desde hace largo tiempo, permanece en los antípodas del poder eclesiástico. Sin embargo, la dirección del Espacio Cripta, a cargo de los artistas Bruno Juliano y Gustavo Nieto, cuenta con la soltura y la convicción necesarias para lidiar con un socio que, en primera instancia, pareciera incómodo ante el objetivo de promover prácticas de artistas del siglo XXI.

Como la gran mayoría de la población tucumana, Juliano y Nieto conocen (y sienten) de cerca la religión católica. La confluencia entre la fe cristiana y la devoción por la gestión cultural, es tal vez la clave que les permite atravesar, libres de todo martirio, la relación entre arte e iglesia. O bien emprender el desafío de ampliar la acción del arte contemporáneo hacia una comunidad a la que no le es habitual transitarla.

Iniciada en 2008, la programación de la cripta incluyó propuestas que asumieron la situación más evidente: su existencia por debajo de otra cosa. Sin ir más lejos, el origen de la palabra cripta –del latín crypta y del griego krypte– significa esconder. La atracción inexplicable que emana lo que permanece oculto pareciera asegurar la existencia de algo verdadero que revelar. Las exhibiciones del espacio evocaron no sólo dimensiones estéticas y ficcionales sino cuestiones sociales o éticas que visibilizar desde la contracara de la iglesia. La proscripción ideológica, el uso de los medios tecnológicos y de información o la crítica al sistema institucional fueron sólo algunos de los tópicos tras las muestras que se sucedieron entre las penumbras de la gran sala.

La ausencia de instituciones y políticas culturales eficaces no impidió que el arte tucumano de los últimos años brillara gracias a las prolíficas producciones de sus artistas y el entusiasmo de numerosos proyectos de autogestión, muchos de ellos desarrollados desde casas particulares. La invisibilidad que podría padecer el Espacio Cripta, no sólo a raíz de su emplazamiento físico sino por la posición periférica de la ciudad de Tucumán respecto del acceso a recursos públicos para el trabajo artístico, se ve revertida por la inteligencia de una gestión autofinanciada con capacidad para vincularse con otros agentes y organismos privados y públicos.

La exclusión de este proyecto de arte de la Red de Museos de Tucumán en 2012, por no contar estrictamente con la denominación de “museo”, derivó en la iniciativa de conformar un archivo exhaustivo sobre las instituciones públicas y los espacios autónomos tucumanos. Mediante el diálogo con museólogos y la exposición de agrupaciones tales como Artistas Organizados y la Cooperativa de Artistas Jóvenes Tucumanos la cripta fue sede de reflexión sobre la relación entre los trabajadores del arte, sus ámbitos de producción y la ciudad. Este acopio de ideas conformó un espacio necesario para un medio en el que la decisión de ser artista se torna un acto político, al caracterizar un quehacer que implica no sólo hacer arte sino construir los ámbitos que lo validen. Al año siguiente, se lanzó una convocatoria de proyectos de sitio específico que procuraba una situación de “encuentro / comunicación entre artista / espacio / provincias / obra / comunidad”. La muestra ganadora, adjudicada a Cristian Segura, consistió en una instalación que alojaba cientos de libros digitales de filosofía marxista, semiología, teoría del arte y arquitectura en pendrives amurados dentro de las columnas de la nave central. El espacio, esta vez anegado por una luz azul eléctrico, estaba equipado para que cada visitante que fuera con una computadora portátil pudiera bajarse los textos y, a su vez, cargar la información que quisiera.

Las cualidades espaciales de la cripta y la reconstrucción de sus vínculos con el mundo exterior fueron fuente de varias de las propuestas curatoriales que pasaron por el proyecto. Tal es el caso de Cósmica, una exhibición que creaba un cosmogonía de auto-reconocimiento y proyección a partir del trabajo con la luz, la geometría y la expansión. Entre las obras, un dispositivo low-tech, diseñado por Damián Miroli, despedía toroides de humo que recorrían transversalmente el eje central del espacio. En estas brisas vaporosas podría imaginarse la emanación intermitentemente de las energías que coexisten en ese margen de fricción que prevalece en el lugar, entre lo oculto y lo evidente, lo sagrado y lo profano, el orden y el caos. En otra muestra, titulada Ver lo pequeño, bajo la curaduría de Florencia Qualina y Lara Marmor, se disponían una serie de criaturas y escenas en miniatura que permitían al espectador posicionarse como un Dios creador que observa desde lo alto. El pasado noviembre se inauguró en la cripta una muestra de pinturas de la artista Valeria Maggi. Los lienzos suspendidos y distanciados de los elementos arquitectónicos evocan el desprendimiento de todo rastro de material pictórico de las paredes del edificio durante la inundación. El histórico vínculo entre la pintura y la arquitectura se ve cuestionado en una puesta en escena fantasmal y fragmentada. Este proyecto que dio inicio a un ciclo de tres exhibiciones de pinturas abstractas plantea la posibilidad de llevar a la materia esa tensión entre arte e iglesia para renovar sus votos.

En una época en que el arte se tiene a sí mismo como objeto de veneración, el Espacio Cripta deviene un territorio de conflicto y una prueba de que la curaduría de arte es una actividad con un gran potencial de intervención social y política.

Espacio Cripta. www.espaciocripta.com.ar

Don Bosco 1450 San Miguel de Tucumán, Tucumán.

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